Crónica recital de John McLaughlin & The Fourth Dimension en teatro Caupolicán
El nombre de John McLaughlin está decididamente asociado a esa genial agrupación de jazz rock que fue la Mahavishnu Orchestra a principios de los años 70, por tanto su visita siempre evoca el deseo de alcanzar a ver en directo algún remanente de ese glorioso pasado. The Fourth Dimension, la banda que actualmente le acompaña son tres virtuosos, un camerunés en el bajo (cosa curiosa: toca ¡con guantes!), un baterista nacido en Mumbay, la India, y un tecladista y percusionista norteamericano muy versátil y competente en el despliegue instrumental. Juntos realizan un jazz rock que bebe directamente de las fuentes setenteras, de hecho el comienzo del concierto fue casi una relectura de lo que el inglés editó en el disco “Electric Dreams” de 1979, antes de derivar durante la década siguiente a la música de corte acústico.
Todo mejoró ostensiblemente a partir del tercer tema, un blues donde afloró el McLaughlin que todos admiramos, ése que compone secuencias armónicas inusuales y que crea en sus solos atmósferas que lo mismo son de una punzada electrizante como evocadoras y líricas. A partir de allí el concierto no decayó más y el grupo fue alternando temas de gran dinámica e impronta rítmica con baladas más reposadas y contemplativas, pero que en suma establecían una inteligente secuencia musical con qué destilar el lucimiento de cada integrante, capitaneados obviamente por John. Aunque debo agregar que la platea alta del Caupo, donde me encontraba, pronto se impregnó del olor de una yerba fétida, hecha con seguridad con bosta de caballo y que mantuvo el ambiente pasado durante toda la velada, algo muy poco apropiado para disfrutar de una muestra de jazz rock, amén de los asientos estrechos y durísimos.
A la larga, John McLauglin demostró que ha dejado definitivamente atrás su etapa de exotismo hinduista y que su música actual se nutre en gran medida del blues moderno que los jazzistas occidentales supieron procesar a partir del precedente de Miles Davis y su etapa eléctrica. Un guitarrista en impecable forma física, distinguido y elegante, que se mostró muy locuaz y lúdico con el público nos ofreció una propuesta algo apegada al estándar de la fusión, pero llena de matices y coloraturas y que regaló además largas improvisaciones a dúo con el teclado o bien diálogos de contundente percusión entre las dos baterías montadas en el escenario con el indio y el americano enfrascados en furiosos contrapuntos percutivos. Y además se dio el tiempo de homenajear a grandes referentes con los que alguna vez compartió escenario como Carlos Santana, Ravi Shankar o Paco de Lucía.
McLaughlin mantiene su capacidad ejecutante intacta y ofreció un generoso despliegue de su filón solista en unos solos brillantes y extensos, muy bien complementados por cada instancia solista de sus compañeros de banda. A la postre, el inglés dejó en claro que aún tiene mucho que aportar como compositor e instrumentista y que su talento no se ha agotado en las resonancias de sus anteriores agrupaciones.
Es muy estimulante de un músico de sus quilates no se haya dormido en los laureles y que continúe explorando las posibilidades sonoras que su talento creador puede plasmar.
Es de toda justicia entonces escucharlo desde el presente y dejar definitivamente atrás el deseo regresivo de volver a los tiempos de la Mahavishnu, algo que él al menos desmiente con su música de hoy, potente, expresiva y llena de una hermosa vitalidad.