A cuatro meses del 18 de octubre: S. E. Sebastián Piñera enfrenta los idus de marzo
Recién cumplió 70. Y es un fracasado rematado. Aunque en política nunca se sabe. Por el momento, en todo caso, su condición es peor que la de fracasado. Me explico. Goza de buena salud. Y tiene un tío obispo que hace años pasó los cien. ¿Me entiende? Tiene por delante, a lo menos, treinta años. ¿Cómo vivirá ese largo tiempo? ¿Será “un romántico viajero” que, a pesar de haber egresado de la Cato y de Harvard, no de la Chile, viajará dictando conferencias en universidades gringas? No importa qué haga. Vivirá para ser testigo longevo de su descomunal fracaso. ¡Pobre hombre! Da lástima. ¿Cómo dimensionar su desempeño? Es simple. Solo hay que comparar sus esperanzas con sus logros.
Fue educado, como tanto otro niño chileno de su generación, para ser un grande en la historia de Chile. Esa era su esperanza. ¿Qué mejor modelo en estas lides que un destacado antepasado político? S. E. tenía un ejemplo rutilante a la mano. El abogado Francisco Antonio Pinto, quien se hizo amigo de Andrés Bello en Londres en 1813, cuando se desempeñó ahí como “el primer agente diplomático que acreditó la República”. Siendo presidente de Chile, Pinto contrató a Bello en 1829, quien se mudó de Londres a Santiago. Gracias a esta decisión, la educación chilena daría un gran salto adelante en el siglo 19. Porque Pinto lo promovió como rector de la Universidad de Chile. Don Francisco Antonio fue además suegro de un presidente de Chile (Manuel Bulnes Prieto, marido de su hija Enriqueta, “La Última Pipiola”) y padre de aún otro (el primer Aníbal Pinto, que llevó al país al triunfo en la guerra del Pacífico). La madre de S.E. desciende de la última hija Pinto. Superarlo era un desafío de fuste.
S. E. parecía haberlo logrado. Por de pronto, fue reelegido presidente, meta que su antepasado no logró. Sin embargo, en su segunda administración el destino se volvió en su contra con saña. Su desempeño en los cuatro meses transcurridos desde el 18 de octubre de 2019 logró que destronara a Salvador Allende como “el peor presidente en la historia de Chile”. Al menos en la “centro-derecha”, es decir, los partidarios del orden. ¡Pobre hombre!
Planificó celebrar sus 70 años con una extendida temporada festiva internacional. Miles de burócratas internacionales de múltiples organizaciones y países tendrían a S. E. de anfitrión. Encabezarían las delegaciones que se suponía vendrían a Chile nada menos que los presidentes de Estados Unidos, China, Rusia y los mandatarios tanto de los países OCDE como de la Unión Europea. S. E. sería “el rey del cumpleaños”, festejado por la flor y nata de la política internacional. Un ejercicio que, por cierto, sería mucho más chic que las giras internacionales que emprende desde Ginebra su vecina de Caburga, cuyo respaldo es solo un presupuesto modesto. Parecía, para usar una expresión que oí en una micro en Santiago, “un sueño de Walt Disney”.
Pero, días antes de comenzar la parranda político internacional, un siglo y dos años después de la revolución bolchevique, como en una tragedia griega, vino también en octubre la revolución digital a Chile (sí, me refiero al fenómeno que comenzó el 18 de octubre de 2019), y frustró los planes de S. E.
Manifestaciones multitudinarias en contra de su gobierno y el modelo económico que administra; incendios de estaciones de metro, de autobuses, trenes, iglesias, palacios centenarios, amén de ataques a comisarías, saqueos de tiendas y de edificios tanto comerciales como residenciales. Casi medio centenar de muertos. Centenares de personas cegadas en un ojo, algunas en ambos ojos, por proyectiles disparados por la policía. Miles de heridos y encarcelados entre los manifestantes. Acusaciones de tratos degradantes, incluso violaciones, contra los uniformados. Se arruinó la fiesta de cumpleaños 70 de S.E., la ocasión para la que trabajó durante toda su vida. ¡Pobre hombre! Da lástima. ¿Cómo llegó a ocurrir esto?
Encontramos una primera clave en Freud: indagar en el pasado del paciente. Ahí chocamos con una atalaya: la estructura perversa de su familia de origen, los Pïñera Echenique. Un padre democratacristiano, don Pepe, bonachón sonriente pero con una ambición desaforada, que se encargó de heredar a sus hijos, quienes fueron entrenados desde niños a competir entre ellos para sobresalir y triunfar. Y una madre beata, doña Magdalena, pituca empobrecida y, como tantas otras en su generación, cómplice pasiva de un marido sádico, una aliada ideal para una empresa de dimensiones épicas: llevar un miembro de la familia Piñera Echenique a la presidencia de la República.
En la “interna”, como dicen los rioplatenses, S. E. triunfó. Derrotó a su principal rival, su hermano mayor, José, el inventor del sistema previsional chileno, las AFP, el fundamento económico del modelo chileno que impuso Pinochet, un ingenuo que esperaba llegar a La Moneda “corneteando” al Dictador. Más lúcido y práctico fue S. E., para quien primero había que ser millonario y solo luego dedicarse a la política, convertirse en servidor público. Así ganó la “interna”. S.E. es una víctima de las ambiciones de sus padres. Para complacerlos se afanó por ser un pontífice máximo secular, es decir, presidente de la República.
Una segunda clave la descubrimos con Marx: el examen de las condiciones reales de producción de la realidad política en la que S. E. nació, es decir, la sociedad chilena de entonces. En ese país, creado por los gobiernos radicales de la primera mitad del siglo 20, hasta el concepto de vocación (voz que los curas usaron para el supuesto llamado divino a la carrera clerical) había sido secularizado y relocalizado en el terreno político. Entre los jóvenes ambiciosos de clase media, como era entonces S. E., junto a tantos otros, la vocación de servicio público desplazó a la vocación por el culto o servicio divino.
Fue entonces que S. E. lo entendió. Mejor ser político que cura. Los radicales vistieron a la política de gala: a ella se llegaba no por ambición sino por una impostergable “vocación de servicio público”. Nada podía ser más noble, generoso y admirable que gobernar, tarea que (en su sentido prístino, según el presidente Pedro Aguirre Cerda aprendió del abogado y profesor universitario Valentín Letelier) quería decir educar, esto es, formar para el servicio público. El ejercicio ético máximo era servir al pueblo en política. Esta benévola tesis, a poco andar, fue transformada por pícaros oportunistas en una técnica para “servirse” al pueblo gracias a la política, es decir, para esquilmarlo. Pero esa es otra historia. S. E. es también la víctima de sus tiempos. Quiso ser primera generación millonario y servidor público a la vez, misión imposible.
La combinación de estos dos factores engendró a S. E., el hombre cuya ambición arruinó a la derecha chilena. Hasta la primera década del siglo 21 los candidatos que dicho sector presentó a las elecciones presidenciales (con la excepción de Lavín) se inmolaban sabiendo que no tenían posibilidad alguna de ganar: Hernán Büchi Buc, Arturo Alessandri Besa y nuestra Juana de Arco, la valiente Evelyn Matthei Fornes.
Lavín casi derrotó a Lagos en 2000. Menos mal, al menos para la derecha, que no lo logró. Porque Lagos fue su más rentable presidente (es decir, con el que se hicieron los mejores negocios). Por eso lo querían de candidato en 2017 hasta que el secretario general del Partido Socialista lo vetó. Hubiera triunfado, por cierto. ¿Para qué querrían los dueños de Chile regir un circo menor y casi intrascendente como lo es la política partidista en un país OCDE?
¿Acaso no era mejor negocio para todos que la “neo-izquierda” siguiera en el poder? Para todos, es decir, para la Concertación de Partidos por la Democracia; para su sucesora legal, el Novomayorismo (que, liderado por Guiller y estando frente al abismo, dio un decidido paso adelante); y, crucial, para la propia “centro derecha”.Todos bien mojados, mejor para Chile.
Mejor para Chile, tal vez, pero no para S.E., el millonario que ambicionaba servir a su pueblo. Para triunfar ante los ojos de sus padres, sin saber bien siquiera qué quería decir eso, él necesitaba convertirse en el servidor público máximo. Y lo fue. Pero al costo de arruinar a la derecha.
Derrotando a Eduardo Frei Ruiz-Tagle, quien intentó resucitar como en tiempos lo hizo Nuestro Señor, S. E. ganó por primera vez una elección presidencial en 2010, luego de haber sido senador por un período. Cebado por esa victoria, triunfó de forma rotunda en la siguiente elección presidencial en 2017. Hasta ahí todo marchaba de perillas. Chile se preparaba para una auto-coronación con público internacional de primer nivel, un fasto solo comparable al de Napoleón, cuando se hizo emperador de los franceses invitando monarcas y hasta un papa.
En ese escenario apoteósico S. E. declaró que Chile era “un oasis”, en el que, encantado, recibiría a las mencionadas reuniones internacionales. ¿Qué mejor contexto para celebrar 70 años de éxito? Entonces cayó la noche sobre él, la revolución digital de octubre, fenómeno que aún no logra comprender. Así S.E. se transformó en un fracasado que da lástima. ¡Pobre hombre! Y vienen los idus de marzo.