A 50 años del Golpe de Estado: El auge del negacionismo cínico
Un fantasma recorre la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado: el negacionismo.
El sociólogo Stanley Cohen definió el negacionismo como un procedimiento declarativo respecto de un hecho, situación o acto, en tanto no ha sucedido, no es cierto o no se sabe nada al respecto. Además, propuso su distinción en literal, la cual niega directamente el hecho; interpretativa, que no niega el hecho o acto, pero lo resignifica y finalmente la implicatoria, que niega las consecuencias o las implicancias de lo sucedido, aminorando su alcance y efectos
Ciertamente algo nos ocurrió en el lapsus de una década, revuelta popular 2019 y convención constitucional fallida mediante, que pasamos de un reconocimiento del golpe de Estado con sus prácticas de violación sistemática de los derechos humanos. Junto con ello, se reconoció la participación de los cómplices “pasivos” de la sociedad civil, entre los que contamos a ciertos medios de comunicación, empresariado y políticos. Al fin y al cabo, el reconocimiento de una dictadura no solo militar, también civil.
Existe una verdad histórico-jurídica tibiamente asentada, respaldada en informes de Estado y en la desclasificación de documentos oficiales internacionales, que reconoce las violaciones de los derechos humanos. Aunque el trabajo de reparación y justicia sigue pendiente, se han realizado valiosísimos avances, como lo ha expuesto una reciente columna de Cath Collins (ver aquí). Sin embargo, no existe una verdad social asumida y tampoco parece existir una verdad política consensuada.
La falta de reconocimiento social y político del golpe y su violencia, en un ejercicio de complemento a las miradas institucionales, remite a su dimensión sociocultural. Las consecuencias sociales del golpe de Estado y la dictadura fueron muy fuertes, enraizándose en el sentido común. No solo el miedo y el terror afectó a la población, también dejaron huellas la descolectivización y la pérdida de vida común, produciendo desconfianza e indiferencia, como lo expuso la columna de Francisco Letelier (ver aquí). Se pasó de una densa vida colectiva y política, aunque conflictiva, a una comunidad fragmentada, despolitizada, atomizada e indolente, dando paso a una descomposición de la sociedad.
La dictadura civil militar chilena fue un proceso de imbricación entre instituciones, el clima cultural y la subjetividad social en una coyuntura determinada, vinculando los planos institucionales con los subjetivos moldeados por un ánimo cultural. De tal forma que, en un periodo de 16 años dominado por la descolectivización, el miedo, la inseguridad, la desconfianza y la indiferencia, algo cambió en nuestra sociedad de manera radical y profunda. El intelectual galés Raymond Williams llamó a tal imbricación, estructura de sentimiento.
A partir de la estructura de sentimiento instalada por la dictadura en base al miedo, la indiferencia, la ausencia de decoro público y de vergüenza social (fomentando la sinvergüenzura empresarial y política) y, también de rabia, podemos darle otro carácter al negacionismo hoy imperante. Ejemplo son las declaraciones de los últimos meses por parte de parlamentarios y parlamentarias validando o negando el golpe, la negativa del bloque de derechas de firmar el acuerdo fomentado por el gobierno, o la triste escena en la cámara de diputados por el homenaje al ex presidente Salvador Allende, el mismo 11 de septiembre.
Nuestro país en los últimos meses ha revivido el negacionismo, junto a su materialización y consolidación a lo largo de estos 50 años. Tal materialización se ha encarnado en actores y agentes sociopolíticos, con lo que se puede redefinir la propuesta de Cohen. Reconozco los siguientes tres tipos de negacionismo frente a la reciente conmemoración pública del golpe de Estado.
Negacionismo dóxico, de raíz cotidiana, es aquella que selectivamente rechaza y descarta ciertas evidencias y hechos para solventar el juicio que se tiene sobre un acontecimiento, para el caso: el golpe de estado no fue tal, sino que fue un pronunciamiento militar que restauró el orden perdido. No hubo detenidos desaparecidos sino ajusticiamientos a terroristas encarnados en la figura de la amenaza comunista. Es la que Cohen denominaría de tipo literal, realizada por la ciudanía de a pie.
Negacionismo revisionista, de raíz mediática y pública, es la que no niega el acto o situación en sí mismo, pero lo resignifica de una manera justificatoria o reductora de sus alcances. Por ejemplo, las actuales preguntas de agencias públicas y medios de comunicación sobre las causas del golpe, y su inevitabilidad, o el reconocimiento de efectos positivos de la dictadura. Fusionamos acá los modelos que Cohen llama interpretativa e implicatoria, pues se vincula acontecimientos, causas y consecuencias, abriendo la ventana del revisionismo.
Negacionismo cínico, de raíz política, es aquella en la que, a pesar de toda la evidencia disponible que reconoce el hecho, se niega la situación o acto o se le interpreta de manera totalmente justificativa, pero no por una convicción cognitiva ni un ejercicio de resignificación, sino por un interés y cálculo político-ideológico. Es la de una mayoría en el bloque de derechas actualmente, ejemplificada en expresiones de representantes del partido Republicano y la UDI. Acá se aplica muy bien el razonamiento del filósofo Sloterdijk para la razón cínica: “saben muy bien lo que están haciendo, y lo siguen haciendo”. Para el caso negar o justificar el golpe, la dictadura y sus alcances. La negación cínica es el aporte de la reflexión acá realizada a la propuesta de Cohen.
Lamentablemente me equivoqué en la frase que inicia el texto, no estamos frente a un fantasma. Al contrario, estamos frente a una presencia cristalizada y sólida. Lamentablemente los tres tipos de negacionismo siguen muy presentes en nuestra sociedad y, más lamentablemente aún, el último ha alcanzado supremacía. Lamentablemente no se ven caminos nítidos ni firmes de superación del negacionismo ni de una condena sin amarres de la dictadura, en lo cotidiano, público-mediático y político. Lamentablemente en 50 años no avanzamos tanto y, lamentablemente, nos falta sociedad para ello.