El salmón que pudre el mar chilote
Las mujeres de la antigua casa chilota, recluidas por generaciones en el entorno inmediato de la cocina a leña, salieron a trabajar. Una al lado de la otra en las líneas fordistas de las plantas de procesamiento, paradas en galpones helados sobre un piso siempre húmedo, sin poder ir al baño más que en turnos rigurosamente vigilados. Salieron al espacio público las mujeres, pero el espacio público les fue ajeno.
Los campesinos fueron engendrando trabajadores de centros de cultivo, y los niños cambiaron las carreras en el campo por los horarios de los jardines infantiles.
No había familia que no tuviera algún integrante enrolado en la industria del salmón, de suerte que, además de una cantidad estratosférica de plástico en sus costas y la contaminación de su mar interior, en estos treinta años los chilotes tuvieron también celulares, tarjetas de crédito, supermercados, casino, regaeton y mall. Si todos los demás chilenos los tenían, ellos también reclamaron su derecho a tenerlo. Y un mall será, como sabemos, una desgracia; más aún si compite en la vista de Castro con la hermosa catedral. Pero sin dudas también lo era que para comprar muchas cosas básicas, elementales, los isleños tuvieran que pagar en dinero, tiempo y cansancio, innumerables viajes a Puerto Montt.
Las izquierdas nostálgicas y más de un hippie lamentaron que la isla cambiara tanto. El crítico moderno siempre quiere tener un reducto de tradición, intocada y pura, donde ir de vacaciones. Pero no, la pelea de Chiloé no es modernidad versus tradición, es, una vez más, el capital contra la humanidad, valor contra comunidad. Así, si la secreta asamblea de Recta Provincia estima que es este el momento para emerger desde los oscuros fondos del tiempo, es seguro que lo hará con más sentido de actualidad que cualquiera, porque la desgracia de Chiloé, puede decirse, comienza cuando el capital descubre el modo de convertir su maravillosa geografía en fuente de una rentabilidad privada de vertiginoso crecimiento.
Actores de ello han sido las empresas privadas, pero también los gobiernos que desde los 90 han estado a cargo del Estado, con sus concesiones, con su irresponsabilidad y sus apoyos financieros. Esa poderosa alianza de capitales productivos construyó uno de los bolsones de desarrollo capitalista más veloces que conozcamos: en el cortísimo lapso de 30 años, la industria salmonera modificó casi completamente la estructura de relaciones sociales, productivas, culturales, de una amplia porción de nuestra geografía. Procesos que en otros lugares toman siglos, aquí se desataron en unas pocas décadas. En una robusta acumulación originaria, desplazaron importantes masas de población de la tradicional agricultura campesina comunitaria a una industria de punta diseñada desde las urgencias del mercado mundial y la modernización tecnológica, modificaron los patrones de ocupación territorial de la población local, intervinieron drásticamente la conocida cultura costera chilota, pasaron por crisis ambientales y económicas, se recuperaron, recibieron la acción de un Estado neoliberal que los chilotes solo atisbaban a la distancia, y modificaron todo el sector pesquero nacional, que pasó de ser un exportador neto de harina de pescado a ser el segundo exportador de salmónidos cultivados a nivel mundial. En fin, desde fines de los años 80 pasó por Chiloé y la Región de Los Lagos la fuerza irrefrenable de una modernización capitalista que no respetó nada a su paso.
Especie introducida, se dice, a principios del siglo XX, el salmón se convierte en carne de crecimiento económico en la década del 80, y comienza a crecer de forma explosiva en los 90. En poco más de veinte años, Chile se convertiría en el segundo productor mundial de salmón, producto que solo era superado por el cobre en la canasta exportadora nacional. Con la crisis del ISA (2007-2010) se generó una expansión más clara hacia la Región de Aysén. Para 2013 ambas regiones concentraban el 97% de las cosechas de salmónidos con niveles básicamente semejantes. Para 2014 la prensa reportaba que la caída en la producción y las ventas generada por el ISA había quedado en el pasado. Entre enero y octubre de 2014 la industria había vendido 3.629 millones de dólares, 2.190 más que en 2004.(http://www.latercera.
Pero ese impresionante crecimiento no ocurre lógicamente al azar. Hay una importante movilización de capitales, tanto de carácter privado como público, que permiten explotar características geográficas favorables. El 2000 se creó el Cluster del Salmón buscando articular de mejor forma a los actores empresariales de una industria que crecía a razón del 27% anual. Como modelo de organización, el Cluster conectaba Estado, universidades –también estatales, ojo– y empresa privada. Sobre ello, Corfo haría entonces lo suyo. La cuenta pública de la oficina de la Región de Los Lagos muestra que entre 2004 y 2008 su Programa PTI Cluster Salmon generó un aporte a la empresa privada de casi 37 mil millones de pesos.
Pero la desigual irrupción de la industria salmonera en nuestro país tendría una consecuencia adicional, de magnitudes realmente preocupantes. La llamada tasa de conversión de peces pelágicos/salmón cultivado (o FCE por sus siglas en inglés) indica la cantidad de peces necesarios para producir una unidad de salmón cultivado. Pues bien, si en la primera parte de la década del 2000 se estimaba que para producir un kilo de salmón se requerían entre 3 y 5 kilos de peces silvestres, una investigación de la Fundación Terram publicada en 2006 reveló que se podía inferir que para el caso de Chile, el FCE es de al menos 8,5. “En efecto, el total de harina y aceite de pescado requerido para la elaboración del alimento para salmones fue durante 2004, de 340 mil y 255 mil toneladas respectivamente. Por otra parte, de los recursos pelágicos obtenidos la industria reductora obtiene un rendimiento del 27% para la harina de pescado y del 5% para el aceite de pescado. En otras palabras, por cada 100 kilos de peces naturales se logran obtener 27 kilos de harina y 5 kilos de aceite de pescado”. http://www.terram.cl/images/
De esa suerte, para poder producir las 600,5 mil toneladas de salmónidos cultivados en Chile en 2004, se necesitaron 5,1 millones de toneladas de recursos pelágicos, todo con cargo a una castigada biomasa marina, que en lugar de destinarse además a la alimentación de la población se dirigió a la engorda de un pez transformado en mercancía, destinado de forma preferente al consumo de poblaciones de ingresos medios y altos, ya suficientemente bien alimentadas.