"Primera línea" y matapacos. La calle inasible
El movimiento de calle se expande como una fuerza social sin programa, ni orden deseado y ha resistido todo embate neutralizador proveniente de las "elites de curules" que no cesan de acelerar pactos en su demencial afán de codificar toda diferencia política. Por estos días se ha abierto una tercera fase de inéditos antagonismos incompatibles con el texto de la difunta gobernabilidad. Hoy más que nunca el problema radica en una "clase política" (auto/reproductiva) cuya "porfía irrevocable" impide avanzar hacia los nuevos territorios de la ciudadanía y proponer otros "ejes" de subjetivación. A la sazón el desgastado formato de análisis politológico que abrazan diversos Think Tank, cautivos de la dimensión transicional-normalizadora, resulta abiertamente regresivo en materia de conflictividad social. Adicionalmente, ello no ayuda a dimensionar las petrificadas formas que cinceló la modernización para gestionar el régimen de la vida cotidiana. Y es que son precisamente las formas de vida en opresión, en su dimensión subjetiva y antropológica, aquellas estructuras laceradas por una calle que, en su excepcionalidad, no cede ante la estrecha verticalidad de las epistemologías transicionales.
Sin embargo, y contra toda evidencia nuestros cortesanos de turno (pastores letrados, sociólogos y politólogos innombrables vinculados a convenios y a una academia de circuito cerrado) se mantienen aferrados al tiempo histórico de la "democracia cesarista" con su alevoso desgaste representacional. Tal "sociología de Palacio" no ha dimensionado todos los alcances del 15 de noviembre en la llamada "cocina". Si bien, la derecha que lidera Mario Desbordes avanza ligeramente hacia la derogación de la letra pinochetista/guzmaniana y promueve un "piñerismo de la reforma" -que está por verse en pocos meses- esto puede abrir escenarios llenos de incertidumbre, regresiones al oasis transicional, desbordes y porque no, tentaciones autoritarias, dado el quiebre irreversible de la derecha.
Con todo en Abril cerca de un tercio de la coalición de derechas, debería establecer algunos mínimos acuerdos programáticos con el progresismo neoliberal que comprende el campo de la Concertación (el universo de los Lagos Weber, Burgos y los Girardi...¡y de Boric, quién sabe qué esperar¡). Y es, precisamente, este juego de articulaciones transicionales que junto a la órbita del piñerismo deben ofertar un "elitismo plebiscitario" de las transformaciones centristas. Pero esta divisoria es precisamente el "nudo gordiano" de este eventual escenario. La "línea divisoria" entre establishment -duopolio progresista- puede establecer las condiciones de fractura, oposición y radicalización de la insurgencia de calle. A ello se suma un Presidente sin política que tiene la obligación de jugar un rol estratégico aunque en ningún caso lideral dentro del proceso en cuestión. En suma, toda articulación del progresismo concertacionista con el mundo del Piñerismo comprenderá una operación vertiginosa donde las primeras aproximaciones serán con el mundo radical y la Democracia Cristiana. Pero bajo está hipótesis no solo será la "primera línea" de calle quién agudizará posiciones políticas contra el "juego de tablero" de la política binominal, sino también una amplia "capa media popular" y movimientos ciudadanos que observaran con absoluta sospecha los modos institucionales y jurídicos con que se deroga la constitución pinochetista (Letra chica y demáses) por una desgastada dirigencia binominal.
En suma, la nueva fase de conflictividad que se abre hacia Abril girará sobre el acto sacrificial del piñerismo. Pero ello no sólo comprende la piñerización de la protesta social en términos de restituir una "derecha masónica" o semi-liberal, sino que puede ser la rifa donde la clase política -dada su fragilidad- pavimente a tientas la capitulación de Piñera ("la caída del apostador full time") como "moneda de cambio" para obtener la aprobación de la insurgencia y así poder aplacar una calle cada día más rizomática (destituyente/derogadora).
Si bien, la derecha aún utiliza la "figura prudencial" del republicanismo -cultura institucional de los acuerdos- para salvar al Presidente de turno, ello se deberá enfrentar ante el sopor y hastío de los movimientos de calle que aún no despuntan en un vocabulario político. Ello sin siquiera mencionar la prensa alemana o francesa en donde nuestra clase política -y especial el gobierno de turno- es tildado de represor, sudaca y bananero. En suma, de un lado, tenemos el déficit político de nuestro "viciado parlamento" (¡grieta¡) y, de otro, la falta de "densidad etnográfica" para entender el "mosaico insurreccional" que se juega en las calles.
Y para muestra un botón: una calle devocional que utiliza banderas mapuches como apropiación de sujetos lacerados, litúrgica en sus barras bravas, tan nihilista como religiosa en sus abundantes ángeles dantescos, tan marginal como ciudadana, y que ha erigido a un perro a la intemperie (¡Matapacos, un callejero por derecho propio que se resiste a la codificación del poder¡) como ícono de la protesta social sin partidos, ni programas. Y es que la potencia imaginal de una calle sin rostro definitivo, como experiencia de la infinitud, aún no responde a la pregunta por el "orden deseado" por los pastores del orden. Más aún; no existe gramática que pueda cautelar genuinamente la excepcionalidad de la purga y su densidad ética. La calle, como partera de la verdad, como sublevación popular, rechaza los juegos de poder del movimiento universitario y se resiste a esas manufacturas.Huelga agregar un comentario sobre esa obesa "teoría de la continuidad" (que tanto abunda en los asesores de Chile 21), pues unifica los procesos 2006-2011 y 2019. Aquí estamos en presencia de una "anoxeria intelectual" que amerita otra nota: el movimiento pinguino y cachorril del 2006 tiene dimensiones vernáculas donde no se exhibe un peticionismo promiscuo como fue el caso de la veloz parlamentarización y circulación de elites del 2011 donde el duopolio pudo manejar el conflicto desde el parlamento. En cambio, hoy el carácter destituyente/derogador del 2019 -que incluye una extensa capa media popular- tampoco está en continuidad con la maquinaria de pactos que secuencialmente se fueron gestando con la bancada estudiantil. Esa teoría de la bizarra "teoría de la continuidad" no se hace cargo de tres epistémes que deben ser diferencias en su nomenclatura, situadas en sus propósitos y que ameritan ineludibles distinciones conceptuales. Para el anecdotario transitamos del Che Guevara a Matapacos, pero con tres usos de calle sustantivamente similares, pero sustancialmente distintos. Pero el egoísmo del verso bruto les impide a nuestros lacayos cognitivos establecer tales distinciones.
A ello se agrega un tercer momento que difícilmente se resolverá antes de un lustro, a saber, cuál es el "orden deseado" que busca la "primera línea", o bien, cómo vamos a pensar el movimiento de calle bajo la figura inasible de su propia finitud de momento inaudible, innegociable y diluviana, sin tener que ceder a los aparatos de codificación de la ex tinta, pero obtusa representación política de los transitologos.
Quizá hay que iniciar la pregunta por un nuevo imaginario del orden -cuestión que comprenderá muchísimo tiempo y creatividad- pero tal imaginario se debe desprender radicalmente de las lógicas de abuso depredador que el campo institucional codificó durante casi tres decenios. De otro modo, la interrogante por el "horizonte deseado" será siempre una pregunta diferida y librada al vacío de su propia infinitud (impolítica). De allí que nuestros barones políticos siguen porfiando con una política del pacto instrumental, obviando dimensiones fundamentales de subjetividad y vida cotidiana que nuevamente pretenden ser aplacadas y neutralizadas con el agotado recurso de los "acuerdos palaciegos".
De momento es necesario comprender que la "primera línea" no puede ser leída por nuestra "izquierda neoliberal" como la disrupción odorífica, anecdótica y carenciada que narran nuestros "pastores letrados" (pienso en los Rectorados semióticos que maltratan el mundo de la plebe y reponen la ley de bronce Durkheimiana) que a punta de "clasismo cognitivo" y sarcasmos motejaron a la "primera línea" de descerebrados y anómicos volviendo al ancestral miedo a las masas. Nuestra clase intelectual no puede obrar como el "policía epistemológico" que con un bate discursivo golpea la alteridad de la calle en toda su interdicción.
En suma, si la miopía de nuestra "política institucional" consiste en obviar que la insurgencia de calle se sigue radicalizando, diversificando y multiplicando en sus estrategias, es más complejo asimilar las estrategias de imaginación popular que no riman como articulaciones hegemónicas o "cadenas equivalenciales" (Ernesto Laclau y las lecturas del FA), sino como un conjunto de movimientos y cuerpos. La unidad fundamental en nuestra parroquia es eminentemente institucional, en cambio en la Argentina responde al movimiento y la deliberación, o bien, como lo ha dicho el propio Horacio González a una "sensibilidad social muy argentina".
Finalmente, la pregunta por el "orden deseado" no puede estar entregada a la prepotencia de los "mesías hermenéuticos" y sus mitos de orden, obediencia y consumo. Eso sería retornar a la Uribe Noche de antes del 18/0. La pregunta por el nuevo imaginario implica tiempos, inflexiones y palabras nuevas tendientes a la vertebración de la calle y sus rizomas. Qué duda cabe. Nuevamente estamos contra el reloj.