La derrota del tenis chileno: "polvo de ladrillo" de Andrés Urzúa de la Sotta
Son los Juegos Olímpicos de Atenas del 2004. Se disputa el doble de tenis más importante en la historia de Chile. Un país expectante mira la televisión de uno de los únicos deportes en que hemos destacado. El partido es una muestra de la resistencia de los chilenos Massú y González. El aguante parece ser una característica de los jugadores. Newen, diría alguien por ahí. Esa tarde fue sábado. Lo sé, porque estuve jugando con mi mejor amigo del 2004. Teníamos dos paletas de playa. Nuestro partido no superó la media hora. Cuando habíamos terminado de jugar, los tenistas seguían devolviéndose la bola. Al final, nadie estaba expectante. Almorcé tranquilamente pescado con papas fritas. Creo que venía la once cuando escuché los bocinazos. Chile ganó la doble medalla de oro. Me abracé con mi mejor amigo y rodamos en su piso flotante, sin entender por qué una pelota mal raqueteada les daba el triunfo. Teníamos ocho y siete años, respectivamente. Con suerte sabía contar. Es el primer delirio de victoria que recuerdo. Me recorría una alegría extraña, todos en esa casa lo estábamos. Alegres, caminamos por dos cuadras a una plaza despellejada en una pobla de Quinta Normal, mientras alguien llevaba de capa la bandera de Chile.
En polvo de ladrillo del poeta Andrés Urzúa de la Sotta, se experimenta lo contrario: la derrota se nos pega como chicle en el pelo. El libro es una edición del tamaño de un ladrillo, con el color de la arcilla, donde la finalidad del deporte parece perder su génesis. Escrito en varios registros, en él nos encontramos con una provincia media perdida y arrasada por la modernidad, con gallinas picoteando en algún patio trasero, y un pequeño recorrido histórico del tenis del Chile del siglo XX, un país con triunfos escasos.
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Es el 2014 y escucho a Bonvallet en un streaming radial. El “gurú” explica la importancia del deporte, el triunfo como aliento al pueblo. Así lo llama, estableciendo la idea de que una familia puede olvidar peleas y discusiones al ver a la selección nacional en la cancha, que ricos y pobres somos uno ante la dirección de una pelota, eliminando casi automáticamente lo político del deporte. Todos somos uno, no hay bandos, ni trifulca. Bonvallet describe la carga de los jugadores: no llevan solo a sus familias en la espalda, sino que a un país que la pasa mal: terremotos, desastres naturales, desigualdad, explotación.
En el libro de Andrés los poemas divididos en seis sets experimentan lo que Bonvallet llama “carga”. La carga de la derrota histórica y lo que ello significa. De manera corta y precisa, los versos explicitan la violencia cotidiana con la precisión de un raquetazo. En prosa, con voces cambiadas que, entre táctica y esquemas, tratan de explicar la imposibilidad del triunfo. Nadie se mantiene donde mismo. Ni el perdedor, ni mucho menos los ganadores.
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Limache aparece con ese hálito de nostalgia truncada que recuerda a Teillier, esa manera propia de recordar una aldea con identidad propia. La diferencia es que este pueblo –que podría ser Machalí– no cambia mucho. Al contrario, no es una provincia perdida, ni posee la tranquilidad de antaño, como leemos en el poema«Evelyn Anabalón»: “Antes de que llegaran/ las farmacias // de que los supermercados/ reemplazaran a las ferias. // antes de que instalaran/ un aviso comercial sobre// el pasaje que miraba todos los días desde el frontón.// Antes –incluso– de la clausura del cine París// las cosas tampoco eran/mucho mejores”.
Al final, un sitio que podría ser un eriazo o una hacienda donde unos son dueños de mucho, y los otros, de nada. Otra manera de contar historias hiladas que no pueden contenerse de manera sencilla. Por ejemplo, sobre un hombre que trabajó toda la vida al cuidado de una cancha de arcilla, hasta que esas canchas cierran para siempre; un joven, que jugó como quien juega una pichanga sobre la fragilidad de la infancia. El escenario es variado porque menciona sin preámbulos una diferencia social y económica determinada por los que siempre han sido los ganadores: los jefes, los patrones.
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El libro se abre con una serie de poemas que se encuentran entre recuerdos y un armado narrativo que página tras página se revela. Hay incluso imágenes que dan cara a la época que emulan, por ejemplo, diarios viejos que recuerdan la dictadura o hechos muy puntuales que aborda el hablante. Pero la identificación de fechas poco importa, pues el triunfo nacional puede contarse con los dedos de la mano. Por otro lado, las tragedias y las derrotas son muchas, con finales poco prósperos. En este caso, el autor agrega personajes que resultan extraordinarias, como Anita Lizana, el apuñalamiento de Mónica Seles en pleno partido, o la descripción a un escultor chileno-brasilero que daba clases de tenis a lo largo de Chile. Esa duplicidad que brinda el poemario de dar las dos caras del abismo. La tormenta nacional y el temporal personal.
En el libro el asfalto es rellenado con ladrillo molido. Pareciera que hay una relación directa de vivir con los rastros de arcilla. Incluso hay metáforas de vivir con la sangre entre las piernas: “Al entrar/ a la ducha// después/ del partido// la arcilla/desciende// como sangre/entre las piernas” (pág. 37). Las ideas del libro van más allá de la dialéctica de ganar y perder. Al atravesar un universo en los pequeños sets que dividen el poemario, un imaginario se despliega desde lo individual hasta la ilusión trancada del colectivo, donde los objetivos de triunfo son montados a tal nivel que muchas veces olvidan su cimiento. Dice Bielsa en el epígrafe: “Los seres humanos de vez en cuando triunfan. Pero habitualmente desarrollan, combaten, se esfuerzan y ganan de vez en cuando. Muy de vez en cuando”.
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Sería un error arrinconar a este libro solo en una cancha de tenis donde se dividen perdedores y ganadores. No se puede pretender dividir el mundo en dos aguas, leemos en el poema «Roberto Mancilla»: “no se trata de entrenar para ganar// para ascender en el /ranking// se trata de entrenar para aprender// para elevar la dignidad de la derrota/ para vivir en carne/ propia// el sabor de la costumbre/nacional”.
Hace pocos años, en una televisión saturada de fútbol, se aludía a que nuestra selección entraba a la supuesta edad de oro. Semanas atrás, vi en un noticiario a un psicólogo explicando lo positivo del triunfo deportivo, decía que con él la próxima generación se formaría con otro horizonte. El recambio de una generación de niños que están marcados por la experiencia de ver a sus ídolos ganar. Un país que triunfa en conjunto puede determinar las percepciones psicológicas próximas. El psicólogo no mencionaba a ningún autor ni estudio relacionado a sus dichos. Al final, los periodistas le preguntaron, ¿el triunfo trae a una mejor generación? Creo que esa respuesta está implícita en polvo de ladrillo.
polvo de ladrillo
Andrés Urzúa de la Sotta
Pez Espiral
89 páginas
Precio de referencia $10.000