Los rojos labios de José Martí y el sagrado bronce de la masculinidad

Los rojos labios de José Martí y el sagrado bronce de la masculinidad

Por: Juan Pablo Pozo | 20.05.2019
El hecho de que Martí sea incorporado en la búsqueda de justicia para la población LGBTTI, así como lo ha sido en la de los partidarios de la revolución y en la de sus adversarios, solo da cuenta de su vigencia, de su universalidad y de un profundo respeto, lejos del chauvinismo simplón. Del mismo modo, en la miopía que afecta a quienes han denostado con inaudita violencia a Robles, se ofrece de cuerpo entero una visión en que el orden de géneros es inequívocamente binario, y lo considerado culturalmente femenino, cuando opera en un cuerpo masculino, es degradante y reñido con la estatura de héroe. Abono ideológico para la más encarnizada homofobia.

Hace pocos días supimos de los incidentes ocurridos en Cuba a propósito de una marcha organizada por colectivos LGBTTI que habría sido reprimida, al impedírsele marchar por el Malecón, cerca de donde el Centro Nacional de Educación Sexual CENESEX realizaba un acto por la diversidad sexual, lugar en el que pretendían irrumpir los manifestantes, para supuestamente, repudiar la forma en que la revolución ha enfrentado la problemática de las sexualidades divergentes o fuera de la heteronorma en la isla.

Casi en forma simultánea, tanto desde la izquierda como desde la derecha, surgieron voces de repudio por la medida de las autoridades cubanas, las que fueron difundidas a toda prisa y sin ningún contrapeso por diversos medios de prensa y por supuesto, por las redes sociales. Entre otras destacadas voces, recuerdo la de Vicente Feliú y también la de la hija de Pablo Milanés, quienes criticaron el actuar del gobierno cubano. Sin embargo, también hubo voces que, sin apoyar la represión, dejaron abierta la posibilidad de que esta se tratara de una forma de defensa.

Entre estas últimas voces, ocupó un lugar destacado la del periodista y activista chileno Víctor Hugo Robles, más conocido nacional e internacionalmente como “El Che de los Gays”, quien en una columna llamada “Las banderas del arcoíris pintadas con orgullosos e imborrables colores antiimperialistas” y publicada en El Desconcierto advirtió sobre el peligro que representa la utilización de las demandas de la comunidad LGBTTI como Caballo de Troya, estrategia que buscaría llevar a un nivel más alto en Cuba la arremetida reaccionaria, que ya ha causado estragos en gobiernos de izquierda de Latinoamérica, además de tener la “ilusa” pretensión de socavar el arduo trabajo realizado por el CENESEX, liderado por Mariela Castro Espín.

Lo interesante es que, de lo que dijo el activista chileno, nada ha sido rebatido por quienes repudiaban el actuar del gobierno cubano con tanta ferocidad ni ha provocado tanta ira como la fotografía que ilustraba su columna. En ella, aparece Robles en una marcha de la diversidad realizada hace unos años, en pleno acto performático, tal como los que suele consumar. Esta vez le aplica un rojo lápiz labial al busto que representa a José Martí en el parque Bustamante en Santiago de Chile, y envuelve su cuello de bronce con la bandera del arcoíris.

Apenas unos minutos después de que se publicó la columna, comenzaron a aparecer en su Facebook y en los sitios electrónicos por donde esta circulaba, destempladas voces descalificando su postura con los más gruesos epítetos. Sin embargo, lo que más llama la atención es que rápidamente se olvidó el origen de la polémica, y quienes se habían alzado para repudiar la supuesta homofobia del gobierno revolucionario callaron o se unieron a las que echaron mano a la homofobia más recalcitrante para descalificar al activista chileno.

En ese sentido, resulta paradigmático el caso de la Gran Logia de Cuba, la que emitió una declaración oficial en que condena el acto performático ocurrido hace años, (ya no la marcha ni la represión), e indicó que este “es capaz de ofender la esencia de un hombre de tanta estirpe, impregnándole un sello visible, como pudiera ser el pintarle los labios de rojo. ¡Guárdese usted ese adorno para su maquillaje personal y sus transformaciones cuando se encuentre descontento con el sexo que Dios le otorgó!”. En ella, no solo se revela una enorme homofobia (negada, por supuesto) y una noción del género heteronormada,  esencialista (¡Y otorgada por Dios!), sino que además se indica erróneamente que dicha performance habría sido realizada durante la marcha en La Habana (…)

A esta declaración se sumó luego la de una “Asociación Cubano-Chilena de Cooperación e Integración”, cuyos miembros exigen una disculpa de Robles a Martí por haberlo travestido y además declaran: "El Sr. Robles también desconoce lo que significa el héroe nacional de Cuba para los cubanos, quienes el viernes 11 de marzo de 1949, al enterarse que un marine norteamericano se había subido en la estatua ubicada en el Parque Central habanero profiriendo burlas al Héroe Nacional, salieron indignados a reivindicar la figura del Apóstol".

En resumen, ambas declaraciones y las voces que se sumaban en las redes sociales hablaban del carácter sagrado del héroe nacional cubano, sin ninguna aproximación crítica a la lectura que se hace de su figura, ninguna reflexión de lo que significa su memoria, ni al hecho de que sirva de estandarte identitario, soporte moral, fuente intelectual y modelo de perfección tanto para la revolución y sus partidarios, como para los disidentes en la diáspora, en una suerte de disputa por su figura.

De esta forma, de uno y otro lado, se alza esta presencia casi mítica, llamada por muchos “El Apóstol”, lo que deja en evidencia un proceso que se produce en el surgimiento de las naciones estado, el que fue descrito por Etienne Balibar, quien dice que la identidad nacional integra las formas de identidad religiosa y de este modo se transfiere el sentimiento de lo sagrado a lo civil. Se trata del mismo modo de veneración, que a pesar de ser muy respetable, como lo es cada forma de veneración religiosa y espiritualidad moderada, en casos como estos puede llevar al fanatismo y al odio, como si se tratara de una guerra santa, con toda su violencia.

Nadie parece reparar en que el acto de Víctor Hugo Robles no buscó agraviar a su héroe como lo hizo aquel marine del 49,  sino, muy por el contrario, pretende sumarlo a las nuevas batallas por la dignidad de todos los seres humanos. El gesto del activista chileno lo hizo parte de la demanda de los más olvidados de los olvidados, tanto por la revolución que lideró Martí, como por la que vino después. Es decir, renueva en el presente lo acontecido en un pasado que ya no es y lo proyecta hacia el futuro, reelaborando su lectura, tal como lo plantea Elizabeth Jelin cuando dice que “el presente contiene y construye la experiencia pasada y las expectativas futuras”.

El hecho de que Martí sea incorporado en la búsqueda de justicia para la población LGBTTI, así como lo ha sido en la de los partidarios de la revolución y en la de sus adversarios, solo da cuenta de su vigencia, de su universalidad y de un profundo respeto, lejos del chauvinismo simplón.

Del mismo modo, en la miopía que afecta a quienes han denostado con inaudita violencia a Robles, se ofrece de cuerpo entero una visión en que el orden de géneros es inequívocamente binario, y lo considerado culturalmente femenino, cuando opera en un cuerpo masculino, es degradante y reñido con la estatura de héroe. Abono ideológico para la más encarnizada homofobia.

Para ellos, el cuerpo simbólico de José Martí es depositario de todas las características asociadas a lo viril. A partir de él se teje un orden que se proyecta en la nación que se pretende levantar. Orden determinado por la providencia, en que los géneros están divididos previamente en dos categorías, dentro de las que obligatoriamente deben calzar todos los individuos pero también los modelos a seguir. Aquí el bronce tiene género y las ideas también. Tal como lo plantea Raewyn Connell, en este tipo de miradas la masculinidad es fija y es verdadera, no cambia, emana de los cuerpos de los hombres y da cuenta de una verdad sobre sí mismos, ya sea en el impulso y en el gobierno de la acción, como en la limitación de esta, tal como ocurre en este caso: “los hombres no se maquillan”. El acto de Víctor Hugo en cambio propone la superación de esas limitantes, la aceptación de otras presencias, de otros proyectos donde lo femenino no sea agravio.

Víctor Hugo no actúa sobre la carne de Martí, sino sobre lo que otros han proyectado sobre ella. En ese sentido, él se hace parte de la elaboración de la memoria para proyectarla a un futuro posible. Actúa sobre un proyecto de nación que sigue en disputa y que, por supuesto, trasciende las fronteras de Cuba y se hace latinoamericano. Actúa sobre el bronce de la patria que tanto adeuda, del mismo modo que actúa sobre su propio cuerpo, al apropiarse de los clichés de otro revolucionario, el Che Guevara, con el propósito de dar un viraje que habría sido impensado por el guerrillero, no en función de tergiversar su biografía como individuo, sino de corregir la trayectoria de lo que representa, e incluir allí las demandas del nuevo siglo.

El acto performático de Robles se hermana con otras acciones llevadas a cabo en las últimas décadas, siendo la más memorable quizás la de Juan Domingo Dávila, quien en 1994, mucho antes de la revolución bolivariana, presentó un retrato postal del Libertador  Simón Bolívar travestido, lo que desató un tremendo conflicto diplomático. La diferencia más notable quizás sea que en dicha oportunidad muchos artistas e intelectuales chilenos defendieron la obra e incluso parte de la institucionalidad lo hizo, en cambio hoy reina un incómodo silencio, tal vez motivado por un contexto adverso para las ideas progresistas. Sin embargo, más allá de eso, queda de manifiesto que quienes hace una semana alzaban la voz iracundos por la supuesta homofobia del gobierno cubano, hoy callan ante la homofobia desatada por sus adversarios y que, tal como lo planteaba Víctor Hugo Robles, las demandas de la comunidad LGBTT solo fueron una excusa para su desembarco