La militarización del control de la inmigración y la conversión de la frontera de Estados Unidos con México en una zona casi de guerra beneficia a la industria militar privada y a las empresas que gestionan las cárceles.
Luis Martín Cabrera, republicano errante, residente en Estados Unidos desde los años noventa, lo cuenta en su libro de crónicas Insurgencias invisibles: resistencias y militancias en Estados Unidos (La oveja roja).
¿Las cárceles son un negocio en Estados Unidos? ¿Hay lucro en la detención de inmigrantes?
Cuando se puso fin a la segregación legal con las leyes Jim Crow, comenzó el levantamiento del complejo industrial de prisiones. Las prisiones públicas se privatizaron, incluso los centros a los que llevan a los inmigrantes indocumentados, y hoy se lucran con el encarcelamiento de personas fundamentalmente pobres y de color. La detención es un negocio y, además, una forma de gobernanza: se usa la prisión para solucionar los problemas de superpoblación de las ciudades, la falta de acceso a los servicios públicos, etc. La prisión no es un lugar donde vas a reformarte para volver a la sociedad; es un lugar al que vas para perder tus derechos definitivamente, y donde vas a trabajar a mitad de precio o gratis. Las prisiones de Estados Unidos son las nuevas plantaciones de esclavos. El joven afroamericano que entra en una de estas prisiones nunca más va a salir: no puede votar, no puede acceder a programas de salud y educación, de facto pierde todas las facilidades de un ciudadano estadounidense. Es un negocio. California, que tiene fama de progresista, es el estado con más población reclusa de todo el país. Tanto es así que hace dos o tres años la Corte Federal decretó que tenía que soltar a algunos de los presos que tenía porque la situación de hacinamiento en las prisiones era ya insostenible. Además, si el Estado te paga por recluso, cuantos más reclusos tengas, más negocio tienes, entrando en una espiral perversa.
En vez de reforma migratoria, se ha militarizado todavía más el trato a los migrantes, véase el caso Ferguson. ¿Cuáles son las reacciones?
Mientras siga existiendo un capitalismo cada vez más dominado por el complejo industrial militar y de prisiones, es muy difícil que haya reformas migratorias. En Estados Unidos hay una militarización creciente de la vida pública en general y un aumento desproporcionado de los aparatos de control y seguridad. Por ejemplo, la nueva rectora del sistema de universidades públicas de California, Janet Napolitano, antes era jefa del Homeland Security. Era la encargada de deportar y militarizar la vida de millones de personas sin papeles. Entonces, parece que las universidades se transforman también en un aparato de control y vigilancia. Aunque no se puede generalizar completamente, los padres de mis estudiantes, sobre todo si son la primera generación, tienden a ser apolíticos o bastante tradicionales. ¿Qué va a pensar una señora que a lo mejor está fregando por la noche en un concesionario de coches de Toyota? No tiene tiempo, está demasiado explotada, y el miedo funciona. Pero sus hijos que van a la Universidad sí que se dan cuenta del funcionamiento del sistema. Ellos ya saben que su situación no es un drama sin causa, sino que es el resultado de un proceso que está diseñado precisamente para mantenerlos en los arrabales de la ciudadanía. Si Obama tuviera una conciencia al menos socialdemócrata aprobaría por decreto ley el derecho de las personas sin papeles a vivir sin miedo y con dignidad, porque además son de los más productivos. Otra paradoja es que esta gente que más trabaja y que vive en la periferia de la ciudadanía son los que más a menudo están acusados de ser vagos, cuando les parten el cuerpo trabajando literalmente. La esperanza de vida de la clase trabajadora latina está por debajo de la del país.
¿Se trata a los migrantes con la misma mirada que antes se trataba a los pueblos colonizados?
Eso es así, tal cual. Por ejemplo, el mismo ejército que va a la guerra a países de Oriente Medio va a los guetos a ejercer la violencia. En Ferguson usan unas armas automáticas que el ejército vende a los policías locales. Las mismas armas que utilizan cuando están desplazados en Irak o Kabul son usadas contra las minorías de color, consideradas como “enemigos de guerra”, pero internos. Es lo que se conoce como Programa 1033 del Ministerio de Defensa, que funciona desde 1997. Lo que los grandes poderes hacen en espacios extranacionales al final tiene consecuencias en sus propios países. Hay una guerra en Irak, otra en Siria y otra en los guetos, en los barrios pobres de Estados Unidos, contra una mayoría que no tiene ninguna posibilidad de acceder a los derechos y al estado de bienestar del que disfrutan los blancos. Aunque hay blancos pobres, ellos no están sujetos a la brutalidad policial o a ser deportados. Luego están los centros para inmigrantes indocumentados, esos mini Guantánamos. Por supuesto, estos centros están gestionados por empresas que tienen sus sistemas de lobby y presionan para que estas leyes no cambien, porque hay lucro en todo eso.
En Estados Unidos once millones de personas viven sin papeles y sin acceso a ningún derecho. ¿Cómo se sostienen dos sociedades paralelas?
Las personas sin papeles viven en los arrabales de la ciudadanía. El problema es el conflicto capital y trabajo. Estados Unidos ha necesitado históricamente de mano de obra barata, aterrorizada y sin derechos. Sus políticas migratorias siempre han estado ligadas a las necesidades de mano de obra barata del país. En el libro describo la frontera como una “herida abierta”, una imagen de la poeta chicana Gloria Anzaldua, pero se puede describir como una herida que funciona como un embudo: cuando Estados Unidos necesita mano de obra barata, el embudo se abre, y cuando no, se cierra. Podrían militarizar completamente la frontera y no permitir que pasara nadie, pero eso no les interesa, como tampoco les interesa deportar a los once millones de indocumentados. Cada día entre 20.000 y 30.000 personas cruzan desde Tijuana a San Diego con una tarjeta que les permite circular. Van a cuidar casas, a regar jardines… Hay un flujo permanente de gente que va y viene en el mismo día. Esas personas viven en Tijuana porque la residencia y la educación son más baratas. Se levantan a las dos o tres de la mañana, van a trabajar a Estados Unidos, a San Diego, y vuelven en el mismo día. Su esperanza de vida es más baja, tienen problemas de depresión, problemas cardiacos, porque el cruce de la frontera es muy violento, supone estar sometido a condiciones de humillación permanente. Allí, en la frontera, chocan el primer y el tercer mundo.
La frontera es una amenaza constante para las personas sin papeles…
Viven con la frontera dentro del cuerpo, continuamente con el miedo en los talones. En muchos casos, son de Estados Unidos. Han crecido y han ido a la escuela allí, hablan inglés más que español, tienen una cultura mestiza y, cuando son deportados a Tijuana, no se reconocen en ese lugar porque no han crecido en México sino en Los Angeles.
¿Qué movilizaciones hay?
El miedo es un arma muy poderosa. Entonces, la capacidad de organización, aunque existe, no amenaza la hegemonía del Gobierno. Hay un montón de gente haciendo presión en Washington, estudiantes indocumentados que se autodenuncian para ser deportados, artistas y escritores transfronterizos, activistas que se cuelan en las prisiones para denunciar las condiciones de vida de los inmigrantes indocumentados... Sin embargo, los latinos no consiguen ser una fuerza suficientemente organizada para mitigar o eliminar la opresión. Son una clase en sí misma, pero no para sí misma. Como el gigante dormido. En 2006 hubo muchas marchas en favor de las reformas migratorias y la respuesta fue la represión. Eso, con los demócratas. La situación de los latinos en los casi ocho años de mandato de Obama se ha deteriorado considerablemente. Ha habido un aumento de la capacidad del Estado para perseguir y expulsar, con un récord en los primeros cuatro años de medio millón de latinos deportados. Se ha ido al corazón de lo que podría ser la comunidad política latina para partirla en dos, desestructurarla y hacer que la gente siga viviendo en el miedo.
La gente tenía esperanza en la reforma migratoria de Obama, pero no prosperó…
Obama es un miembro de las élites políticas y las campañas electorales en Estados Unidos requieren de millones de dólares. Las grandes empresas donan dinero a los candidatos para la campaña, así que están en sus bolsillos. Ahora bien, Obama podría usar sus poderes para hacer una reforma migratoria de una vez por todas, pero no lo hace. También es muy difícil salirse del típico debate sobre legalización y amnistía en los medios. ¿De qué son culpables? ¿Cuál es el delito que han cometido las once millones de personas sin papeles? ¿Buscar una vida más digna para ellos y su familia? Además, la gente también emigra por culpa de las políticas internacionales de Estados Unidos y de sus tratados de libre comercio. Hay una relación directa entre el aumento de la migración mexicana a Estados Unidos y la firma del tratado de Nafta en 1994. La última orden ejecutiva de la reforma de Obama es parar las deportaciones. Otra idea era otorgar papeles de residencia a cambio de servir en el ejército: “Les reconocemos la ciudadanía si luchan en nuestras guerras”. Son soluciones draconianas, con el agravante doloroso de que Obama salió electo, sobre todo la segunda vez, gracias al apoyo masivo de los latinos. Durante la crisis, los más afectados eran los afroamericanos y los latinos. El desempleo entre los hombres afroamericanos llegaba casi al 50%. Con la elección de Obama hubo también una cuestión puramente de identificación: “Es más parecido a nosotros”. El tema es que uno no solo quiere ganar batallas simbólicas, sino también batallas materiales. El triunfo de Obama también ha servido para decir que vivimos en una sociedad postracista, cosa que muchos blancos creen. Los afroamericanos y los latinos no, porque lo viven.
¿Cómo se crea un movimiento de reivindicación de la ciudadanía para la gente sin papeles?
El sistema lo que hace es estratificar: distintos niveles materiales y de derechos. ¿Por qué van a luchar los blancos para cambiar la reforma migratoria? Si históricamente se les ha convencido de que su situación de pobreza se debe a que los latinos, los afroamericanos y las minorías les roban el trabajo, ¿qué intención tienen ellos de luchar por cambiar las políticas migratorias represivas? Mientras no vean que son los capitalistas de todos los colores (y, sobre todo, la élite empresarial blanca) los que los explotan, no van a luchar por una reforma migratoria. Muchos latinos que son de segunda y tercera generación, y que ya han accedido a ciertos derechos, ven a los últimos en llegar como el problema. Las organizaciones de barrios latinos hablan a veces de lo que llaman “los proxenetas de la pobreza”: organizaciones filantrópicas, ONG y partidos políticos que se encargan muy bien de controlar el barrio para que lo que pudiera ser un movimiento de protesta latino por un cambio de las condiciones laborales no se produzca.
Tú eres profesor en la Universidad de California en San Diego. ¿Es palpable la segregación en el entorno universitario?
Sí, es muy evidente. Si estás en una universidad que tiene buenas becas para minorías, ves que la mayoría de los estudiantes son blancos y los que limpian y los que trabajan en las cafeterías son todos afroamericanos o latinos. La segregación es estructural: parte de la esclavitud, continúa con el sistema de segregación de las leyes Jim Crow y, ahora, sigue con las prisiones. En Estados Unidos, según las estadísticas, hay tantos jóvenes blancos estudiando en las universidades como afroamericanos en las cárceles. Por eso, las políticas de discriminación positiva, aunque son esenciales, son insuficientes, porque el problema parte de la educación primaria, de la guardería, del barrio al que vas...
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Tomado de http://www.publico.es