Votar un texto

Votar un texto

Por: Javier Agüero Águila | 15.06.2022
Ayer Gustavo Gatica, el joven estudiante que sufrió trauma ocular perdiendo por completo la visión en noviembre de 2019, se tituló de psicólogo. Un río de hielo me recorrió la espalda al leer la noticia y no pude sino pensar en que mi voto será, además de todas las implicancias políticas, una dedicatoria a las y los que dejaron algo más que sus pies en las calles de todo Chile.

Con amor, a Gustavo Gatica

¿Por qué votamos el 4 de septiembre? Porque no se trata esta vez del “por quién”; no votaremos por algún rostro en particular, estamos claros/as. No se trata en esta pasada de Aylwin o Büchi, de Frei o Alessandri, de Lagos o Lavín, de Bachelet o Piñera o de Boric o Kast (sólo por nombrar a los/as que se disputaron la banda en los últimos treinta y tantos años), no. No hay rostro, no hay fisonomía a la vista ni menos una corriente política específica condensada en las promesas que despuntan tras una cara concreta que mira el poder.

Votaremos por un texto, para aprobarlo o rechazarlo. Es un plebiscito en torno a un artefacto, a una suerte de entelequia (palabra que puede definirse como algo irreal o intangible); a un conjunto de principios, normas, números, artículos y redacciones, a veces malas y otras mejores, que se organizan, tanto como pueden, con la intención de dar contenido y forma a un país que busca, sino refundarse, al menos dejar a atrás ese otro artefacto cíclope, ilegítimo y sin soberanía que sigue siendo la Constitución del 80 y, entonces, a una dictadura, a Pinochet, a Guzmán y a todos los secuaces que cayeron en la psicosis orgiástica de la perpetuación, y que de no venir el reventón de octubre esa misma psicosis seguiría en línea y perfectamente vertebrada.

Quiero decir con esto que se trataría de algo así como votar por un etéreo; algo que no existe sino en la órbita imposible de lo que no está en el aquí ni el ahora, sino que se ajusta a un tiempo y a un espacio diferente al que estamos acostumbrados.

Aprobar o rechazar una nueva Constitución es dar el salto a una suerte de nada, en donde no sabemos lo que nos espera pero que, no obstante, algo nos espera: una esperanza, un nuevo país para las generaciones que vienen, un punto de partida para edificar lo que hasta hace dos años y medio parecía imposible, en fin; la restitución, también tanto como se pueda, de todo aquello usurpado y mangoneado por un conjunto articulado de élites que entre medio de todo su jolgorio oligarca, exitista y neoliberal, anularon aquello que el sociólogo Manuel Canales llamó, en algún momento, “otredad”.

La pregunta entonces es: ya que votaremos por un texto y no por alguien, precisamente, ¿qué es un texto? Y diremos, muy brevemente y planeando a modo de dron, que un texto es algo fundamentalmente interpretable, siguiendo en este punto a Paul Ricoeur y a su notable libro El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica (entre otras múltiples y legítimas definiciones que encontramos en las diferentes tradiciones).

A diferencia de un rostro en torno al que podemos consensuar ciertas características que le son propias, el texto nunca será interpretable de manera unívoca. Y podríamos decir, siguiendo a Ricoeur, que hay tantos textos como interpretaciones de él existan, y que éste jamás podrá ser abreviado, resumido, condensado, comprimido, etc., en algo así como una meta-interpretación. En esta dirección, un texto va siempre por la ruta de lo que yo espero interpretar y de lo que, también, espero que los otros interpreten. Se trataría de que mi interpretación impacte en la de los demás tratando de que sea la más influyente, la determinante, la que deje menos margen de maniobra para que hermenéuticas (del griego hermeneu: “interpretar”, y de tekhné: técnica) laterales se hagan del pódium interpretativo y colonicen el imaginario social de la forma más extensiva y abarcadora posible.

Es por eso que el –aún– borrador de la nueva Constitución ha derivado en diferentes peroratas, la mayor parte de ellas, y aquí hago uso de mi propio derecho a interpretar, oportunistas, descalcificadas, arbitrariamente descontextualizadas respecto de lo que está en juego y que ha permitido, no con poco éxito, que la ciudadanía pierda la mirada respecto del horizonte real de transformación que está en juego y, en una suerte de estrabismo cultural y político, se recupere únicamente reaccionando a semánticas vacuas y falsas tales como “rechazar para reformar”, “tercera vía”, “la Constitución del 80 está acabada”, “hay que ver el texto final” (siempre con la intención agazapada de que la que está por votarse sea rechazada), en fin.

Yo interpreto que el texto (más allá de los 385 artículos que van quedando con el proceso de armonización) debería despejar la zona, sacar la maleza superflua y vacía inyectada por la cultura de matinal y los cacareos de los diferentes sectores políticos que no hacen otra cosa más que enredar la madeja al infinito, marear y decir, simplemente, que votar Rechazo es jurídicamente continuar con la Constitución de la dictadura, y que votar Apruebo es, también jurídicamente, darla por terminada y comenzar un nuevo ciclo.

Pienso que el 5 de septiembre nada cambiará mágicamente. Un sistema como el neoliberal, que ha penetrado tan brutalmente a la sociedad chilena –generando un tipo de racionalidad individualista, autogestionada y de la sospecha– durante 50 años no se desenchufa ni muere por eutanasia enchufando otro que nos cambiará la vida en un par de semanas. Evidentemente no es eso lo que una Constitución persigue. Sin embargo, es un punto de despegue para pensar un Chile diferente, no radicalmente otro, pero sí transformado en lo fundamental: de derechos, plurinacional, paritario, ecológico y en el que toda disidencia no sea entendida como algo excepcional sino como un elemento más que es parte y conforma el ideario de una democracia nueva, al margen de toda dominación elitista, patriarcal o puramente mercantil.

Ayer Gustavo Gatica, el joven estudiante de Psicología que sufrió trauma ocular perdiendo por completo la visión en noviembre de 2019, se tituló de psicólogo por la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Un río de hielo me recorrió la espalda al leer la noticia y no pude sino pensar en que mi voto será, además de todas las implicancias políticas, por cierto, una dedicatoria a las y los que dejaron algo más que sus pies en las calles de todo Chile.

El texto que votaremos puede que no tenga boca, nariz, orejas, frente, mentón, en fin, rostro, pero sí estoy seguro de que nacerá con los ojos de las y los que hoy no ven para que nosotros sí podamos divisar un Chile que se refunda, por lo pronto y más allá de lo puramente político, nada menos que en la esperanza.