El Frente Amplio: La clase para sí y los círculos de la cultura
Desde el Frente Amplio se ha planteado un proyecto de transformación social, cultural y política, que encarna además un compromiso de impulsar un proyecto de una sociedad más solidaria, justa, igualitaria y democrática. Esto fundamentalmente y con mayor claridad, fue planteado por Alberto Mayol, y con peligrosas sutilezas por Beatriz Sánchez. Pero para que el Frente Amplio pueda desarrollar este proyecto transformador, debe tener como imperativo categórico la comprensión del nivel de conciencia política y fundamentalmente de clase, de los sectores con los cuales busca conformar un nuevo bloque histórico. Se requiere un bloque lo suficientemente constituido que le de conducción y dirección a este proyecto.
Pero si analizamos críticamente lo que fue tanto el proceso como el resultado de las primarias del pasado 2 de julio, nos encontramos con un escenario que a lo menos debe generar un replanteamiento estratégico político. Primero, es necesario evitar la autocomplacencia, lo que no significa caer en el pesimismo, sino por el contrario, aprender de lo que la realidad nos devuelve como aprendizajes, en tanto condiciones materiales y subjetivas de ésta.
El Frente Amplio ha planteado un proyecto de una sociedad que se construye sobre la base de valores diametralmente opuestos a los que ha hegemonizado e impuesto la ideología neoliberal. Es decir, se requiere ir desarrollando un trabajo de socio-educacional, político-cultural, que vaya instalando un discurso nuevo. Los discursos colectivos deben irse empapando de la utopía de una sociedad donde el individualismo y la competencia frenética sean reemplazados por relaciones sociales sustentadas en la solidaridad y el bien común, en donde la valoración a la persona no esté dada por los bienes materiales que pueda ostentar o los vínculos con ciertas clases sociales. Un proyecto de sociedad en donde la salud y la educación no sean bienes de consumos, que su acceso y su calidad no dependan del poder adquisitivo o del endeudamiento al que se es capaz de soportar. Un proyecto de sociedad en donde la protección de los recursos naturales, del medioambiente y la biodiversidad sea un valor básico para la conservación de la vida.
Si el proyecto del Frente Amplio apunta a aquellos valores, si se sostiene que los trabajadoras y trabajadores asalariados tengan más derechos y salarios justos, que exista un sistema de pensiones de carácter solidario, que el derecho a la educación y a la salud esté garantizado y no dependa del origen social y económico, cabe preguntarse por qué los sectores populares hoy siguen votando por la derecha neoliberal. Cabe preguntarse entonces, por qué la derecha neoliberal logró cuadruplicar la votación del Frente Amplio en las primarias del 2 de julio. O a la inversa, ¿por qué el Frente Amplio no logró congregar a una mayoría significativa? La respuesta no se agota en decir que la derecha tiene una capacidad económica que les permite movilizar a más personas, que les permite usar todos los espacios para la difusión de sus intereses o que son dueños de los medios materiales de producción. ¿Será que los y las oprimidos y oprimidas han llegado a admirar a sus opresores que pretenden ser como ellos, vivir como ellos y por lo mismo, votan por ellos porque se sienten un “igual”? ¿Cuál es el nivel de conciencia de su condición de clase? Sin lugar a dudas que hoy estamos ante una fragmentación del sistema de clases como nunca antes se ha visto, y lo cual no es sino una expresión material de la ideología neoliberal, que como tal, ha permeado todos los espacios de la sociedad.
Por ello, el Frente Amplio no puede seguir en manifestaciones tipo mitin en las que, parafraseando a Mayol, nadie entienda nada. No tiene sentido ondear banderas, vitorear consignas y cánticos en las plazas al ritmo de contagiosas batucadas, si no se ha hecho un trabajo de promoción y socio-educación territorial. No tiene sentido panfletos al viento, si no se ha conversado con los pobladores y pobladoras, con los trabajadores, con las mujeres trabajadoras, con los estudiantes endeudados, con los adultos mayores con pensiones miserables. Hay que disputarles el espacio cultural a las elites dominantes. Por ello nos preguntamos: ¿Qué se está haciendo en los territorios, en esos espacios comunes de las clases populares? ¿Qué se está haciendo en las comunidades indígenas y de pequeños campesinos? Hay que volver a los barrios, a las poblaciones, a las villas, a los campos. Hay que comprender y resignificar en la práctica concreta lo que hoy implica ser trabajador/a, de ser joven, de ser mujer, de ser campesino, de ser indígena, ser homosexual, o tener capacidades diferentes.
Pero no se puede “bajar” a los espacios socio-territoriales, a develar una verdad. Como nos enseña Paulo Freire en la Pedagogía de la Esperanza, los pobres saben muy bien que son pobres, saben muy bien cuáles son sus problemas, sienten y viven la explotación. Citando nuevamente a Freire: “Uno de esos sueños por los que luchar, sueño posible pero cuya concreción requiere coherencia, valor, tenacidad, sentido de justicia, fuerza para luchar, de todos y todas los que a él se entreguen, es el sueño de un mundo menos feo, en el que disminuyan las desigualdades, en el que las discriminaciones de raza, sexo, de clase sean señales de vergüenza y no de afirmación orgullosa o de lamentación puramente engañosa. En el fondo es un sueño sin cuya realización la democracia de la que tanto se habla, sobre todo hoy, es una farsa”.
No basta reconocer teóricamente la simple adscripción a una clase. Es decir, no basta reconocer que hay una clase que es víctima de las injusticias, de las desigualdades que este sistema y sus elites generan, si como clase no hemos sido capaces de reconocernos como tal. Qué sentido tiene, por ejemplo, decirle a una persona que está siendo vulnerada en sus derechos, en su dignidad, si esa persona no se reconoce como tal. Se requiere de un proceso de socio-educación que implique un tránsito de esa conciencia ingenua a un estado de conciencia crítica, en donde por sí mismo reconozca las condiciones de desigualdad, de injusticia que se vive día a día y cuáles son sus causas. Como decíamos más arriba, no se trata de ir a decirle a los excluidos y excluidas o explotados lo que son o viven, porque eso lo viven cotidianamente (e incluso históricamente) y lo pueden entender.
Por ello me parece pertinente recordar que para Gramsci, la clase dominante no sólo impone una estructura institucional, política y económica. Sino que por sobre todo, y especialmente para apoyar lo anterior, instala en la sociedad un conjunto de valores, representaciones, que son fundamentales para la construcción y dirección de su proyecto de sociedad. Se instala y se reproduce de diferentes formas ciertos valores, como el “esfuerzo individual”, la competencia, el consumismo, la apatía e indiferencia política, como algo normal y aceptable de la vida cotidiana. Se instala la idea de que sin participación social y política, sin preocuparse de lo que ocurre en la sociedad, igual se puede ser feliz y lograr el éxito (individual). Este es el escenario, la realidad histórica, que se debe enfrentar en tanto realidad material y simbólica, con un proyecto social, cultural y moral distinto. Pero no solo con un discurso, sino con una práctica concreta cotidiana, ocupando o recuperando los espacios que han sido cooptados por los cuadros e intelectuales orgánicos de las elites.
De acuerdo con Gramsci, hegemonía tiene que ver con la capacidad del bloque histórico para constituirse en clases dirigentes. En tal sentido, dicha hegemonía se realiza por la capacidad de dirección y control que tendría la sociedad civil respecto de la sociedad política, la cual le permitiría asumir el control del Estado. Para que las clases subalternas logren hacerse de tal hegemonía, deben lograr consolidar un campo ideológico, que le permita una reforma intelectual y moral, adaptar nuevos conocimientos y nuevos métodos, es decir, una nueva filosofía, que sustente su visión de mundo, su proyecto de nueva sociedad.
Más allá de los análisis respecto de los recursos con que cuenta Chile Vamos y la capacidad que tuvo para movilizar a sus adherentes, un hecho concreto es que en votación cuadruplica lo obtenido por el Frente Amplio, y la propuesta de éste al parecer no logró movilizar a los indignados e indignadas con este sistema.
Nos preguntamos: ¿se han formado cuadros que permitan disputarle los espacios simbólicos a los sectores de Chile Vamos y Nueva Mayoría? ¿Después de los encuentros programáticos se ha desplegado una estrategia socio-educativa en los territorios? Los que participan de estos espacios son aquellos/as que están convencidos/as y comprometidos/as.
El cambio cultural y moral es posible en base a un trabajo concreto, a la organización de la clase oprimida, al desarrollo de los niveles de conciencia, sobre la base de un proceso socio-educativo teórico-práctico, de un proyecto político claro, como se expresó en los planteamientos de Mayol en lo que fue el proceso de primarias. Este capital político, ideológico-intelectual, no puede perderse. Por el contrario, debe tener una expresión clara y concreta en este nuevo escenario. Es decir, recuperar el discurso de izquierda que claramente se manifestó en la campaña de Mayol.
Pero no bastan solo los discursos ni consignas. En los años veinte y treinta del siglo venita, Gramsci junto a la clase obrera levantaba esta lucha de reforma cultural y moral. Para ello se crearon instrumentos de difusión como el periódico L'Ordine Nuovo (Orden Nuevo), en el cual era no solo difusión de ideas sino educación y formación política en el más amplio sentido. Hoy no es fácil encontrar a las clases trabajadoras leyendo, instruyéndose. Los mall y el internet (mal usado) se han transformado en el opio del pueblo. Entonces, hay que buscar otros medios para re-descubrir, para re-encantar a los indignados, a los embrujados con los cantos de sirenas neoliberal de que todo es posible si yo quiero, si yo me esfuerzo.
Los círculos de la cultura, de los que nos habla Freire, y que tiene una profunda inspiración en las ideas de Gramsci, requiere de una lectura crítica de la mayor intensidad y profundidad respecto del conflicto de las clases oprimidas, lo cual nos dará luces sobre las históricas formas de resistencia posibles. Por lo tanto, la lucha de clases no se verifica solo como una cuestión teórica, sino práctica. Cuando las clases trabajadoras, asalariados y asalariadas, pobladores/as, campesinos y estudiantes están movilizándose, organizándose, luchan con determinación, en defensa de sus intereses, pero sobre todo con miras a la superación del sistema capitalista, como bien lo podemos encontrar en los planteamientos de Gramsci, Freire, Lukács, y por supuesto en Marx y Engels. La lucha de clases también existe simbólicamente, a veces camuflada, manifestándose en diferentes formas de dominación y de resistencia. Pero para descubrirlas, hay que estar ahí, ocupar los espacios, más allá de las plazas. Creemos círculos de cultura y redescubrámonos. Debemos reencontrarnos los oprimidos y oprimidas, los nadie, como dice Galeano, para construir un nuevo mundo, ese es el sueño posible.