La historia de la humanidad: Una asignatura que todos necesitamos
Cuando advertimos la importancia, y sobre todo el compromiso de ser humanos, es indispensable un aprendizaje histórico a la altura de tal desafío. Y por lo mismo los programas de educación en historia requieren considerar en profundidad una dimensión ética que se vuelve urgente.
Actualmente los referentes al uso en la enseñanza de la historia se basan en los procesos trillados de la historiografía clásica. Historia antigua, medieval, contemporánea. Historia indígena, hispana, moderna, contemporánea. Chile, América, Europa, el mundo. Todos estos rótulos comportan bloques, flujos de almacenamiento convencional del tiempo. ¿Qué temas se contienen allí? Habrá que verlo en cada caso.
Tantas veces se privilegió la conformación de estados, imperios, y revueltas y revoluciones, para una consiguiente confirmación de nuevos estados e imperios. Un ordenamiento estructural de este tipo no considera de entrada la condición humana en su experiencia primordial basada en la intimidad y la solidaridad con los semejantes. Las experiencias fundantes que hacen de la humanidad una experiencia sostenida en el amor y el reconocimiento del otro como legítimo otro en la convivencia. En el cuidado de la vida. En el sostenimiento del respeto y la valoración del prójimo (Humberto Maturana, Amor y juego. Los fundamentos olvidados de lo humano, 1993).
La historiografía ha recortado el tiempo también en las fórmulas estancas y lineales de la historia económica, política, social y cultural. Otra manera de administrar el tiempo concebido en los términos del conocimiento moderno occidental. Grandes bloques que darían cuenta del acontecer humano. O, mejor dicho, del acontecer de las estructuras. En ese sentido esquivan el fenómeno humano como tal: la experiencia originaria de la comunidad humana.
Las especializaciones antedichas podrían descuidar la historia de la vida humana con sus necesidades físicas y emocionales, corporales y afectivas. Se puede trabajar en una historiografía de especialistas en sistematizar y, lamentablemente, desgarrar la humanidad viva.
En algún tiempo se dijo que la historia era la maestra de la vida.
Habrá que retomar de nuevo la afirmación. Con los requerimientos y las urgencias del siglo XXI. La historia tiene que colocar a la humanidad en el horizonte ético y emocional de la defensa de la vida. De la vida humana, y de todos los seres vivos, con su esplendor y su dignidad. Esto requiere un giro en la conciencia histórica.
En 2004 se publicaron en castellano los ocho volúmenes de una historia de la humanidad con el patrocinio de UNESCO. Un desafío valioso y enorme al contar la historia de la humanidad con un estilo que trascendiera la historiografía y las conceptualizaciones acostumbradas de Occidente. Con el concurso de especialistas de diferentes áreas culturales se comenzó a escribir el pasado de otro modo.
Hubo resultados originales, como el tomo cuarto, donde lo que antes se decía ‘Edad Media’ pasó a ser “Del nacimiento del islam al descubrimiento de América”, del siglo VII al siglo XVI. Con todo, en los tomos siguientes, del quinto al octavo, la mitad del total de la obra, la modernidad europea continúa determinando el relato central de la historia mundial. Tomo cinco: “Grandes navegantes y los primeros imperios coloniales”. Tomo seis: “Revolución industrial”. Tomo siete: “Globalización de las culturas”. Tomo ocho: “Evolución de la ciencia y la cultura en el mundo”.
Ciertamente se buscó un desplazamiento de la historia política y militar al campo de la historia cultural. El tomo último, sin embargo, deja que desear. El título no explicita el acontecer básico de la comunidad humana propiamente dicha, con las necesidades primordiales de su vivir y su convivir.
Hoy, veinte años después, los desafíos de la historia de la humanidad plantean un requerimiento más osado en términos de tomar conciencia de lo que Humberto Maturana considera la emoción básica en la historia humana. “[El] amor como el dominio de aquellas acciones que constituyen al otro como un legítimo otro en coexistencia con uno, es tanto la emoción básica que constituye la vida social en general, como la emoción básica en la historia humana tanto en el origen del lenguaje como en la realización y conservación de la manera humana de vivir. […]. La agresión, la guerra, la maldad, no son parte de la manera de vivir que nos define como seres humanos y que nos dio origen como tales.” (Amor y juego, Santiago de Chile, 2007, 102).
Desde esta perspectiva la ciencia y la conciencia de la historia no puede limitarse a la reconstrucción del gesto patriarcal elemental de la agresión y la guerra. Con sus determinaciones estructurales y conceptuales del poder y de la dominación, el patriarcado ya demostró de modo suficiente hasta donde hemos llegado, y qué limites hemos traspasado. Ahora la historiografía tiene en adelante una tarea más apasionante que abordar entre todos: contribuir a la reconstrucción de un pasado que no quede atrapado ni invisibilizado por el emocionar patriarcal.
Imaginamos una conciencia histórica donde nos reconocemos prójimos a partir de la misma aparición de la humanidad sobre la tierra. El origen del lenguaje humano tiene lugar en un modo de vivir en estrecha interacción sensual de una comunidad en la convivialidad del compartir los alimentos (Amor y juego, Santiago de Chile, 2007, 227). Este es el comienzo y el transcurso profundo de la historia. Durante demasiado tiempo se creyó que la historia se había iniciado con la aparición de la escritura. Con ese equívoco dejamos de lado el real inicio de la humanidad y desconocemos la primitiva comunidad humana, para privilegiar en cambio el modo de aparición de un utensilio.
Llama la atención que la llamada prehistoria esté abandonada en casi todos los programas universitarios de historia. El tema se encuentra en los programas de las carreras de arqueología y antropología. Nos urge una conciencia que conecte de modo exuberante con todos los tiempos y los espacios donde se recrea la conversación original de la humanidad. Descubrimos que no sólo la tierra, sino que la historia es redonda, y que somos contemporáneos en el diálogo de todas las comunidades en todos los tiempos y en todos los continentes, donde se funda y refunda la experiencia del amor.
En Asía, Oceanía, África, América, Europa. “No está vedado concebir una época, no muy lejana, en que la humanidad, para asegurarse la supervivencia, se vea obligada a dejar de seguir haciendo la historia en el sentido en que empezó a hacerla a partir de la creación de los primeros imperios” (Mircea Eliade, Cosmos e historia. El mito del eterno retorno, New York, 1959).