Confepa: La marcha de la derecha social
Cuando el signo más potente de lo público es la calle, la derecha intenta salir a la calle. Cuando la Nueva Mayoría se consume en apelaciones a la institucionalidad y las buenas costumbres, una derecha gritona y arribista, intenta colmar a la calle. Pero cuidado, es una derecha social, no hay que perder de vista ese carácter.
El hecho coincide –¿qué tiene que ver una cosa con la otra?, dirán– con la derrota del NAU en la Universidad Católica y la prohibición de la Feria de las Pulgas en el Parque Forestal.
Lo que pone en circulación la Confepa y su marcha (además, por cierto, de la actuación pública de una organización social de derecha de muy dudosa autenticidad) es la liviandad social de la reforma a la educación.
Lo que reclaman los padres y apoderados que salieron a la calle (y los que no) instigados y apoyados por la derecha política, no es otra cosa que la prolongación del sentido común que suscribió la Concertación por varias décadas, y que ahora, convertida de un día para otro en Nueva Mayoría, pretende haber dejado atrás sin que medie explicación alguna.
Pero aún más, ese sentido común indica un cierta franja social: el emprendedor que cree que esa es su identidad, el tipo que comenzó a ver capital humano cuando se mira en el espejo, esas familias de "clase media" que poblaron, por cientos de miles, las villas periféricas de las ciudades del país como quien ocupa la tierra prometida, los sobre endeudados que lavan orgullosos el auto nuevo el domingo antes de echar arriba a los niños para partir al mall; en fin, todos los que escucharon el mensaje de los sacrosantos ministros de Hacienda y quisieron sentirse parte del crecimiento económico e irse a vivir al jaguar de Sudamérica. Suyo fue el éxito del modelo, suya fue su despolitización.
Los criaron, los adoctrinaron, y ahora su incapacidad política los deja a merced de una derecha oportunista que no oculta la intención de engrosar con ellos una oposición social de último minuto.
Todo esto evidencia la falta de consistencia social de la reforma a la educación, que no tiene punto de apoyo alguno en sujetos sociales efectivamente constituidos, y que enfrenta por un lado a un movimiento estudiantil que no confía y se le opone a cada paso, y por otro a una derecha que aún no goza de masividad, pero busca en este tipo de maniobras las claves de su renacimiento.
La Nueva Mayoría no ha aprendido todavía que la política desprovista de una sustantiva consistencia social –invento neoliberal por excelencia, que niega la política misma– está en crisis, y que no hay transformación real, en el grado que sea, que pueda empujarse con la pura acción de las elites y sus instituciones.
Podemos entonces burlarnos de la gente de la marcha y sus aspiraciones vanas, y no está del todo mal, a juzgar por las opiniones malagestadas y las inclinaciones éticas que exhiben en los videos. Podemos criticar su ignorancia, su pésimo nivel de información sobre las reformas, a condición sin embargo de no perder de vista que la ignorancia no es tanto un no saber como un saber conveniente. Es necesario reconocer que la defensa del lucro, la educación privada y la selección representan, en una medida muy importante, un sentido común que se hizo oficial en Chile desde fines de la década de 1970, pasando sin grandes contratiempos a través de 1990, y que no se comenzó a resquebrajar sino con el masivo No al lucro de 2011. Mal que les pese, ellos también son, en más de un sentido, hijos legítimos de la transición. Y ojo, más de alguno declara que no cree que la educación sea un negocio, ¿por qué están entonces allí? ¿Qué es lo que defienden tan temerosamente? Con seguridad, un bienestar que les correspondía como derecho social pero se los presentaron como rentabilidad de sus esfuerzos individuales.
Suya es la preferencia por las plazas anoréxicas y el paisaje urbano a salvo de unos seres humanos siempre en riesgo de caer en el deseo de tomar y cantar, ellos impulsan las fuerzas que mantienen los árboles podados, la noche callada, las clases sociales bien separadas, el imperio de la norma. En definitiva, la música del crecimiento económico no se baila.
¿O qué creían? ¿Que el voto concertacionista era todo de izquierda? ¿Que ser de izquierda era optar por el orden aun a costa de la desigualdad? ¿Que el “país en el barrio equivocado”, el “crecer con igualdad” o “la justicia en la medida de lo posible” engendrarían sujetos solidarios y altruistas? ¿Que la opción por el orden portaliano y la competitividad construirían masas proclives al cambio y la igualdad? ¿Que la promoción de la iniciativa privada y la participación cada cuatro años crearía otra cosa que una imagen del Estado como gran agencia de servicios? ¿Que del aburrimiento conservador y el desencanto posdictatorial saldría algo más que gente obsesionada con su éxito familiar que no distingue más realidad que la que acontece más acá de sus narices?
¿Acaso no es suficientemente claro que los sujetos que se levantaron contra el lucro como sentido de vida son precisamente los que han edificado la crisis de la democracia de los acuerdos, en cuyas calles vacías creció, engordó y languideció la Concertación?
Ahora la Nueva Mayoría tendrá que saber hacer como hizo Saturno con sus hijos.