La Jaula de Oro
¿K'uxi avo'onton?, le pregunta Chauk a Sara al comienzo de su recorrido desde Guatemala a los Estados Unidos. La pregunta del chico tzotzil se nos mete dentro de nosotros, de nuestros corazones preguntados, y nos acompaña a lo largo de todo el bellísimo y terrible viaje de ellos dos y de Juan, el protagonista de esta película dirigida por el mexicano-español Diego Quemada-Díez.
La Jaula de Oro cuenta una historia tristemente conocida: la de los migrantes a los Estados Unidos y de sus peripecias para llegar a la tierra dizque prometida. Para llegar si es que llegan, porque muchos no lograrán arribar a destino, quedarán en el camino como recuerdo fantasmal para los próximos viajeros. Pero, La Jaula agrega un par de niveles importantes en este tipo de relatos: la gran parte de la travesía ocurren en terreno mexicano, la violencia atraviesa literalmente el país; el racismo, en tanto, es una lacra que no tiene fronteras definitivas: de los gringos para los del sur, de los mexicanos hacia los guatemaltecos, de los guatemaltecos ladinos hacia los guatemaltecos indígenas. Este road-trip se convierte, así, en un recorrido por la venas de un continente; venas que como dijera Galeano están abiertas, pero cuya sangre también se alimenta de la esperanza y del sueño. Y de la amistad.
Hace casi tres lustros otra película mexicana nos mostraba a un trío en un recorrido hacia una playa que a pesar de no existir existía. Pero cuando los protagonistas de Y tu mamá también llegan a la Boca del Cielo todo se derrumbará: la amistad entre Julio y Tenoch no podrá soportar la atracción erótica entre ellos y Luisa, la chica española, morirá poco después de cáncer. Ese era un viaje que mostraba en sus márgenes la otra historia de México, los que estaban literalmente a la vera del camino. En la película de Quemada-Díez, como en las que tratan de este tema, lo marginal adquiere un lugar central. Sin embargo, la construcción de la amistad se convierte en el verdadero motivo del film. En efecto, la amistad radical (la aceptación del otro –que no es fácil, que es una lucha, que implica sobreponerse a todos los prejuicios inculcados por siglos de explotación), aquella en la cual uno es capaz de decir yo doy la vida por el otro, es el acto político y ético más subversivo en este mundo. En el momento clave de la película Juan debe decidir quién muere: él o Chauk. Su decisión (no la diré) revela el verdadero estado de su corazón (como escribiera el gran Nicomedes: una verdad se alumbra en ese momento).
Sí, cruzar esa frontera –la de la política de la amistad—es tan difícil como cruzar la otra, la física y atroz que separa a los Estados Unidos –esto, por supuesto, no quita en nada el espanto y terror de ese cruce, la ruleta rusa que juega cada una y cada uno de los que intentan traspasarla. Y si hay algo que ‘valió la pena’ en este viaje fue precisamente ese encuentro, la transformación del corazón. Estados Unidos no será, claro, la tierra prometida. El trabajo que consigue uno de ellos –recoger los desechos en una gigantesca procesadora de carne—no es tan distinto a lo que uno de sus amigos realizaba en más gran basurero de América Central, en la zona tres.
Los Tigres del Norte, en su hit que se llama como la película, nos hablan de esa vida después del cruce, cuando ya se han establecido ilegalmente en el país del Norte –la jaula aunque de oro, sigue siendo una prisión. Pérdida de identidad de los hijos, desconexión con las raíces… Esta Jaula de Oro muestra el camino hacia esa fantasía y nos sugiere que las jaulas están tanto fuera como dentro de nosotros (Aunque nunca debemos olvidar que la violencia es real; una violencia del dinero, de su acumulación, ante la cual solo se puede oponer la amistad, porque ella, como el amor, no tiene precio).
Quizá para muchos la realidad a la que apunta la película sea lejana y no se dibuje en su imaginación cotidiana. Sin embargo, si solo lo pensamos un poco y nos detenemos a reflexionar sobre los cambios que se están discutiendo hoy en Chile; las ideas para construir una sociedad más justa, más equitativa; el intento de lograr una educación que no esté determinada por la cuna; quizá, entonces, el recorrido de los tres, la metáfora de la Jaula de Oro (de una ciudad, de un país, de un individuo), no sea tan extraño. ¿A dónde queremos llegar? ¿Qué queremos construir? ¿Cuál es nuestro viaje? Todas preguntas que pueden parecer añejas o románticas pero que son cada vez más necesarias de responder como país, como sociedad. Poder sonreír cuando nos pregunten: ¿K'uxi avo'onton?