Muerte de un humanista, no “humanoide”: Sergio Vuskovic Rojo (1930-2021)
Las humanidades están de luto. El jueves 19 de agosto murió a los 90 años en Valparaíso don Sergio, uno de sus principales “sacerdotes”, por decirlo en términos pasados de moda, o bien, como se dice en la era digital, uno de sus “rostros” más destacados. No aspiró a ser gurú de despistados. Ni se desempeñó como “lame bayonetas”. Tampoco cobró como bufón de ninguna corte. Fue un chileno honesto, talentoso y trabajador, aunque impuro en términos metafísicos. Esto último no debiera sorprender ya a nadie en Chile. Cada vez con más vigor, tomamos consciencia de nuestra identidad plurinacional. Con sólo medio milenio de atraso, eso sí: muy chileno.
Sergio Vuskovic Rojo era “impuro” en términos metafísicos o, como también se dice, era un chileno mestizo. Fue engendrado en el encuentro de una madre chilena, hija de un alcalde liberal de Mincha (asentamiento pre-incásico cercano a Illapel, hoy en la Región de Coquimbo), y de un padre que nació “en el Mediterráneo”. Para ser exactos, en la isla croata Brać en el Adriático, de donde provino la minoría chilena cuyos antepasados nacieron en el reino de Yugoeslavia y que luego, bajo el mariscal Josip Broz (“Tito”, para los amigos) y hasta su muerte, fue una república federal socialista. Reían de esa denominación de origen los balcánicos antiguos.
Tenían presente cuánto se detestaban entre ellos (y entre ellas, por cierto) bosnios herzogovinos, croatas, eslovenos, macedonios, montenegrinos y serbios. Dicho nombre sobrevive hoy sólo en Valparaíso, en el “Paseo Yugoeslavo”. Ojalá mañana los concejales tomen la sensata decisión de bautizarlo “Paseo Vuskovic”. Así se integraría un apellido croata a la triada de paseos nombrados por inmigrantes junto a los paseos Atkinson (inglés) y Gervasoni (italiano).
Don Sergio fue un humanista cabal, un estudioso y un practicante de la filosofía, la historia y la política. Su origen era católico; es decir, un cóctel judío y griego, preparado en Roma. Se destacó en el “Glorioso Partido”, término que elucidaré a continuación para beneficio de quienes sufren de anorexia histórica, comenzando por la desamparada juventud de la era digital. Fue una persona hospitalaria y cordial, de trato igualitario, de genuina erudición en sus temas y de imaginación fértil, iluminada por el humor, la solidaridad y una pasión por atenuar la injusticia en la vida cotidiana de las grandes mayorías. Hablaba media docena de lenguas.
El ruido “Glorioso Partido” refiere al Partido Comunista de Chile, fundado por el tipógrafo don Luis Emilio Recabarren en 1912, hoy administrado por el diputado y aspirante a senador don Guillermo Tellier y su séquito. En la segunda mitad del siglo 20, como parte de la sagaz política internacional del Kremlin, y gracias al entusiasmo ingenuo de muchos locales, el PC fue el corazón de la cultura chilena. Tal vez ahí esté la clave de la supervivencia en Chile del “Glorioso Partido”, luego de la caída del muro de Berlín. Es un caso único en un mundo occidental en el que, desde que terminó la subvención soviética, no quedan partidos comunistas.
En la cultura chilena de la segunda mitad del siglo, la mayoría comunista superaba los dos tercios entre actores, artistas, bailarines, cantantes, científicos, dramaturgos, filósofos, historiadores, músicos, novelistas, pintores y poetas: Pedro de la Barra, Francisco Coloane, Ana González (“La Desideria”), Víctor Jara, Alejandro Lipschütz Friedman, Margot Loyola, María Maluenda y Roberto Parada (cuyo hijo fue degollado en marzo de 1985 por integrantes de Carabineros de Chile, una práctica que alcanzó difusión mundial gracias a la yihad de los revolucionarios musulmanes), Violeta Parra, Pablo Neruda, Guillermo Núñez, Hernán Ramírez Necochea, Manuel Rojas, Pablo de Rokha, el gran José Miguel Varas (el escritor que fue locutor del programa “Escucha, Chile” de Radio Moscú), José Venturelli, Volodia Teitelboim Volosky, y un larguísimo etcétera cuyos únicos sobrevivientes hoy son el pianista Valentín Trujillo (sí, el “tío Valentín”, hermano de doña Minerva, una profesora de música en el Liceo Experimental Manuel de Salas de la Chile) y el vate laureado Raúl Zurita. La estrategia de Recabarren, Gramsci avant la lettre, era hacer alianzas desde la cultura con otros sectores, y potenciar así la votación del “Glorioso Partido”.
Con trece votos a favor y catorce abstenciones, el Comité Central del PS aprobó en agosto de 1969 la pre-candidatura presidencial de Salvador Isabelino Sinforoso del Sagrado Corazón de Jesús Allende Gossens. Fue su nombre de bautismo, según Darío Saint-Marie Suroco, “Volpone” (el genial y malévolo periodista boliviano que fundó “Clarín. Firme junto al pueblo”). Este nombre elegante habría sido elegido por su madre, de supuesto origen francés, mientras que el padre progresista (es decir, ateo), lo inscribió en el Registro Civil sólo como “Salvador Guillermo”.
Gracias al contundente respaldo del 36% en la elección presidencial de 1970, y ya ungido jefe del Estado por el Congreso Pleno, el Partido Comunista fue el más leal aliado que tuvo Allende en sus mil días en La Moneda. Mucho más leal, por cierto, que el suyo propio, el Partido de los “Socios Listos”, según decían de los socialistas las emisoras radiales de oposición durante la Unidad Popular (cuando, para la entonces oposición, no había libertad).
Pinochet masacró por igual, es decir, sin misericordia, a los dirigentes y a los humildes miembros del “Glorioso Partido”. Lo desfiguró por completo. Así logró que abandonara una exitosa estrategia histórica de alianzas, diseñada por su fundador, don Luis Emilio Recabarren, con sesenta años de trayectoria, y que tomara las armas en contra del régimen militar civil. Entonces triunfó en el PC la tesis según la que eran legítimas “todas las formas de lucha”. De conquistar el 15% de los votos en el Chile Antiguo el PC pasó a su modesto 5% actual.
En las manos regordetas de Volodia Teitelboim Volosky (con dedos que semejaban los del “oseta” a quien cantó Osip Madelstam) y las manos huesudas de Gladys Marín, el “Glorioso Partido” se convirtió en un club de nostálgicos lectores de “Pabellón de cancerosos”. Un público que, disciplinado, aplaude con igual entusiasmo a la “senectocracia” cubana, a la República Bolivariana de Venezuela, y al gordinflón asesino de Corea del Norte, hijo y nieto de presidentes comunistas. Don Sergio denunció todo esto. Y tuvo el valor inmenso de abandonar el “Glorioso Partido”. Hombre de una rectitud moral inquebrantable, renunció al Partido Comunista ante el “negacionismo” de su dirigencia. Los crímenes de Stalin y las invasiones tanto de Hungría como de Checoslovaquia jamás habrían existido, mientras que Corea, Cuba y Venezuela contarían como democracias.
Vuskovic Rojo, ironía de ironías, fue alcalde comunista de Valparaíso durante la Unidad Popular, mientras su hermano se desempeñaba como ministro de Hacienda. Así de rápido se encumbraba en el Chile Antiguo una segunda generación de “esforzados inmigrantes”. La Constitución no lo decía, pero Chile fue plurinacional desde su comienzo en el siglo XVI. Y ya de forma vistosa desde la segunda mitad del siglo XIX, cuando llegaron a Valparaíso, la capital del imperio británico en el Pacífico Sur, alemanes, árabes, armenios, balcánicos, franceses, italianos, griegos, húngaros, ingleses, italianos, judíos, lituanos y rusos.
Don Sergio compró para la Municipalidad de Valparaíso el Palacio Zanelli, más conocido como Palacio Baburizza (apellido del empresario y filántropo croata que fue el segundo propietario). Valparaíso pudo tener su magnífico museo de Bellas Artes. Comenzó en los setenta del siglo XX la recuperación de los ascensores. Y, con apoyo de Neruda, difundió una leyenda cuyo rédito turístico para el Puerto es inmenso, y que conmueve a muchos turistas que creen visitar la supuesta “Casa de Lord Cochrane” en Cerro Cordillera, a pesar de que la vivienda fue construida décadas después de que el escocés dejara Chile.
Fue profesor de Castellano de la Universidad de Chile, más tarde profesor de la entonces sede en Valparaíso de dicha corporación. Durante su exilio en Italia fue profesor de la Universidad de Bolonia, que suele ser considerada la primera universidad en Occidente; es decir, la primera comunidad de maestros y discípulos dedicados al cultivo del derecho, la filosofía, la historia, la matemática, la medicina y la teología, la ciencia en la que “todas las verdades se tocan”, al decir de don Andrés Bello.
Vuskovic Rojo conoció, entre otras tantas personas destacadas, a Salvador Allende, Giulio Andreotti, Enrico Berlinguer, Santiago Carrillo, Luis Corvalán Lepe, Henri Lefevbre, Claudio Magris, Gladys Marín, Pablo Neruda, Violeta Parra, Gonzalo Rojas y Volodia Teitelboim Volosky. Fue el primer filósofo chileno que defendió por escrito el pluralismo y un actor relevante del diálogo entre las tradiciones cristiana y marxista en filosofía. De ese cruce surgió la más destacada contribución a la filosofía generada en la América del Sur durante el siglo XX, la “teología de la liberación”, el estertor postrero de la tradición tomista.
Después del golpe de Estado fue prisionero de la dictadura militar civil durante tres años. Solo salvó de la muerte por la intervención de don Emilio Tagle Covarrubias, el reaccionario arzobispo de Valparaíso que en la sexta década del siglo XX prohibió tomar los sacramentos a las mujeres que usaran bikini en las playas de Viña del Mar. Él pidió clemencia a las nuevas autoridades militares. La protección arzobispal, eso sí, no salvó a Vuskovic Rojo de ser torturado en la Esmeralda, como tantas otras víctimas de los elegantes sucesores de los vicealmirantes Blanco Encalada y Cochrane ya bajo las órdenes del “almirante” José Toribio Merino Castro (quien difundió la expresión “humanoide” para referirse a sus opositores políticos: seres con apariencia humana, pero sin esencia humana). Cuando don Sergio decidió volver a Chile de manera definitiva el entonces rector la Universidad de Bolonia, donde enseñaba, le recriminó que sería el primer profesor que renunciaba en ocho siglos.
Luego de su regreso a Chile fue profesor de filosofía en la Universidad de Valparaíso y en la Universidad de Playa Ancha de Ciencias de la Educación, dos instituciones surgidas luego de 1981, cuando Pinochet despostó a la Universidad de Chile. Fue parte de la revolución que, elijo mis palabras con cuidado, ejecutaron los graduados de la Pontificia Universidad Católica de Chile, cuyo caudillo fue el abogado don Jaime Guzmán Errázuriz, fundador de la Unión Demócrata Independiente.
En esas universidades don Sergio conquistó con su humanidad, su erudición, su prudencia y su consejo a generaciones de estudiantes, muchos de ellos, más tarde, profesores, gestores culturales y personas de bien. Ya no volverá a ser visto pasar, saludando a sus compatriotas, por la Plaza Aníbal Pinto, el anciano alto, enhiesto, canoso y sonriente, un verdadero “filósofo de utilidad pública”. Su velatorio el viernes 20 de agosto de 2021 en la Municipalidad de Valparaíso, tuvo gran concurrencia: su familia, sus amigos, sus antiguos alumnos y colegas, y sus vecinos con memoria y agradecidos. En el frontis del edificio la bandera chilena ondeaba a media asta. Las humanidades están de luto en Chile.