Notas sobre teatro: Travestis inmigrantes y chilenos a cuchillada limpia
Pompeya es lo que llamaríamos una sandía calada, una pieza que viene rotando desde el 2017 en la cartelera, cosechando elogios y acrecentando el prestigio de sus intérpretes y autores, y de todo su equipo técnico. Además hay disponible un libro con la dramaturgia, aunque nunca será lo mismo. El teatro hay que verlo, es por definición un efímero, siempre. De modo que si usted no la ha visto, mejor es que no pierda tiempo y vaya a verla, quedan funciones apenas hasta este sábado en el Ictus.
La obra provoca desde el principio la risa. ¿Por qué será que los chilenos al ir al teatro van como predispuestos a reirse? No me queda claro qué complicidad malentendida opera en este prototípico espectador chileno. Risas ante los garabatos, ante el insulto ingenioso, coprolálico y verborreico. Como hablan los travestis de la calle. El lenguaje es procaz y violento, de una crudeza salvaje, porque cualquiera que haya hablado de manera desprejuiciada con un travesti, sabe que los travestis usan el lenguaje como un arma con la que se defienden del mundo. La risa del travesti es siempre una herida, una risa negra. Y me queda la duda de si el público no se ríe más bien como un niño cuando un adulto dice caca, como un quinceañero onanista cuando sus amigos dicen teta, o como una vieja mojigata cuando Pedro Carcuro dice poto. Me da la impresión, o acaso debiera decir simplemente temo, que cierto espectador no se da cuenta de que el lenguaje utilizado en realidad no busca hacerlo reír. Todo lo contrario.
Lo que pasa, claro, es que así hablan los travestis que se dedican al comercio sexual. A garabato limpio, pelean y gritan todo el rato, no pueden expresarse con mesura, o contenidamente, mucho menos cuando les piden silencio, es apagar con bencina el incendio. De esa manera el travesti se define a sí mismo en el lenguaje, de otra manera no puede serlo. Exageradas como sus vidas al borde de ese filo sangriento.
El bajo fondo retratado es un caldo turbio de emociones intensas, la trágica existencia de quienes viven en ese extremo de la marginación. Donde la calle se disputa a cuchillo limpio y el narco hace nata. Donde conviven el deseo naif del mejor rímel o el glamour del taco aguja y la lentejuela, con la saliva blancuzca del trasnoche, la agria halitosis del hambre, o la ilusoria esperanza de salir de la angustia. Entonces la calle golpea la puerta, y son los inmigrantes que llegaron para quedarse y están quitándonos la calle, la clientela. Peruanas, colombianos, dominicanas, ecuatorianos. Dice la propaganda que cobran más barato y lo chupan más rico. Chilenos culiaos, puta el país penca, tal como decía un flaite en la micro, la raza es la mala.
Una obra que mete el dedo en la llaga. Que acaso sea necesaria para quienes no han cruzado palabra jamás, no solo con un travesti que se dedique a la prostitución, sino simplemente con un transgénero. O con un haitiano que debió terminar de pordiosero. O con un delincuente drogadicto. Porque hay chilenas y chilenos que nunca parecen haber tenido contacto con las múltiples caras de esa capa social que para algunos constituye una escoria humana, los deshechos de la sociedad, a los que no ya ni siquiera se les considera personas. Los que terminan en fosas comunes sin que nadie vaya a reclamar sus piezas dentales.
Pompeya pone a 4 personajes verosímiles hasta el retorcijón estomacal, hasta la sequedad de garganta. Que te hacen trastabillar. Duros, crueles, despiadados, y profundamente emotivos por lo mismo. Habrá quizás en el público quien evoque a Lemebel o al Pancho Casas, quien sienta un eco como una epifanía. Difícil la toma de conciencia en un tan bajo fondo. Y sin embargo estamos en Chile y la dictadura no está ni tan lejos. Vive sana y salva en la constitución, en las leyes migratorias, en las elecciones presidenciales y sus candidatos pinochetistas, y vive sobre todo en la mentalidad de un pueblo que estigmatiza al peruano como sucio, al colombiano como traficante, a la dominicana como prostituta, como si los chilenos no tuviéramos tejado de vidrio. ¿Cómo surge un discurso facista? Nacionalismo, pobreza, ignorancia. Oye, si la derecha somos mayoría en el pueblo, si hace rato que los pobres somos de derecha. ¿O no?
Es siempre difícil decir algo más cuando una obra ya ha sido tan aplaudida por la crítica. Mejor es, y disculpe lo majadero, que vaya a verla. En serio. Y si puede, haga el ejercicio: trate de no reírse. Pero tampoco se amargue, no me malinterprete, no se trata de eso. Si la obra le parece chistosa, si la risa le gana y se ríe, está todo bien. Está fantástico de hecho. Así somos los chilenos. Nos da risa nomás. Que un maricón le diga al otro pero pa qué te querís cortar la tula, no seai maricón, eso nos da risa. Pero si puede, concéntrese y dese cuenta de que ser un inmigrante discriminado, un flaite xenofóbico y racista, o un travesti pobre, no es, en el fondo, para la risa.
Últimas funciones hasta el sábado 28 de septiembre
21:00 hrs.
Teatro Ictus - Merced 349
Precio único: $5 000.
Reservas, entradas e informaciones: +56 2 2639 1523 / +56 2 2639 2101.
Ficha artística
Dirección: Rodrigo Soto
Dramaturgia: Gerardo Oettinger
Elenco: Guilherme Sepúlveda, Rodrigo Pérez, Gabriel Urzúa, Jaime Leiva
Diseño sonoro: Daniel Marabolí
Diseño integral: Gabriela Torrejón
Operación sonido: Magdalena Llanos
Producción: Alessandra Massardo
Libro: Pompeya (texto de Gerardo Oettinger), Editorial Oxymoron, $8 000.