Guadalupe Santa Cruz: Ciudades y artes contemporáneas

Guadalupe Santa Cruz: Ciudades y artes contemporáneas

Por: El Desconcierto | 26.01.2015

guadalupe Santa cruz

Guadalupe Santa Cruz (Orange, Estados Unidos, 1952), chilena, fue autora de las novelas SalirCita capital (1992), El contagio (1997) publicadas por Editorial Cuarto Propio, Los conversos (2001) y Plasma (2005). Premio Novela Inédita Consejo Nacional del Libro y la Lectura 2004, y premio Atenea 2006 de la Universidad de Concepción, por LOM Ediciones.

Estudió grabado en l’Academie Royale des Beaux Arts de Liege, Bélgica, y participó en la asociación de grabadores La Poupée d’Encre. El año 2000 realizó en Santiago la Instalación Crujía, visualización de su novela Los conversos. Obtuvo diversas becas, entre ellas la John Simon Guggenheim (1998), Fondart (1996 y 1999) y Fundación Andes (2004). Dirigió talleres de creación narrativa y fue docente en Arquitectura y Filosofía de la Universidad ARCIS.

Pablo Cottet: ¿Por qué hablar de “la ciudad” como si se hablase de “la cordillera” o “el océano”? ¿No te parece que hay una naturalización, cierta sustancialización?

Guadalupe Santa Cruz: Creo que hablamos de “la ciudad” porque en algún sentido tal nombre supera la reunión de las parcialidades que la componen. La ciudad es más que sus habitantes, es más que su arquitectura, que su vialidad, etc. La ciudad, más que una entidad, es una realidad diversa y dispersa, un bullicio y un tumulto. Me gusta la definición de “túmulo”. En el norte, en el Valle de Azapa, específicamente en los alrededores del lago Chungará, se han encontrado túmulos que las investigaciones arqueológicas datan en el período que va entre el 600 y el 0 antes de nuestra era. El túmulo es un artefacto cultural, una construcción conmemorativa mortuoria. Es una primer intervención humana del paisaje...

PC: ¿Cómo el menhir”?

GSC: Desde luego, alzar verticalmente una roca es de las primeras intervenciones humanas que informan las investigaciones arqueológicas y antropológicas. El túmulo es justamente una marca, una huella que conmemora una vida que ya no está sino por el monumento. Es una huella que demanda legibilidad, despuntando múltiples posibilidades, dispersando posibilidades de lectura. Me parece que cuando decimos “la ciudad” se trata precisamente de aquello: la imposibilidad de una sola lectura.

PC: Pero, a mí me parece que en esa unificación denominativa de “la ciudad”, hay más bien un afán logocéntrico, una denominación desde “el ojo de dios” (como dice Judith Butler), un nombre propio a los programas del conocimiento total y homogéneo, propio al conocimiento tecno-científico y a la planificación ¿No te parece?

GSC: Si, claro. Pero para ese conocimiento igualmente se le hace inabarcable. Ese conocimiento no puede con las multiplicidades de lecturas posibles que hacen a la ciudad. Además debiésemos hablar de las ciudades ¿No? En cualquier caso, me parece que se trata del lugar de los cuerpos, la ciudad como un lugar para los cuerpos y la ciudad como un cuerpo. La ciudad como un cuerpo portador de las marcas que constituyen la habitabilidad...

PC: Decía Heidegger que únicamente habitan los mortales y que los mortales son quiénes saben que morirán. En tal sentido, sólo el ser humano -o al Da sein en la nomenclatura de este pensador- puede habitar...

lupeGSC: Por eso el artefacto túmulo me parece tan interesante para hablar de habitar y de ciudad. Hay allí un saber de la muerte entre los vivos. Un saber que escribe esos alzamientos de roca, monumentos fúnebres que hacen espacio a los muertos entre los vivos. Que escribe haciendo paisaje, evocando la vida que abandonamos, o que nos deja sin dejar de pasar haciendo paisaje. La ciudad es un caleidoscopio de huellas, siempre habrán más lecturas que las que podamos hacer. Habitarla es aprender a leerla, sabiendo que no hay única forma de lectura, que la ciudad es la infinitud de lecturas posibles. La ciudad aparece como una virtualidad que se actualiza en multiplicidad de lecturas que al mismo tiempo escriben, así está siendo la ciudad, más que la ciudad “sea”.

PC: En ese sentido, a propósito de la mención al carácter virtual de toda ciudad ¿No te parece que hay cierta soberbia moderna en identificar “la” ciudad a las ciudades industriales burguesas? Lo digo pensando que en tanto virtualidad, la ciudad como habitabilidad de los mortales debiera remontarse a aquellas formaciones de ciudad que son consideradas “poblados”, “pueblos”, “caseríos”, entre otras denominaciones que pretenden excluir tales formas de habitabilidad del concepto de ciudad.

GSC: Efectivamente. Recuerdo cierta definición de ciudad que ponía acento en el rasgo de viviendas en frente de viviendas. Que tal rasgo sería propio de “la” ciudad. Sin embargo, creo que si de rasgos virtuales se trata, la ciudad tiene uno de la mayor potencia: el encuentro, la vecindad, la contigüidad. Es la cuestión planteada por Joaquín Velasco en relación a que las ciudades se construyen más agenciadas por vectores de contigüidad que de continuidad. Es decir, me parece que un conjunto de moradas que no configure ese espaciar del encuentro, esa figuración de lo común a los habitantes que no sólo moran, no sería ciudad. Pero ¿es esto posible? No me queda claro, a no ser que pensemos en los condominios encerrados del tipo neo-comunitarismos que se restan a la cultura citadina.Así, entonces, volviendo a la identificación que haces entre ciudad industrial y “la” ciudad, creo que hay que considerar la virtualidad-ciudad que hay -por ejemplo- en el norte de Chile sitios que presentan estas características. En Colliguay, que está en una ruta que no lleva a ninguna parte, asistimos a casas discontinuadas, en la que ninguna casa mira a la otra, las casas han sido construidas como si el patrón fuese no tener una casa enfrente. Otro ejemplo nortino, que destaca modalidades de habitar en desplazamiento (rasgo que se le atribuye como inédito a las metrópolis), el caso de Ayquina, que parece a primera vista despoblado. Prácticamente no se ve personas por las calles, muchas viviendas están cerradas con candado, aunque podríamos decir que se escucha un denso silencio entre las casas de piedra. A lo lejos se ven cuerpos trabajando en los andenes y pequeños predios de cultivo a los pies de los farellones que enmarcan al río Salado, y en el centro del pueblo el cementerio da muestras de que no es así, que hay ahí una memoria hecha flores de papel que hace presente en las tumbas locales ¿Te fijas?

PC: Si. Pensaba, a propósito de la memoria, que hay cierta captura mercantil de la ciudad, no sólo en las evidencias profusamente denunciadas del negocio inmobiliario que vende “urbanismo”, sino también en el sentido de las apropiaciones memoriales, a propósito de estas menciones que haces de ciudades no fabriles-comerciales. Pensaba la museificación de los cascos históricos, pero también de esta suerte de lugar turístico de ciertas formaciones de habitabilidad que evocan ciudad y que son convertidas en reliquias para paseos turísticos

GSC: Pero claro! Por ejemplo, hay una localidad llamada Gualliguaica, en el Norte chico, cerca de La Serena, quedó bajo el agua del Embalse Puclaro. Entonces, una empresa organiza visitas sub-acuáticas a la “ciudad sumergida”. ¿Qué te parece? Entretanto reconstruyeron el pueblo en altura, "Nuevo Gualliguaica". En nuestro país hay muchos lugares que re-denominan bajo el apelativo “nuevo”, “nueva”, lo que provoca una inmediata sospecha de las operaciones de re-apropiación memorial, de una apropiación de memoria asociada a rendimientos mercantiles. Por ejemplo, conozco varios sitios en el norte que ha quedado bajo la "torta" o relave de las minas, asentamientos completos que han sido removidos hasta desaparecer, que luego son evocados en obras llamándolo "el primer pueblo chileno del s. XXI" y reconstituyendo su iglesia y otros sitios de referencia, para transformarlos en ...museo.

PC: Esta es una cuestión interesante de conectar con ciertas tensiones entre arte y ciudad ¿No te parece? Porque ciertas prácticas del arte contemporáneo elaboran la crisis moderna del museo utilizando la ciudad como soporte de prácticas artísticas. Y ahí pareciera que ocurre una transmutación de los sentidos que articulan el eje “artistas-obras-espectadores”...

GSC: Conozco varios trabajos que parten considerando que la vida de la ciudad es un sustrato creativo, en que una prácticas artísticas pueden operar destacando su virtualidad sensible, su rendimiento sensible, el de prácticas citadinas que hacen el bios de la ciudad. Este es un primer sentido en el que se me ocurre pensar la ciudad como soporte de prácticas artísticas que alteran el eje que mencionabas. Pienso por ejemplo en trabajos como el de Margarita del Rio que identifica el centro de Santiago como una zona susceptible de habitar como zona de urgencias, donde se reconocen habitabilidades en lo urgido. Te leo: “los actos humanos se complejizan en medio de la densidad: es ahí donde tiene lugar la burocracia y lo urgido se vuelve ineludible. Este se puede reconocer fácilmente en el ritmo del caminar, en la forma de los movimientos, en las expresiones de preocupación, en la interacción de las personas y, sobre todo, en sus palabras.” Entonces Margarita hace un listado alfabético de estas acciones urgidas en el centro de la ciudad. Dice: “se caracteriza por carreras de un punto a otro, solucionando problemas de los más diversos órdenes, haciendo colas para conseguir o entregar: Autorizaciones, avalúos, boletas, bonos, cartas, cartolas, categorías, cédulas, certificados, cheques, comprobantes, contratos, credenciales, créditos, cuentas, decretos, devoluciones, evaluaciones, facturas, fallos, firmas, formularios, fotocopias, garantías, imposiciones, inscripciones, jubilaciones, legalizaciones, libretas, licencias, listas, memorandums, montepíos, pagos, patentes, pensiones, permisos, planes, préstamos, programas, recomendaciones, reconocimientos, reembolsos, regulaciones, resoluciones, roles, ruts, salvoconducto, sellos, sentencias, tarjetas, timbres, tramos, vales, vales vista, visto bueno”. Recuerdo otro trabajo sobre lo “seboso” en el caracol Casa Colorada, realizado por Cristián Campos y Juan Carlos Castillo, en que reconocen diversas expresiones anónimas que concurren a lo seboso de los pasamanos, de las vidrieras, los techos, etc.

PC: Me acordé de Georges Perec en la imposibilidad de no clasificar y al mismo tiempo en la incompletud de toda clasificación, en su virtualidad confirmada, una que está confirmada en su vocación de insuficiencia, la insistencia de clasificar apoyada en su destino de insuficiencia.

GSC: Es lo que conversábamos antes respecto de las infinitas posibilidades de leer las ciudades, las diferentes escrituras que podemos reconocer en Santiago, los distintos Santiagos posibles de leer. Para abordar la ciudad, entonces, para acceder a las formas singulares de ocupación del espacio en Santiago, tal vez haya que medirse no sólo con las estructuras presentes en ella, sino también con las superficies. Los usos y los decires, como tantas pieles de la ciudad, construyen territorios con igual fuerza que los proyectos urbanísticos y las ordenanzas político-administrativas (las que configurarían proyecciones de “la Idea”, en la forma en que Severo Sarduy la opone a lo epidérmico y a lo envolvente del disfraz, del travestismo). Se puede sorprender algo de Santiago aguzando el oído y la vista en los ritmos temporales que se hayan en obra en sus diversos espacios. Estos ritmos proponen tramas descifrables en términos del sentido que opera allí de manera no manifiesta. Se los puede escuchar en el retumbe callejero y, también, se puede leer estos compases en los distintos modos con que esta urbe ha sido escrita.

PC: Efectivamente, podríamos decir que esta es una deriva generativista de la ciudad. Pero, me decías que ese era uno de lo sentidos que te interesaban...

GSC: Si, lo otro que me interesa es el trabajo de la ruina en las ciudades, la relación entre ciudad y ruina, de la ciudad como ruina. Me parece que ahí hay una vertiente muy nutrida por ciertos abordajes literarios Recuerdo un texto de Andrea Ocampo en que propone al Mapocho como ruina de Santiago. O por ejemplo, la escritura de Loreto Hernández Ravest, joven autora que no sólo escribió un único libro atravesado por su pasión callejera, Ojo de pez, sino que se escribió a sí misma en la ciudad lanzándose al río, desde el Puente Loreto, y produciendo un último texto que es la noticia de su muerte en un periódico (La Tercera, 23 de septiembre de 2002). Te leo: “Una joven se lanzó pasadas las 16.00 horas a las aguas del río Mapocho desde el puente Loreto, próximo al Museo de Bellas Artes. A pesar de los esfuerzos de quienes intentaban hacerla desistir de sus intenciones, la mujer finalmente se lanzó al caudal. A continuación se inició un intenso operativo por parte de Carabineros y Bomberos para ubicar el cuerpo, el cual pasadas las 19.00 horas aún no era rescatado. Se informó que los trabajos de búsqueda se concentran en el sector del puente Bulnes, y que se abrieron las compuertas del río, ubicadas varios metros hacia el poniente, para evitar que el cadáver quede atrapado”. De quienes habitamos esta ciudad ¿quién sabía antes de estos hechos que existían compuertas en el Mapocho? Suponiendo que cuerpo, biografía, firma y escritura converjan de algún modo, el nombre que provocara la apertura de estas compuertas desconocidas del Mapocho señala en Ojo de pez un propósito, “pasar con rapidez las láminas superpuestas de lo ya visto”.

PC: Pensaba en las elaboraciones de Walter Benjamin sobre la ruina como el trabajo silencioso de desbaratamiento de horizontes, de la transmutación de sentidos asociados a objetos y acontecimientos. ¿Sería esa una otra zona de conexión entre ciudades y prácticas artísticas contemporáneas?

GSC: Es una zona de incógnitas, me parece. El trabajo de ruina es uno de transfiguración, que interroga sobre unas posibilidades a la vez que desbarata otras. Recuerdo un trabajo de Claudio del Solar que, a mediados de los ochenta, pintaba gigantes X en los muros del Mapocho. Escribía “CHILENO X”, “CHILENA X”. Y esa X me parece una figuración de la incógnita, podríamos leer allí una mención al trabajo de la ruina por parte de la ciudad. Una cierta resistencia a las operaciones de captura museísticas de los lugares de la ciudad. Incógnita que solicita la legibilidad de una ciudad que se escribe insistentemente. Creo que hay importantes expresiones en las artes contemporáneas que enfilan sus quehaceres por tales derivas.

Fuente: Revista Plus (http://revistaplus.blogspot.com/2010/06/ciudades-y-artes-contemporaneas.html)