Renato Poblete, una vida de abusos

Renato Poblete, una vida de abusos

Por: Catalina Baeza, Mónica Maureira y Paula Sáez | 06.08.2019
En las voces que han salido a explicar y opinar de los abusos sexuales, de poder y de conciencia, perpetrados por Poblete (y otros como Cristián Precht también arrojado “a las turbulencias de la condición humana” en palabras de Ascanio Cavallo) se observa un esfuerzo concertado para reseñar que se trata de una conducta esporádica, aislable en lo individual. Así circunscriben la responsabilidad al ámbito personal de un individuo particularmente violento. Es decir, un Renato Poblete que desconcertó, que fingió por décadas y que hoy sorprende con su lado más perverso o “picado de la araña” como lo describiría ramplonamente el ex cura Renato Hevia.

No bastó la voz de víctimas y sobrevivientes de los abusos sexuales cometidos por religiosos al amparo de la Iglesia Católica. Tampoco bastó la voz de Marcela Aranda( principal denunciante del cura Renato Poblete), ni la comunicación pública de los jesuitas respecto a la violencia sexual cometida por el sacerdote en casi medio siglo. Nada parece frenar los eufemismos, clichés y etiquetas con que opinan los representantes de la congregación del Hogar de Cristo, panelistas de programas políticos, variopintos y desinformados profesionales de los medios de comunicación.

En las voces que han salido a explicar y  opinar de los abusos sexuales, de poder y de conciencia, perpetrados por  Poblete (y otros como Cristián Precht también arrojado “a las turbulencias de la condición humana” en palabras de Ascanio Cavallo) se observa un esfuerzo concertado para reseñar que se trata de una conducta esporádica, aislable en lo individual. Así circunscriben la responsabilidad al ámbito personal de un individuo particularmente violento. Es decir, un Renato Poblete que desconcertó, que fingió por décadas y que hoy sorprende con su lado más perverso o “picado de la araña” como lo describiría ramplonamente el ex cura Renato Hevia.

Una segunda intención da cuenta de una suerte de vida encubierta. “Una doble vida” como ha acuñado- estereotipadamente- la prensa nacional tras el resumen que se conoció de la investigación independiente contra Poblete. La revelación de una vida camuflada detrás de un hábito que causó profunda sorpresa en los ojos de quienes lo rodeaban. Es sabido (menos para voceros jesuitas y algunos columnistas y periodistas) que no es fácil detectar a un abusador sexual (aún cuando hay indicios: guías espirituales, curas que ofician de profesores y educadores, familiares o casi parientes). Parte de sus estrategias y talentos son justamente pasar desapercibidos, ganar la confianza de quienes los rodean para perpetrar sus crímenes en total impunidad. Se esconden en el ámbito de lo privado, usan la coerción y el miedo de las víctimas. Ganan en el silencio.

No obstante, estos casos sistemáticos de abuso sexual de eclesiásticos, no deben ser tratados como equivalentes a estas conductas individuales, de la misma forma como los abusos sexuales cometidos por Paul  Schäfer, contra decenas de niños y adolescentes, no podrían atribuirse exclusivamente a él, sino a toda una estructura llamada Colonia Dignidad que amparó esa violencia sexual.

En los abusos de la iglesia es posible y necesario suponer que hay una estructura más densa que la sostiene.

Los delitos sexuales de esta institución revisten una gran complejidad: el número que se conoce a nivel mundial es escalofriante (con miles de denuncias en Alemania, Australia, Estados Unidos, Irlanda, además de los íconos caídos como Marcial Maciel). Que en Chile recién se estén conociendo en su real magnitud, solo abre una puerta al ya consabido infierno. Por lo mismo no es casual que quienes han salido a la palestra en Chile son sacerdotes que gozaban del mayor reconocimiento por parte de la élite política y religiosa de este país: el cura John O’Reilly, Fernando Karadima, Cristián Precht,  Renato Poblete y Gerardo Joannon. Curas con alto prestigio, acceso al dinero y al poder de quienes manejan las decisiones del país, ahora en democracia y antes en dictadura. Todos ellos han sido, en consecuencia, modelos a seguir por parte de quienes se han formado al alero de sus prédicas y conductas.

Cuando se ahonda en las investigaciones, aparecen rápidamente personas que supieron de estos hechos, pero que no dieron credibilidad o no persistieron en el esclarecimiento de las denuncias (particularmente si estas acusaciones provenían de mujeres). También aparecen personas que supieron y a quienes se les asignó el trabajo de esconder bajo la alfombra lo que estaba ocurriendo. Cómplices directos en este caso. Todas situaciones que reflejan, sin duda, una sociedad tolerante a los abusos y a la violencia sexual de todo tipo; que prefiere justificar, mirar para el otro lado y negar los hechos antes que afrontarlos. Hablamos entonces de un contexto coordinado para propiciar que las personas hagan caso omiso o derechamente escondan su cabeza.  O quizá prefieran participar directamente de ese goce del poder representado en campañas solidarias y bien vestidas, y cenas con pan y vino retratadas en páginas sociales.

La ambigüedad en la iglesia frente a estos temas es parte del síntoma que sostiene estas prácticas y hace que se institucionalicen (al igual que los abusos sexuales cometidos al interior de las familias). Recordemos que en un reciente y extenso documento enviado por Joseph Ratzinger sobre los abusos sexuales en la iglesia, culpa a la revolución sexual de los años sesenta, olvidando, solo a modo de ejemplo, que el Vaticano escondió los documentos y denuncias que tenía sobre el fundador de los legionarios de cristo desde 1943. Marcial Maciel, quien fue investigado entre 1956 y 1959, solo fue “condenado” a una vida en penitencia en 2006.

Los abusadores no tienen “doble vida”

Las declaraciones de Benito Baranda, ignaciano, ex director del Hogar de Cristo y director ejecutivo de América Solidaria a nivel internacional, son un claro ejemplo de la tolerancia y la confusión que hay en algunas personas respecto de los delitos sexuales. Baranda expresó hace unos días en La Tercera: “Yo creo que una de las dificultades de la vida de muchas de estas personas que viven el celibato, y un celibato a veces que optaron por él porque desearon ser sacerdotes pero no para ser célibes, te lleva a comportamientos de ese tipo. No estaba en mi conocimiento todo este otro aspecto más de perversión y de violencia brutal que después escuchamos de Marcela (Aranda), y recordé estos casos cuando Marcela lo contó en enero”.

Con estas declaraciones, Baranda dice explícitamente que cree que el celibato sería responsable del comportamiento de Renato Poblete. El problema que tiene Baranda, es un problema compartido por muchos. Primero porque todo acto de intimidación y de violación del consentimiento es un acto de extrema violencia. No tenerlo claro y ser ambiguo (bordeando la indiferencia) frente a ciertas prácticas, y no a otras, es parte del horror que vivimos hoy.  Por otro lado, también hay confusión respecto del celibato: no es este el  responsable de las conductas abusivas,  así tampoco su eliminación es un garante que estas conductas terminen.

El celibato al que son obligados los sacerdotes no les hace más propensos a cometer los abusos sexuales, pero la larga lista de abusadores en las iglesias, si permite afirmar que los abusadores sexuales se aprovechan del supuesto celibato encontrado en la institución- y de la confianza implícita entregada por la sociedad- para poder perpetuar sus crímenes.

Por otro lado, aparecen las declaraciones del cura Felipe Berríos, aduciendo que Renato Poblete se habría vestido de cura para realizar sus crímenes, enfatizando el relamido término “doble vida”. Los abusadores no tienen doble vida, tienen, como todo el mundo, solo una vida. Una vida de abusos, violencias y mentiras aceptadas y amparadas por quienes prefieren encubrir los abusos y la violencia. Los abusadores no tienen una vida de méritos y otra de abusos como nos quieren hacer creer. No.

Los abusadores tienen un comportamiento sistemático de poder,  amparado en la confianza otorgada y en una red, muy bien organizada. Un engranaje perfecto de encubrimiento.

Según el investigador de Poblete, el penalista Waldo Bown, “el patrón de comportamiento del investigado, siempre fue el mismo”. Poblete, como un depredador, escogía a sus víctimas aprovechando el momento oportuno para cometer su crimen. Víctimas que describen como vulnerables porque estaban sufriendo algún tipo de conflicto o por su corta edad. Esto que sin duda contiene una verdad, también es otro modo de desviar nuestra mirada hacia la víctima y no hacia el agresor, quien ejerce poder sobre sus víctimas.

Así se desvía el foco de la verticalidad del abuso.

Al final solo nos resta una pregunta: ¿Es la vulnerabilidad la que facilita el acto de violencia o es la violencia del abuso la que transforma a una persona en un ser vulnerable? Pareciera ser, que es más bien la segunda.