El Apartheid israelí y la resistencia pacífica contra la ocupación de Palestina
Durante las últimas décadas se ha asentado cada vez con mayor fuerza la idea de que la situación de los palestinos es la de un Apartheid. Es evidente que tomar un concepto prestado a una realidad local, diferente de aquella para la que fue concebido el concepto, puede traer una serie de problemas de interpretación. Quizá el más complejo de esos problemas es la invisibilización del programa de limpieza étnica hacia los palestinos y que está a la base, tal como lo ha expresado con énfasis Ilan Pappé, de la creación del Estado de Israel. En esa misma línea, la reducción completa de la vida de los palestinos al Apartheid deja de lado aquellos aspectos generados por la propia Nakba -Catástrofe de 1948- como la perpetuación de la vida en el exilio de millones de familias refugiadas por varias generaciones. Y, sin embargo, el concepto no es erróneo por no ser absoluto, sino que deja constancia de una de las realidades más brutales de nuestra época, de uno de los aspectos perversos de la lógica de control sobre la vida contemporánea. En el caso específico de los palestinos, el Apartheid nace en 1948 cuando un grupo de palestinos queda viviendo dentro de Israel como ciudadanos de segunda categoría frente a la población judía; se refuerza en 1967 cuando Israel ocupa militarmente Cisjordania y la Franja de Gaza dejando a millones de palestinos sin derechos de ningún tipo y se concretiza como proyecto a través de la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993, momento en que los palestinos pasan a ser administrados por una Autoridad Nacional que, hasta hoy, hace de vicaria de la ocupación israelí.
Comparar la situación palestina con el Apartheid significa, sobre todo, dar énfasis a ciertas lógicas y determinados modos por medio de los cuales se lleva a cabo la opresión y vale la pena tenerlas en cuenta. La primera de ellas es que, al alero de Oslo, los territorios palestinos ocupados fueron segregados en pequeños bantustanes -para hacer la homología con el caso sudafricano-, cantones de agrupamiento de la población separados por una malla de asentamientos judíos creciente y múltiples puntos de control israelíes o palestinos, que retienen y humillan a discreción a los que osan desplazarse de una ciudad a otra. La fragmentación territorial hace inviable cualquier tipo de economía autónoma, creando una dependencia estructural respecto de Israel. El trazado del mapa de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) no tiene fronteras con otros países, pues a pesar de que la Franja de Gaza es colindante a Egipto y Cisjordania a Jordania, el territorio fue recortado para que esas áreas quedaran exclusivamente en poder de Israel. Cuando este Estado retiró sus asentamientos de Gaza en 2005 -para seguir controlando el territorio por mar y aire- los propios egipcios se convirtieron en los guardias de la cárcel a cielo abierto más grande del mundo.
Asimismo, la fragmentación incluyó una clasificación de los Territorios Ocupados en tres grupos: territorios A (18%), donde las autoridades palestinas se harían cargo de la administración y de la seguridad a través de su cuerpo de policía; territorios B (21%), donde existe administración palestina y seguridad israelí; territorios C (60%), donde los palestinos viven bajo control administrativo israelí y expuestos totalmente al arbitrio del ejército y los colonos ilegales. Ser parte del territorio C significa no tener ciudadanía de ningún tipo, no poder construir ni acceder a servicios básicos. Es lejos la situación más desesperada de los habitantes de Cisjordania. Es en esa realidad, ya construida por los acuerdos de paz, en la que Israel decidió iniciar la construcción, en junio de 2002, de un muro situado íntegramente al interior de Cisjordania -es decir en el territorio que los acuerdos asignaban a un futuro Estado palestino- que desconectaba totalmente a la población árabe del exterior, separando en muchos casos a familias que quedaron a uno y otro lado del muro. Con su construcción tomó más fuerza la palabra Apartheid porque, entre otras cosas, Israel debía asegurar a la población de los asentamientos ilegales la conectividad con el resto del Estado y la única manera de hacerlo, sin que los colonos se enfrentaran con los palestinos, era creando carreteras exclusivas a las que los árabes no tenían acceso pero que, en la práctica, pasan por sus propias tierras expropiadas o modificadas al antojo de las necesidades israelíes. Un complejo sistema de carreteras y túneles, cuyo acceso depende del color de la patente (obviamente la patente palestina accede de manera limitada sólo a ciertos caminos) asegura que el Apartheid no sea un concepto abstracto para los palestinos.
Por cierto, el Muro fue declarado ilegal por la Corte Internacional de Justicia en 2004 por: constituir una anexión de facto; no justificarse por motivos de seguridad; violar los Derechos Humanos de los palestinos. La corte, de hecho, hizo un llamado a desmantelar completamente el muro, a que Israel indemnizara a los palestinos, a que los Estados del mundo actúen contra el Muro y a que las Naciones Unidas tomara acciones en este sentido. Pero de parte del Estado judío no hubo ninguna respuesta más que el reforzamiento de la ocupación que implicó también el término del recorrido del Muro.
El Apartheid es un asunto estratégico para Israel. La segregación territorial, el control total del movimiento de los palestinos, y la continua colonización -que significa la expulsión de miles de personas de sus hogares- que ha llegado a Jerusalén en la forma de un programa de judaización de los barrios del sector oriental, ha permitido al Estado judío alimentar el nacionalismo -y la cohesión interna- así como cumplir con las demandas de los sectores fundamentalistas religiosos que sirven de punta de lanza de la colonización de Palestina. Y es que el colonialismo, en su forma tradicional, también se articula con el Apartheid. A través de los colonos Israel controla todos los recursos naturales de Cisjordania y los suministra reducidamente a los palestinos y con abundancia a los colonos. El agua, el recurso más preciado en la región, es destinado a los palestinos en menor proporción de la necesaria según los estándares de la OMS. Sólo para dar un ejemplo, en Ramallah, donde cae anualmente más lluvia que en Londres -ciudad en la que sus habitantes consumen en promedio 150 litros de agua por persona al día- los palestinos disponen de 70 litros diarios por persona, mientras los israelíes, incluidos los colonos, llegan a 300.
Con la solución de dos Estados como promesa, la ANP jugó durante muchos años con los movimientos palestinos que anhelaban la autodeterminación. Cuando había pasado casi una década sin que los acuerdos de paz tuvieran algún tipo de mejora en la vida de los palestinos, el islamismo fue reemplazando el horizonte laico de los burócratas de Al Fatah, los palestinos comenzaron a dividirse entre los dos partidos -en esa desesperanza estalló la Intifada de Al Aqsa en 2000-, Hamas ganó las elecciones internas y se produjo la fractura total. Divididos para ser gobernados, la solución de dos Estados quedó en el suelo y el Apartheid que Israel se esforzó en construir desde el momento mismo en que firmó los acuerdos de 1993, se proyectó como el único futuro posible para los palestinos. La ANP pasó de ser el símbolo de la autodeterminación palestina a una policía corrupta al servicio de los intereses de seguridad de Israel y cuando la sociedad civil palestina se dio cuenta de su incapacidad para representar algo más, estallaron nuevamente las protestas ciudadanas contra el Muro del Apartheid. Tras varios años de marchas locales en las aldeas más afectadas por la segregación, el movimiento palestino vuelve a aparecer en la forma de un levantamiento que ningún partido -ni Hamás ni Al Fatah- pueden cooptar.
En tal situación, la alternativa más relevante a la vista -y que nos convoca a todos- es la que ha propuesto el movimiento civil palestino y que no ha sido respaldada por la ANP. Consiste en una campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones contra el Estado de Israel, que no apela a las diplomacias estatales, sino a la conciencia global de aquellos ciudadanos del mundo que no estén dispuestos a tolerar la existencia de un Apartheid en ningún lugar del mundo. El BDS -sigla en inglés- ha cumplido diez años y ha sido declarado por Israel como un peligro para su existencia y -aunque suene increíble- para todo el “mundo libre”. Se le ha intentado achacar el adjetivo de antisemita por quienes confunden el odio hacia los judíos con la crítica a la limpieza étnica y el Apartheid promovidos por Israel. Pero el BDS adquiere aún más fuerza cuando es mencionado en las universidades, en los debates presidenciales estadounidenses -Hillary Clinton se refirió con más fuerza contra el BDS que respecto a cualquier otra amenaza de su aliado- o en la prensa israelí. Porque la fuerza del BDS apunta directamente contra el corazón del Apartheid en un momento en que las ciudadanías empiezan a despertar nuevamente. El BDS hace cada vez más sentido como una forma de lucha pacífica contra todo tipo de discriminación y dado que ya fue exitoso en Sudáfrica, es lógico que el Apartheid israelí se encuentre especialmente preocupado.