El estallido de los que sobran, o cómo la élite subestimó a la gente
No son 30 pesos, son 30 años, es una de las consignas que más resuenan en las calles de Chile; y es que podemos decir que desde el término de la última dictadura, no habíamos vivido un momento en el que el modelo neoliberal como único camino posible se cuestionara de tal forma. Sin embargo, no hay que perderse, no es que en las manifestaciones se identifique necesariamente al actual modelo como el responsable de la precarización de la vida, como concepto, más bien, es lo que implica y genera el neoliberalismo en cada hogar lo que se pone en cuestión, lo que llama a una nueva forma de organizarnos como sociedad, aunque no se tenga claridad de cuál sea esta.
Tenemos una clase política que tomó la decisión de enclaustrarse, de hacer política a puertas cerradas y llegar a acuerdos en lo que ellos mismos denominaron la cocina. La política del consenso oligarca dejó de mostrarle a la ciudadanía proyectos políticos distintos entre quienes administraron el duopolio, ideas de país en disputa, generando una profunda desconexión y desafección. Si no hay nada en juego, si no se cuestiona el modelo y todos los sectores políticos tienen un mismo proyecto, con matices que acuerdan encerrados entre cuatro paredes, ¿cuál es el rol de la ciudadanía?
La gente se acostumbró no solo a vivir sin “la política”, sino que a sobrevivir a pesar de “los políticos”. Dejamos de necesitarles para buscar soluciones a nuestras vidas, porque esa clase política que se enclaustró en el poder dejó de responder a nuestras demandas. A medida que pretendíamos buscar soluciones, nos cerraban las ventanillas una tras otra. Ese ejercicio de buscar respuestas y no encontrar espacios en los que se den, ante una clase política anacrónica, es lo que nos tiene hoy cantando en las calles el baile de los que sobran.
Porque en Chile el baile de la élite es a puertas cerradas, se entra con invitación exclusiva, si eres familia de y tienes un apellido impronunciable. Mientras se bebe y come bien, se toman decisiones importantes sobre el destino de millones. De este baile nosotras y nosotros fuimos excluidos, no estábamos en la lista de invitados, cuando nos acercamos nos convidaron a lavar los platos y servirles las copas del mejor vino, y después nos sacaron a patadas.
Así que tuvimos que hacer nuestros propios bailes, el de las abuelas y abuelos que se jubilaron y se volvieron pobres; el de las mujeres que se organizaron para cuidarse, para recibir a la vecina cuando su pareja la golpea, o ayudarla a abortar acompañada; el de las y los trabajadores a honorarios, part time y de las temporeras, que no tienen derechos laborales; el de quienes reciben el sueldo mínimo por trabajar jornada completa y demorarse dos horas en llegar a sus hogares; el de quienes tienen el sueño de estudiar, pero no pueden porque deben aportar en la casa, de quienes fueron estafados por universidades privadas, de quienes se endeudaron 20 años para poder estudiar y hoy están en Dicom; el de quienes no pueden salir de sus casas por el narcotráfico; el de quienes se tuvieron que criar en el Sename; el de quienes han luchado toda la vida por un hogar digno para sus familias; el de quienes tienen que vivir en zonas de sacrificio; el de quienes se murieron en las listas de espera del hospital. El de quienes miramos por distintas ventanas cómo financiamos los privilegios de la elite.
El viernes 25 de octubre de este año, en los principales centros neurálgicos de cada ciudad, todos esos diversos y transversales bailes se encontraron. Ese día hicimos historia. Porque Chile despertó significa más que salir a la calle a manifestarnos, sino que tiene que ver con el que al fin nos encontramos, nosotras y nosotros, la gente común. Nos miramos a la cara, nos vimos reflejadas en la lucha del otro, y es que estar así de unidos nos permite empezar a pensar en que podemos ser uno solo.
La consigna que se escuchó en cada rincón fue “no más abusos”, es que nos cansamos de los atropellos de la clase política ensimismada, de la élite privilegiada, de la oligarquía que se enriquece a costa nuestra. Por eso es tan paradójico escuchar hoy en los medios de comunicación a esa misma clase política tradicional, que el sábado de pronto se despertó “progresista” y preocupada por la justicia social, debatiendo sobre respuestas entre ellos mismos. Ellos, quienes han sido parte del problema durante estos 30 años, pretenden volver a pactar un acuerdo a puertas cerradas, entre ellos. Lo que tienen que entender es que nunca más será posible construir un pacto social sin la gente como protagonista.
Es que las masivas manifestaciones de esta semana son la expresión de que la gente le dijo basta al consenso de la transición que benefició a unos pocos a costa de la mayoría. La tarea parece entonces la de construir un nuevo pacto social y político que nos incluya a todes, uno donde no sobre nadie, donde nadie se quede atrás pateando piedras. Porque si salimos con las banderas chilenas, entonando el himno y gritando “C H I”, es porque el germen que está en el estallido es el de recuperar la patria, el punto está en que esta vez sea para todes.
¿Qué viene ahora? Es difícil anticipar los escenarios, pero la historia nos deja enseñanzas. La oligarquía, por más que hoy diga que cambió y que les importa cómo vive la gente, solo busca cuidar sus intereses. Tanto es así, que a las legítimas demandas y manifestaciones, respondieron con militarización, violencia, represión, violencia sexual y tortura. La oligarquía se va a defender porque temen perder sus privilegios, tal y como lo señaló la primera dama.
Por otra parte, la extrema derecha verá en la crisis una oportunidad para que su discurso de odio haga sentido. Intentarán que la gente identifique al enemigo en nuestro interior, inmigrantes, jóvenes, quienes viven en las comunas periféricas, cualquiera les será útil para culparle por las penurias de la gente. La clase política corrupta, por cierto que también, y es ahí desde donde intentarán descolgarse. El objetivo es hacer que su discurso de ultraderecha haga sentido entre quienes están indignados con el actual sistema, para implantar un modelo más injusto, depredador y autoritario.
Mientras que el rol de las fuerzas de transformación en este momento, es justamente el mismo, disputar el sentido común, pero en este caso, para que después de esta coyuntura el país vire hacia un modelo basado en una sociedad de derechos. Es en un momento histórico como el actual, en el que las palabras “revolucionario” y “radicalidad”, en la práctica del militante -no así en su convicción- mutan del sentido que las marcó en el siglo pasado. Lo revolucionario hoy es otorgar sentido transformador a las consignas que levantó la gente, no imponer otras que nos parezcan más adecuadas porque salen en los libros; la radicalidad está en correr los límites de lo posible. Ganar en la batalla cultural, y eso es hacer sentir en las mayorías, en las y los movilizados, en quienes no salen a manifestarse, pero sí les hace sentido el clamor popular, que la salida del conflicto solo puede ser hacia un proyecto de justicia social, hasta que vivamos con dignidad, hasta la victoria de la gente.