Cine de terror neoliberal
Alfred Hitchcock solía decir que el miedo comienza cuando la madre la dice “¡buh!” a su bebé. Es ese momento, decía Hitchcock, en que todos nos entusiasmamos y empezamos a meter la punta de los dedos de nuestro pie en el agua fría del temor, para comprobar cómo está. Es difícil explicar esa sensación de placer producida por ver una película sentado al borde de la butaca o esa paz proveniente después que una imagen espeluznante en la pantalla nos sorprende, pero sin duda que el cine tiene algo que ver con eso: no tendríamos tanta capacidad imaginativa de asustarnos yendo al baño por la noche si no fuera por la cantidad de vampiros, fantasmas, extraterrestres y zombies que el cine nos ha inventado.
Sin embargo, el cine de terror no se trata solamente de hacer aparecer monstruos horribles en una pantalla a fin de provocar el pánico de los espectadores. Al contrario, el cine de terror siempre ha estado profundamente asociado a una crítica política de la sociedad en la que aparece. Si bien, podemos situar el nacimiento del cine de la mano del espiritismo y del terror a fines del siglo XIX, el trabajo de George A. Romero es demostrativo de toda esa historia que relaciona cine con política: su saga de los muertos vivientes (La noche de los muertos vivientes de 1968, El amanecer de los muertos de 1978, El día de los muertos vivientes de 1985, entre tantas otras) nos muestra a seres humanos vivos escapando de humanos muertos en busca de sus cerebros. La idea de los zombies era presentada por Romero como una manera pensar la vida fuera del Capitalismo, a decir de Romero: «La vida de un zombie es siempre mejor que la de un pobre bajo el Capitalismo». El de Romero puede ser leído como un discurso crítico de las formas de vida bajo el Capitalismo, exponiendo incluso la vida del zombie como una salida preferible antes que la de la enajenación por la vía del capital. Lo interesante es que la industria hollywoodense se apropió de este discurso, mostrando la dimensión contraria: magnitudes de muertos vivientes que vienen a acabar con las ciudades como las conocemos (baste mencionar sagas como Resident Evil, o incluso The Walking Dead). Aquello con lo que acabarán los zombies son nuestras formas de vida bajo el Capitalismo, lo cual no es necesariamente malo, diría Romero.
Es así como podemos dar el salto desde los zombies hacia otros monstruos que aparecen como la expresión de una entidad ajena que acabará con nuestro estilo de vida: ¡desde esa extraña entidad en La cosa (1982), ese tremendo animal en Tiburón (1975), o el inconfundible extraterrestre de H. R. Giger en la saga Alien (1979), hasta los marcianos de El día de la independencia (1996) o incluso los de Mars attack! (1996), siempre se trata de una amenaza inexplicable que pone en jaque nuestras existencias tal y como las conocemos. Son muchísimas, pero hay un conjunto de películas de terror de la gran industria que presentaban la posibilidad de una amenaza externa que podía destruir nuestros estilos de vida. Con ese tipo de terror, podía ser imaginado el fin del mundo, o más específicamente el fin del Capitalismo, aunque fuese bajo la forma de una vida zombificada o esclavizada por una raza exterior.
Una de las casas productoras más relevantes de la actualidad, en lo que a cine de terror/suspenso concierne, es Blumhouse. Esta casa norteamericana ha producido las más interesantes propuestas de los recientes años, siendo películas que se oponen a la tesis sostenida anteriormente: son filmes que no se tratan de una amenaza externa que puede acabar con nuestras vidas, sino de amenazas internas. Lo específico de estas amenazas es que no presentan un peligro para la vida colectiva, sino solo para la vida individual: el mensaje común de estas películas es que el peligro está entre nosotros, que la mejor arma es la desconfianza en el prójimo. Así tenemos a la aclamada Get out (Jordan Peele, 2017), en que una pareja de una chica blanca y un joven negro, pasan el fin de semana en la casa de los padres de ella. Un thriller que inmediatamente parece ser una especie de comedia cruda acerca del racismo profundo en Estados Unidos, termina siendo una alerta de desconfianza en contra de todos; tenemos Fragmentado (2017), del ya reconocido asustador M. Night Shyamalan: un hombre con múltiples personalidades es secuestrado por una de sus personalidades, la más sicopática, que lo obliga a cometer crímenes, abriendo la cuestión de la desconfianza en uno mismo; La purga (2015), una saga que se trata básicamente de la desconfianza hacia los demás en un día al año en que cualquiera puede cometer cualquier crimen; también tenemos la saga Actividad paranormal (2007 — 2015), una película que nos obliga a pensar mejor en qué es lo que pasa a nuestro alrededor mientras dormimos, a desconfiar de nuestra propia casa.
Todo este cine de la desconfianza es coronado por la divertida Feliz día de tu muerte (Christopher Landon, 2017), un filme que mezcla El día de la marmota (Harold Ramis, 1993) con la saga Scream: Tree es una joven que se despierta y siempre ocurre el mismo día, se repite cada escena, se encuentra con la misma gente y todo en el mismo orden. Todo es igual, excepto la manera en que un psicópata la asesina al terminar el día. Una vez muerta, vuelve a despertar, lista para morir. Feliz día de tu muerte es una comedia/thriller millennial que intenta ponernos en el juego de adivinar quién es el psicópata enmascarado que asesina una y otra vez a Tree. El filme, a diferencia de la protagonizada por Bill Murray, no se trata de una lección moralista en que la protagonista debe hacer las cosas bien y ser buena con todo el mundo para que el día finalmente termine y avance al siguiente. Al contrario, el filme se transforma en una búsqueda frenética por detener a su asesino, lo que la lleva a desconfiar de cada uno de sus cercanos hasta desenmascarar al culpable de sus innumerables muertes. Tanto El día de la marmota como Feliz día de tu muerte presentan una noción de uso del tiempo por parte de los protagonistas, en el sentido que el tiempo de la vida debe ser ocupado en algo, pero en cada uno de esos filmes es exactamente un uso contrario: mientras en El día de la marmota el tiempo debe ser usado para confiar en los demás y hacer de la vida algo colectivo y contagiable; en Feliz día de tu muerte, el tiempo debe ser ocupado en descubrir quién es la persona que aparenta ser tu amigo, pero que es un enemigo. Mientras en un filme el tiempo debe ser usado para tener algo en común con otros, el tiempo de Feliz día de tu muerte es tiempo para desconfiar.
El terror producido por Blumhouse está directamente relacionado con pensar a los otros como un posible enemigo, nos lleva a desconfiar del vecino, en diferentes planos. Ya no son los monstruos, zombies o vampiros los que asustan, sino la simple relación con otros, la participación en común con un desconocido. Y ese es el triunfo del neoliberalismo, que nos lleva a adoptar y gozar de nosotros como individuos solitarios y egoístas que participamos de un sistema global que jamás se acabará, en lugar de hacer amigos en cualquier extraño.
Entonces, queda pensar si a este terror neoliberal habría que oponerle un cine de terror comunista, uno en que aquello que nos grita “¡buh!” no es nuestra propia madre.