Ahora estamos ante su primera novela publicada, Sara. Sara tiene 63 años y es jubilada. La novela comienza con su única hija saliendo para siempre del departamento compartido. He aquí que esperamos a la madre sufriente y septuagenaria devota del abandono, pero la autora nos abofetea con una protagonista lejos de los estereotipos. Sara está feliz de que su hija obesa por fin se vaya. Peor aún, no entiende más que como carencia el lesbianismo de su hija, y como una falta de amor propio,  la obesidad. Sara es una mujer acotada por un trabajo único durante cuarenta años,  la imposibilidad de asumir riesgos y el vacío mecánico en el que queda sumergida ante la ausencia de amigas, la jubilación miserable , la anonimia.

Sara no es una heroína típica, pero sí es un personaje muy bien articulado de las miles de Saras que deambulan en nuestro país, que compran solo dos hallullas a nuestro lado, que exceden el presupuesto con un par de láminas de queso o jamón cuando alguien las visita.

Si el estallido social es por educación, salud y pensiones dignas, Sara no tiene pensión digna. Tampoco una educación contestaría o cuestionadora de la realidad. Su salud se resquebraja.

En este inicio de mujer de edificio, estas poblaciones en altura de supuestas clases medias, Sara es una más de ellas. La hija se va con su pareja a una vida con un sueldo que ella ansía; la amiga tiene carteras de cuero con hebillas que jamás podrá pagar; el padre muere de a poco con su nueva mujer a la que menosprecia; los conserjes son sus únicas conversaciones. En esta vida achatada, el elemento disruptivo de una nueva vecina bella y joven la estremece al punto de transformarse en una voyerista de todo lo que hace la mujer rubia, e intenta de todas las maneras posibles formar parte de su vida. No solo eso: quiere ser su vida.  Respira por ella, cela, le dedica sus insomnios. La joven para Sara es todo lo que ella nunca fue o nunca tuvo. El subtexto nos da una protagonista seducida y enamorada de lo que cree atisbar en la otra. Es a través de la vecina que ella vive. Es por ella que comete acciones deleznables que espera olvidar. Nada se salva de su envidia ni de su rabia cuando siente que ha sido excluida.

Sara es una historia de desaciertos, de soledad, de individuación. De aspiraciones materiales para suplir la terrible ausencia de los bienes simbólicos. Pero sobre todo, es una historia de las sin historia.

Maivo Suárez articula una trama cercana, no se enreda en los vericuetos morales y remece nuestras creencias de escalas valóricas. Sara es una novela que viene a incomodar. Y lo hace muy bien.