Labbéstialidad de vivir sin cargo de conciencia
Hay brutalidades que una comunidad que aspira a convivir en paz no puede dejar pasar. Se pueden aceptar divergencias, todos los puntos de vista políticos, pero no podemos quedarnos quietos, tranquilos, mientras se dicen -con la publicidad que entrega una portada en el diario La Segunda- barbaridades como la del coronel (R) Cristián Labbé este lunes 17, mientras un vehículo policial lo trasladaba a la cárcel acusado de torturar en una gira que lo tuvo –según los testimonios avalados- aplicando tormentos por el sur. “(Quiero) dejar testimonio de que yo no tengo cargo de conciencia con respecto de lo que hicimos y lo que hice durante el gobierno militar”, dijo Labbé en una entrevista previa a la detención, avalando de paso todos los actos violentos de su amado régimen –“actos” que incluyen los leves detalles de muertes, desapariciones y torturas- porque éstos “no nacen de la nada”. Acción-reacción, plantea el valiente soldado que se descarta de esos actos, que niega las acusaciones a su persona, apuntando con obsesión a las armas con que contaba el pueblo combatiente en septiembre de 1973, armas que nunca se desplegaron porque no existían, armas que jamás alcanzaron para una seria resistencia, realidad escuálida que lo único que permitió fue el ejercicio de la masacre. De eso es de lo que no tiene cargo de conciencia Labbé, hoy orgulloso y solo en una cárcel (a la espera de la visita del presidente de la UDI en La Araucanía, quien ya anunció su visita y respaldo): del exterminio, de la indignidad de un Ejército que tortura, viola y hace desaparecer para luego quedarse con la plata de los enemigos –los partidos políticos de izquierda- acabados.
La gravedad del orgullo de Labbé es que al decir que no siente cargo de conciencia por lo realizado por Pinochet y sus peones –él incluido, en cuanto peón-, ratifica la crueldad como una necesidad, viste de épica el holocausto, otorga sentido de moral al apremio ilegítimo, y celebra el aniquilamiento como una posibilidad racional, política, para que lo vean los ciudadanos en todas las esquinas de la ciudad, para que lo aplaudan los líderes de su partido –la UDI, brazo derecho del candidato presidencial de la derecha-, revictimizando, otra vez, a las familias que tienen que optar por reír o correr al baño a vomitar para enfrentar tanta maldad. Pero claro, para la lógica sin cargo de conciencia de Labbé, las víctimas y sus familiares, el entorno –por ejemplo- de José Miguel Valle, estudiante de apenas quince años detenido y asesinado al azar, es lo último que importa. Las consecuencias del chip de la venganza, ese chip “lógico y necesario” que dejó 307 jóvenes y niños bajó tierra o extinguidos en el mar, son lo último que importa a un “valiente” soldado como Labbé. Lo que importa es el orgullo, la irreflexión, la defensa sicopática que al revisar los testimonios de hombres desnutridos, tirados boca abajo en un subterráneo recibiendo patadas sobre la espalda y la cabeza –como dice una de las acusaciones en su contra en el Caso Tejas Verdes- lo lleva a mantener “animoso el pecho” en lugar de optar por la reflexión, por abrir ese mismo pecho a la compasión.
Esa es la gravedad de la declaración de Labbé publicada el mismo día de su nueva detención por nuevos casos de tortura asignados a su persona: la negación rotunda y violenta a la idea de compasión, plataforma automática de la repetición del crimen, de la naturalización del calabozo con electroshock, de la enseñanza de la tortura desde la “academia”, tarea a la que se habría abocado su servicio a la patria en el proceso de creación de la DINA, etapa en que según investigaciones periodísticas -como la de Javier Rebolledo- funcionó como instructor de futuros torturadores en las Rocas de Santo Domingo, visitando de cuando en vez el imperio de Manuel Contreras en Tejas Verdes. Aunque él dice que ahí sólo enseñaba educación física.
Labbéstialidad de vivir sin cargo de conciencia que propone el ex escolta de Pinochet es hoy una afrenta directa a cualquier noción de democracia y de búsqueda de humanidad, pues invita a no detenerse jamás en los errores, en los excesos, en las faltas de respeto; fallas en las que podemos caer en todas las dimensiones de la vida en sociedad, pero que son posibilidad latente y concreta en el ejercicio del poder. El poder es control, es muchas veces imposición de pareceres, y llevar a ese ámbito la negación a la conciencia, al reconocimiento de responsabilidad, a la existencia del desacierto, es negar peligrosamente el universo de lo humano.
Labbé, quien en su nuevo libro afirma con fuerza que “la historia ha sido tergiversada, trastocada”, que “todo el mundo no tiene ningún problema en llamar dictadura a algo que –a mi juicio- está muy lejos de haberlo sido, desde el punto de vista académico, práctico y jurídico”, cae en su propia trampa, porque ¿habrá algo más dictatorial, más bloqueador de democracia, de reconocimiento de puntos de vista, de validación de discursos, que la negación de la propia conciencia? Dictadura es eso, es excluir, censurar, adjudicarse la narcisista imagen de salvador inequívoco, pero es también perseguir, ahogar, apagar colillas de cigarros en las pieles de los detenidos –enseñanzas dictadas por el grupo inicial de la Dina al que Labbé perteneció-, y reivindicar aquellos crímenes porque no quedaba de otra, porque simplemente no quedaba de otra, sin cargo de conciencia.
Labbéstialidad de vivir sin cargo de conciencia es también la impunidad, es instar a todo el sistema democrático, al mundo político y judicial, a archivar las causas, a cerrar la puerta a los denunciantes, a oficializar que aquí no ha pasado nada, y si pasó, no es culpa ni mía ni tuya, sino de la historia.
No coronel Labbé, no José Antonio Kast, la aniquilación selectiva de un grupo de personas por su pensamiento político, en un enfrentamiento desigual y desleal, no es responsabilidad de la historia, es de personas con nombres y apellidos, chilenos y chilenas ensañados con compatriotas que 44 años después sacan la voz por una justicia que les era imposible pedir en una transición que tuvo a su mismo acusado, Labbé, como representante de valores democráticos en la alcaldía de Providencia durante dos décadas.
Es la historia de Chile, ni más ni menos.