El Turismo del Vino en Chile
Texto: Gonzalo Rojas Según cifras recientes (2011) de la Asociación de Vinos de Chile, entidad que reúne a las 100 principales viñas del país, nuestro país es en la actualidad, del conjunto de países productores de vinos, el que ostenta la menor tasa de visitación doméstica (menos del 20% es enoturismo nacional) y una de las más bajas cantidades de visitantes a bodegas en el año, con sólo 64 viñas abiertas al turismo, un 19% del total de bodegas existentes en el país. ¿Porqué ocurre esto? Una explicación, bastante plausible, es que dado el escaso desarrollo de la demanda enoturística en el país, los precios de las entradas a las viñas no suelen ser particularmente bajas (14 mil pesos en promedio), factor que se suma a la necesidad de contar con un transporte propio para llegar a ellas. No obstante, la razón principal que explica esta situación va más allá, y dice relación con el relativo desinterés que tiene la Industria del vino por el mercado nacional. El mercado interno es pobre para los viñateros chilenos. Ocurre que los ricos en este país son muy pocos, suelen ser extremadamente ahorrativos, saben muy poco de vinos y no les gusta asistir a lugares públicos. Y si van a una viña, van a la viña propia o a la de algún amigo. Los demás, sólo tienen tres semanas de vacaciones al año, con suerte sábado y domingo para estar con la familia y poca plata –muy poca– disponible para viajar y hacer turismo interno, en un país que además está cada vez más caro para los bolsillos de la clase media. ¡Qué decir de la clase baja! Apenas sobreviviente con un sueldo mínimo sencillamente miserable. Pero el tema no es baladí. Guste o disguste, la industria del vino es muy importante para el desarrollo del país. No sólo en tamaño (actualmente sobrepasa el 3,5% del PIB exportado, generando más de 200 mil empleos cada año, con exportaciones que superan los 1.700 millones de dólares al año, con presencia hoy en más de 160 países) sino además en imagen, una apuesta que no tiene que ser abordada desde la frivolidad, sino bien puede dejar espacio para el rescate patrimonial y cultural de las zonas vitivinícolas del país, lugares donde antes y ahora se vive, se trabaja y se disfruta en torno al vino. De lo anterior, creemos que se deduce la necesidad de contar en el corto plazo con una institucionalidad en torno al enoturismo a nivel nacional, para, de esta manera, no sólo poder competir en igualdad de condiciones con el resto de los países productores en la atracción de divisas por venta de bienes y servicios turísticos relacionados con la viticultura, sino además, para acortar las brechas que hoy día existen y que dificultan que los chilenos en su amplia mayoría puedan visitar las viñas del país, generando mayores estímulos a la demanda. En este sentido, resulta interesante considerar el hecho que existe un declarado interés por parte del Estado en la promoción y diversificación de las exportaciones, ámbito donde el vino goza de especial relevancia por su calidad de “embajador” de nuestra economía, o como fuese definido por el Ministerio de Economía, Fomento y Turismo hace poco tiempo atrás, como una “Industria Emblemática de Chile”.1 Ante tal escenario, es inevitable la interrogante de qué pasaría si aumentáramos de manera responsable y progresiva las inversiones tendientes a la diversificación de la oferta de bienes y servicios vinculados con la vitivinicultura. Un campo que durante las últimas dos décadas ha demostrado ser capaz no sólo de agregar valor a la canasta exportadora de nuestro país, sino que ha contribuido de manera eficiente a la promoción de la imagen de Chile en el mundo, como un país estable y capaz de competir con verdaderas potencias económicas en un campo especialmente sensible y visible a la vez, como lo es el de la Industria mundial de vinos. Un camino interesante, donde hay espacio y se necesita la confluencia de todos. Los empresarios, con una mirada abierta, emprendedora y creativa. El Estado y la política, con una actitud proactiva, progresista (o desarrollista, como se le denominaba antiguamente) y por supuesto, una acendrada probidad. Y claro, las personas comunes y corrientes, como cualquiera de nosotros, que muchas veces, por desconocimiento, desinformación o simple flojera (fenómenos que a veces suelen tener la misma raíz) nos quejamos de que lo bueno nos es ajeno y lo malo, una maldición. Y no tiene porqué ser así. Hay viñas que no cobran por la entrada, unas que son baratas, otras que son baratas y además bonitas, y otras que son muy bonitas, sin ser baratas, pero vale la pena invertir en un buen servicio. Las caras, y las caras y malas son las menos. Pero en su conjunto, son pocas. Menos del 20% de todas las que hay en el país están abiertas a los visitantes. No se debe olvidar que el turismo en los países vitivinícolas, se ha transformado, durante las últimas décadas, en una eficaz plataforma de promoción de las denominaciones de origen y de la imagen internacional de las viñas. Asimismo, ha permitido aumentar la venta directa de los vinos, ayudando de esta forma a la diferenciación y ampliación de los mercados, con la consecuente reducción de los costos medios de producción y de los precios finales. El enoturismo es una actividad que a las viñas les facilita un contacto directo con los consumidores, permitiendo conocer sus opiniones y atender directamente sus inquietudes, de la misma forma como se ha transformado en un instrumento de desarrollo económico y social para los territorios rurales, en función de las características propias de las actividades y productos turísticos y vitivinícolas, caracterizados por la disposición de bienes y/o servicios complejos, con la participación de gran número de trabajadores capacitados y altamente competentes, generando empleos de calidad en zonas campesinas. En definitiva, no es un tema baladí. Hay mucho en juego, partiendo por el desarrollo económico del país, pasando por la difusión de la cultura y llegando hasta algo que a veces nos parece tan lejano aún, pero trascendental: el mayor bienestar. ¡Cuánto puede hacer el vino por eso! Mucho, qué duda cabe. 1Ministerio de Economía, en su estudio Prospectiva Chile 2010.