Lo que los sonidistas silenciaron, lo dijo Kramer
Toda la tarde estuve revisando en internet las rutinas previas de Kramer, su participación en la Teletón del año pasado y sus anteriores triunfos en la Quinta Vergara. Para ponerme en onda. Para no perderme los chistes, porque a veces pasan colados los guiños, gestos, palabras, y no te das cuenta que son tallas si no estás bien despierto. Es muy rápido. Bueno, y en paralelo fui enterándome de que estaba la mansa escoba en Viña. Mi mujer me dijo, capaz que se suspende todo si los disturbios siguen. Temí lo peor. Así que me senté bastante intranquilo a esperar el inicio del festival y recién pasada la medianoche cuando salió Kramer a escena, suspiré aliviado.
Porque lo de Ricky Martin al principio ya me estaba dando sueño. Muy confuso todo. Un, dos, tres, un pasito palante María, un, dos, tres, un pasito patrás. ¿Cómo es la custión? Yo entiendo que Ricky Martin es un ícono de la sensualidad arquetípica del mercado, y eso independiente de que es gay, ¿no? Su video y baile de Livin’ la vida loca, por ejemplo, está lleno de chicas luciendo sus atributos en la lógica del típico comercial que hace de la mujer un objeto de deseo sexual, lleno de autos de lujo, un cartel de Las Vegas y mucha imagen de billetes, de dinero, la vida loca. ¿O será que soy muy chapado a la antigua? No sé, a mí toda la presentación del puertorriqueño me pareció que chocaba justamente con el supuesto espíritu de este país en crisis, con la nueva ética y la revolución de conciencia a que luego apelaría Kramer. Aún así, o para remate, Ricky terminó conminado por los animadores a decir que está a favor de los derechos humanos y la libertad de expresión. Todo eso sin entrar a comentar los evidentes problemas de audio de todo su show, porque sonó como sin voz, gastado, cansado, sin surround y en mono. Por eso la sospecha de que se estaban usando aplausos y ovaciones grabadas para la transmisión televisiva, impidiendo que se oyeran los gritos de protesta.
[caption id="attachment_345466" align="alignnone" width="3699"] FOTO:FRANCISCO LONGA/AGENCIAUNO[/caption]
El ánimo de protesta se sentía en el ambiente. O bueno, no sé, yo sentía que estaba tensa la cosa, quizá por haber estado viendo tanta tele antes, con las noticias y mi mujer comentando que habían quemado 7 autos afuera del Hotel O’Higgins. Luego mostraron un video del Che Copete desesperado, pidiendo paz porque sabe que su rutina es de un humor que las feministas hoy en día no le van a dejar pasar, porque ya lo abuchearon hace muy poco y está muerto de miedo de lo que le pueda pasar el martes. En el nuevo Chile no hay espacio para chistes de suegras, alusiones homofóbicas o dobles sentidos sexuales. Y yo tengo que reconocer que antes me reía con ese humor. Pero ahora no. El horno no está para bollos.
Por eso los organizadores del Festival, brillantes, tomaron medidas. Pero algunas fueron como las del gobierno: no entendiendo nada. Porque censurar, así como prohibir los carteles o silenciar el audio de la galería, no logró más que enardecer a los asistentes y aún a los televidentes como yo. Nos perdimos una de las imágenes más típicas, sabrosas o autóctonas del evento, que eran los carteles del público. Esas apariciones fugaces pero reales de la gente en el show, donde se pudiese leer “Chimbarongo presente” o “Putaendo te ama, Stefan” o el clásico “Hazme un hijo, Ricky”. Así, la pretendida sintonía o empatía con la ciudadanía se sacrificaba en aras de las medidas de seguridad.
Porque se intentó infatigablemente y con bastante anticipación, convencernos de que esta versión de Viña buscaría la empatía con el acontecer social del país, se trató de vestir de nobleza a la habitual frivolidad de las estrellas de la farándula. Incapaces de articular una idea de profundidad crítica mínima, a los candidatos a rey y reina se les convirtió en sponsors de distintas PYMES de la región. "Este es un evento musical, no es un evento político", dijo el productor ejecutivo de Canal 13, Pablo Morales, en la conferencia de prensa del viernes. “Un país más próspero y justo se construye con todos y todas, nunca más sin nosotras las mujeres”, dijo la presentadora al abrir el show. “Soñamos con un Chile mejor, justo, diverso e inclusivo, con más y mejores oportunidades. Un Chile igual en dignidad y derechos”, dijo el presentador. Y un olor a patraña dejaron en el aire sus tres alientos.
[caption id="attachment_345467" align="alignnone" width="2852"] FOTO:FRANCISO LONGA/AGENCIAUNO[/caption]
Hasta que llegó el turno de Stefan Kramer, por suerte, para desenredarlo todo. Rindió homenaje a la Primera Línea, trapeó con varios ministros, con Lavín y Vidal, con Alberto Plaza y con Carabineros, para terminar pidiendo unidad y una revolución de conciencia para un nuevo país, sin miedo, injusticia ni desigualdad, mientras el público coreaba Chile despertó. Mi mujer estaba fascinada con el sensual Hombre Araña y su amiga la señora Pikachu, un bicho amarillo que jamás entenderé qué monos pinta en todo esto.
Le habían pedido que no se metiera con los políticos, pero él igual no más llegó y se comportó como un activista, reclamando paridad, permitiendo que se oyera todo lo que el público había estado gritando sin que saliera por televisión gracias a los sonidistas de la producción. En realidad lo de Kramer fue, pienso yo, como una clase de empatía, de manejo de masas. Un terapeuta. Se sabía que estaba destinado a ser la voz del pueblo esta noche, aquella que hasta el propio Ricky Martin en su conferencia de prensa llamó a no desatender. Aquella que ni el mejor sonidista pudo silenciar. Lo que no se sabía es si iba a ser en buena o en mala onda. Y fue en buena. Emotivo el hombre. Invitando a su pareja a bailar con él, un caballero.
Luego al tal Pedro Capó apenas me alcanzó la paciencia para verlo, la verdad. Quedé pochito con todo lo previo. Y me fui a la cama.