Queremos tanto a Charly
En diez minutos más Charly García saltará por el balcón de un hotel en Mendoza. No sabemos qué pasó. Hace poco llegó la policía, Charly está detenido, no puede salir de su habitación. El policía lo increpa y le dice todos son iguales ante la ley. Pero Charly no cree que es igual a todos. Está en el piso nueve, abajo se han acumulado los curiosos, todos comentan parece que se va a tirar. Charly mira la piscina desde la altura, lanza un salvavidas inflable, reflexiona unos segundos acerca de la dirección del viento. Nadie lo interrumpe en sus excéntricas mediciones, porque nadie cree realmente que se lance. Es imposible que acierte. Es una locura.
Sólo él sabe que de pequeño, en el campo de la familia, mientras sus padres dormían la siesta, practicaba tirándose del molino a la pileta (no voy a detenerme en por qué los argentinos le dicen pileta a la piscina). En esa época estudiaba piano con Julieta Sandoval, que constantemente, mientras le enseñaba los clásicos, le repetía con voz quebrada que para llegar a la sublimación en la música hay que sufrir. Desde ese tiempo Charly se lastimaba, lo hacía para tocar mejor. Del balcón del piso nueve desde donde está, no piensa en su profesora de piano, ni en sus malos consejos. Después de conocer la música de los Beatles, el pelo largo, las chicas aullando, el dinero, se fascinó con tener una vida como esa. Era tan sólo un adolescente cuando escribió y compuso su primera canción que le dedicaría a su madre o más bien era una canción que le respondía a su madre. Corazón de hormigón decía: “El corazón perdona/ pero tu corazón parece de hormigón/ por eso a ti te digo/ ablanda tu corazón”.
Cuando Charly García tenía nueve años, cuando todos le decían Carlitos, conoció en su casa al compositor y guitarrista Eduardo Falú. Carmen Moreno, su madre, era productora de un mítico programa de televisión de música folklórica. Falú cantaba una canción acomodado en el sillón de su casa, Carlitos llevado por los acordes se acercó y tímidamente le señaló que la guitarra estaba desafinada. Falú le preguntó por la nota que estaba desafinada, sabía que el pequeño seguramente estaba jugando, pero Carlitos dijo con seriedad el Si, o sea la quinta cuerda. Eduardo Falú comprobó con un breve rasgueo despreocupado, lo miró sorprendido, le costó unos segundos comprender que el hijo de Carmen había acertado. Tomó la guitarra y se dirigió a su madre y le dijo: tu hijo tiene un oído absoluto. Desde ese pequeño acontecimiento, nació el juego de vendarle los ojos a Carlitos cuando venían músicos a casa de los García; ya no tocaban una sola nota, sino acordes completos a lo que el pequeño acertaba, provocando el asombro de los amigos de la familia.
El debut de Charly con Nito Mestre, como Sui Generis, fue en el Colegio Santa Rosa. Para la presentación a Nito le hicieron cortarse el cabello, de lo contrario no podría presentarse. Entonces el dúo, en venganza, conspiró junto a los alumnos, de tal manera que cuando ellos terminaran su presentación, desalojarían el colegio, dejando el acto siguiente, en el vacío más absoluto. Una señal de rebeldía o una respuesta a esos años de represión. “Aprendí a ser/ formal y cortés/ cortándome el pelo/ una vez por mes”.
A Charly le tocaría hacer el servicio militar, una vez dentro tendría que zafar a como diera lugar. Le tocó trasladar un muerto en el regimiento, pero no encontró mejor idea que pasar por el casino de oficiales, sentarse y pedir dos Coca Cola. No tardaron en llegar los psiquiatras y Charly, tras tomar un puñado de pastillas que su madre le dio por un supuesto soplo al corazón, compone y escribe Canción para mi muerte “Es larga la carretera/cuando uno mira a tras/ vas cruzando las fronteras/ sin darte cuenta quizás”.
El servicio militar queda atrás. Charly ya es un hippie. Debido a sus nuevos amigos cae detenido, en la comisaría el policía le pregunta con molestia si él era el que cantaba “las heridas son del oficial”. Esa experiencia y la realidad política de Argentina harán que el hijo de Carmen Moreno se inscriba en el Partido Comunista Revolucionario, donde le tocó compartir con David Viñas, que era su dirigente. Al mes decide retirarse del partido, se sentía un agitador y la estructura del Partido Comunista Revolucionario era como un nudo de corbata para un tipo como él. Charly dice que “cuando hay un enemigo visible uno tiene que esforzarse más por protestar y que no se den cuentan” . Diría años después que se aburría.
La dictadura mata a miles de argentinos, Charly vive con miedo, pero continúa. Cuando viaja con Sui Generis a Uruguay canta Botas locas, por la noche son detenidos en su hotel. Vendan a cada uno de los integrantes de la banda y los llevan a un calabozo. Los policías juegan a asesinarlos, tiran de los gatillos y ríen a carcajadas. Llega el oficial a cargo y pregunta por el autor de la famosa canción, el baterista dice que él toca la batería, el bajista lo mismo, Charly da un paso al frente y reconoce ser el autor. Los policías sonríen, tienen a su presa. Le sacan las vendas, frente a sus ojos en la pared hay enorme collage de fotos de detenidos desaparecidos, la mayoría miembros de Tupamaru, los policías fanfarronean diciendo cómo mataron a cada uno de los jóvenes. Luego el oficial saca una grabadora antigua y pone la maltratada cinta, la canción apenas se escucha, está repleta de ruidos, no se hace distinguible la letra. El oficial toma un lápiz y un papel y obliga a Charly a que escriba la canción. Donde dice: si ellos son la patria yo soy un extranjero -Charly en el segundo modifica- si ellos son la patria yo me juego entero. Así lo hace con casi toda la canción, la rimas le salen perfectas, su improvisación asombra a sus compañeros, pero todos disimulan. El oficial toma el papel y lee la canción repetidas veces y dice que no ve nada malo. Sui Generis y la banda zafan de ser apresados. Todo termina bien.
Después vendría La máquina para hacer pájaros con una idea más sinfónica del rock. Charly escucha a David Lebón y se empecina en tocar con él, le propone otro proyecto, Lebón no quiere nada, está sumido en un proceso hippie donde el dinero y la fama le parecen poco relevantes. Charly todas las mañanas va con medias lunas a ver a Lebón a su casa y trata de encantarlo con esa nueva idea. Lebón finalmente acepta, nace Segu Giran. Se van a Brasil a componer y reclutan a Pedro Aznar y Oscar Moro. Comienzan los primeros conciertos, la gente y la crítica es desfavorable, la opinión pública aún recuerda a Sui generis. El grupo se mantiene unido y rehúsan tocar los temas de Sui Generis, quieren mostrar su nuevo trabajo. En un concierto Charly desde el escenario, logra ver entre la muchedumbre, que un policía se está llevando detenida a una muchacha. Charly para sorpresa de todos pide al iluminador que enfoquen al policía, que se lleva a rastras a la muchacha, y por el micrófono le dice: Somos cinco mil contra uno. El concierto se detiene, el policía suelta a la muchacha y sale despavorido del recinto. El concierto sigue. Seru Giran está en plena resistencia en época de Videla.
A Charly de pequeño le gustaban los dinosaurios, nunca se pudo sacar de la cabeza esos monos de plastilina que amasaba con sus manos, por eso en su segundo disco de solista “Click modernos” escribe: “Los amigos del barrio pueden desaparecer/ los cantores del barrio pueden desparecer/ los que están en los diarios pueden desaparecer/ la persona que amas puede desaparecer…/Pero los dinosaurios van a desaparecer”.
Pero estaba con Charly García en Mendoza, en el balcón de un hotel de un noveno piso, sacando algunas conclusiones acerca de la dirección del viento y abajo la pileta (o piscina). Charly decidido, se para en el borde del balcón y da un paso en el vacío. Mientras cae su delgado cuerpo parece descolgado del viento. El registro visual -seguro hecho por algún fanático- muestra al cantante caer al agua. Luego García sale como si hubiera sido tan sólo un chapuzón, no fue nada parece decir.
Los que estamos de este otro lado de la cordillera, vemos las imágenes con asombro, respiramos con alivio, que todo fuera sólo un gran saltó al vacío con un final feliz.
Charly, fueron diecisiete años de dictadura de este lado de la cordillera y fuiste parte de nuestra educación sentimental. Nunca nos fallaste, siempre estuviste con la melodía y la letra perfecta para sacarnos o sacudirnos de un tirón. Te queremos tanto Charly, hay que decirlo.
Say no more.