Los gases inertes en la economía chilena
El escritor italiano Primo Levi cuenta que en su familia existieron unos parientes que eran como los gases inertes en la química. Es decir, podían pasar por la vida sin ser afectados por nada, como los gases inertes que pueden participar en los procesos químicos sin ser afectados.
Hay personajes en la economía chilena que se parecen a esos gases inertes. Me refiero al columnista económico de El Mercurio, don Jorge Marshall, quien fuera el primer subsecretario de Economía en el gobierno de Patricio Aylwin y quien reemplazó a Carlos Ominami como ministro de Economía, haciéndose famoso porque escribió: “la mejor política industrial es no tener política industrial”.
Seguramente no fue el único que pensó así. Como consecuencia de estos 27 años de retorno a la democracia, Chile ha sufrido la desindustrialización más grave de su historia: de un 25% del PIB que teníamos antes del golpe militar del '73 , hoy se llega escasamente a un 10% (y tal vez menos si se revisan algunos productos que se clasifican mañosamente como “industriales”).
¿Y qué tiene que ver don Jorge Marshall con esa desindustrialización?
Es que ahora escribe (25 de abril) en su columna en El Mercurio: “En todos los países exitosos se encuentra que el desplazamiento del trabajo y del capital hacia actividades de mayor productividad es la principal fuente de crecimiento (...) La acción del Estado aparece en todos los casos exitosos como una herramienta indispensable para reforzar la transformación estructural (…) wl país no ha experimentado un proceso efectivo de transformación en más de 30 años y la ventana de oportunidad que se presentó durante el súper ciclo de los productos básicos la dejamos pasar”.
”Con un entorno externo como el actual y con el sistema político e institucional desgastado, las condiciones para volver a crecer no están disponibles", finaliza de manera pesimista.
Tal vez al leer ese texto se pueda apreciar mejor la figura de los gases inertes con que se empezó este artículo. No, don Jorge ahora no menciona la política industrial por su nombre, pero habla de la productividad y de la acción del Estado, que son los elementos básicos para una nueva política industrial.
En realidad siempre ha habido en Chile un reducido grupo de ingenieros y técnicos que hemos defendido que Chile debe ser un país industrial. Ese equipo de “industrialistas” se ha ido reduciendo con los años, afectado con los errores en el diseño de las políticas, con los malos proyectos que han ido marginando a la industria nacional y a su ingeniería.
Los ejemplos sobran: ¿alguien habría imaginado el fracaso del puente Cau Cau diseñado y construido fuera de Chile? ¿Y alguien todavía recuerda la compra de trenes de segunda mano para renovar el tren al sur y hacerlo llegar de nuevo a Puerto Montt? ¿Y cómo se enturbia y corta el agua potable de Santiago cuando llueve si antes había un embalse del yeso con agua cristalina que podía abastecer en años de sequía?
Hay muchas ideas dando vueltas entre quienes todavía pensamos que Chile puede y debe reindustrializarse. No es una fatalidad que los cientos de ingenieros industriales, mecánicos, químicos, electrónicos y con otras especialidades que egresan cada año deban dedicarse a labores de mantenimiento en minas, agroindustria, empresas comerciales y de turismo, sin poder desarrollar su capacidad creadora y de nuevos diseños. Es una joven generación que Chile está desperdiciando.
No es tampoco efectivo, como escribe Marshall, que “las condiciones para volver a crecer no están disponibles”. Los cambios tecnológicos abren continuamente nuevas posibilidades.
La gran mina subterránea de Chuquicamata, deberá ser operada por robots y esos robots tenemos que diseñarlos y construirlos en Chile. Los automóviles eléctricos, muy simples mecánicamente, se podrían fabricar en Chile para abastecer la demanda de automóviles económicos y dar un vuelco a la desindustrialización.
Pero esas posibilidades están llenas de problemas, de esfuerzos y transpiración. No son tareas para economistas de la vieja guardia.