El ministro Valente y la literatura

El ministro Valente y la literatura

Por: Roberto Pizarro Hofer | 07.03.2019
La literatura nos hace conocer mejor la condición humana. Nos ayuda a entender las pasiones, frustraciones y sueños de los seres humanos; y, éstas, difícilmente pueden comprenderse separadas del entorno económico, social y político en que vivimos.

Hace algunos meses, el ministro de Economía, José Ramón Valente, sugirió a los empresarios invertir en el exterior, siguiendo su propia experiencia de “no poner todos los huevos en una misma canasta”. Curiosa recomendación para una autoridad interesada en el crecimiento de la economía y en la generación de mayores empleos. En días recientes nuevamente nos sorprendió con una opinión, que no debieran escuchar los escolares. Dice: “No leo novelas. Si leo una novela es tiempo que le estoy quitando a aprender algo”.

Roberto Maldonado, mi profesor del primer semestre en la Escuela de Economía, pensaba distinto a Valente. Al finalizar el curso dijo a los estudiantes: “En sus vacaciones lean literatura de autores chilenos. Ampliarán su imaginación y recorrerán el Chile profundo. En los libros conocerán los dolores, pasiones y riqueza de nuestro pueblo. Aprenderán con ellos mucho más de lo que yo les he enseñado”.

El profesor pensaba en Sub-Terra y Sub-Sole, de Baldomero Lillo, que describe, en sucesivos cuentos, las dolorosas condiciones de vida de los trabajadores del carbón, del campesinado y los pescadores de nuestro país. Seguro pensaba también en Manuel Rojas, quien nos describe los dramas personales de personajes que viven en la marginalidad social. Si mi inteligente profesor no hubiese fallecido, le habría recomendado a Valente que leyera hoy día los libros de Diamela Eltit, muy especialmente, Mano de Obra y Sumar.

No se pierde el tiempo leyendo novelas, cuentos o poesía. Porque la literatura nos hace conocer mejor la condición humana. Nos ayuda a entender las pasiones, frustraciones y sueños de los seres humanos; y, éstas, difícilmente pueden comprenderse separadas del entorno económico, social y político en que vivimos.

Para entusiasmar con la lectura al ministro Valente puedo decirle que las novelas y cuentos y, por cierto, la poesía, no sólo nos conducen a las profundidades del alma humana, sino que también nos entregan, muchas veces, descripciones muy interesantes sobre los fenómenos económicos y sociales. Tanto en Oliver Twist como en Tiempos Difíciles se muestran con crudeza las desigualdades sociales que provocó la revolución industrial en Inglaterra. Ningún escritor como Charles Dickens refleja con tanta destreza la pobreza urbana de la Inglaterra victoriana.

Si Valente hubiese leído la saga de la Comedia Humana de Balzac, habría conocido el mejor retrato de la sociedad francesa a la caída del Imperio Napoleónico. Allí se muestran los estrechos vínculos entre el dinero, el poder y el arribismo, propios al capitalismo. Y, también, con los Rougon-Macquart, de Emile Zola, el ministro Valente habría aprendido sobre las catástrofes económicas y las duras condiciones de trabajo de los mineros durante el Segundo Imperio, contadas a través de la historia de una familia.

Luego, para comprender el desarrollo capitalista en los Estados Unidos, sus excesos y la resistencia social frente a las desigualdades, en el Siglo XX, no hay nada superior a novelas como el Gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald y las Uvas de la Ira de Steinbeck. En ambas encontramos retratos agudos de la sociedad norteamericana, muy superiores a los que podemos encontrar en libros del economista Milton Friedman o en algún manual de macroeconomía.

En suma, para aprender sobre el mundo de ayer y de hoy, y sobre todo para conocer las pasiones y dolores del alma humana, la literatura es indispensable. Nos hace mejores personas. Que lo sepan todos, especialmente nuestros niños. Leer novelas, cuentos y poesía no es una pérdida de tiempo.