La Segunda Ola depende de nosotros

La Segunda Ola depende de nosotros

Por: Gonzalo Bacigalupe y Ricardo Baeza-Yates | 10.12.2020
Bastaría reducir drásticamente las oportunidades de contagio en lugares cerrados y la movilidad, que son el foco de los contagios. Eso significa cierre de centros comerciales, grandes tiendas, bares/restaurantes, cines y teatros, gimnasios, colegios, universidades, buses interregionales, fronteras, etc. Es decir, evitar la reunión de grupos grandes de gente en espacios cerrados. Por otro lado, promover la apertura de ferias libres en la calle, comercio detallista que atiende en la entrada de su establecimiento, como ya sucede en muchos barrios, y el aprovisionamiento de organizaciones populares que ayudan a las familias más vulnerables de un modo que se adapta a la realidad de cada barrio.

Hay una gran diferencia en vidas perdidas entre un aumento leve o continuar en la planicie desde que comenzó la leve mejoría en el invierno o enfrentarnos a una debacle epidemiológica este verano. No se trata de confinar a las familias en sus casas. Las cuarentenas largas son ineficientes y traumáticas y en Chile son usualmente imposibles porque las personas deben ganarse el sustento. Hay varias medidas posibles, pero que van en contra del ADN de este gobierno, que anuncia una Segunda Ola que depende en parte de las decisiones que tome el Ministerio de Salud, algo inédito en el mundo. Sin embargo, las buenas noticias son que la Segunda Ola también depende de nuestro comportamiento colectivo.

Observábamos temprano, antes de la estrategia del “paso a paso”, una baja drástica de los contagios y muy pronto una estabilización en la cantidad de casos y de personas fallecidas al mes con promedios semanales que no han mejorado a nivel nacional, además de un descontrol creciente de la pandemia, especialmente en el sur de Chile. La leve mejoría fue siempre leve y por ello nunca llegamos a niveles de control del contagio que justifiquen hablar de una Segunda Ola. Más aún, la pandemia es tremendamente desigual en Chile, tanto a nivel intercomunal como regional.

No es que vinieron unos europeos a contagiarnos. Nuestra situación es resultado de nuestra transmisión comunitaria descontrolada, que el nivel de testeo actual no nos permite visualizar. De hecho, el número de casos activos es al menos 7 veces los que conocemos, basándonos en el número promedio diario de fallecidos. Por esto el “paso a paso” es como si las brigadas forestales intentaran apagar una parte de un incendio, pero sin tener una geolocalización de los focos. Lo razonable sería lograr apagar todo lo visible o al menos crear cortafuegos efectivos. Luego seguir monitoreando cualquier posible brote. Aislar, trazar, testear incansablemente es imprescindible.

Bastaría reducir drásticamente las oportunidades de contagio en lugares cerrados y la movilidad, que son el foco de los contagios (que llegan a las casas después). Eso significa cierre de centros comerciales, grandes tiendas, bares/restaurantes, cines y teatros, gimnasios, colegios, universidades, buses interregionales, fronteras, etc. Es decir, evitar la reunión de grupos grandes de gente en espacios cerrados. Por otro lado, promover la apertura de ferias libres en la calle, comercio detallista que atiende en la entrada de su establecimiento, como ya sucede en muchos barrios, y el aprovisionamiento de organizaciones populares que ayudan a las familias más vulnerables de un modo que se adapta a la realidad de cada barrio.

Esto significa un fin de año sin el impulso que el gran comercio busca alimentar durante el periodo de fiestas. Ya que las dos últimas semanas es el periodo menos productivo del final de año, es posible cerrar la mayor parte de las actividades productivas y oficinas. Incluso, podría ser menos; este año entre Navidad y Año Nuevo hay sólo 3,5 días hábiles que podrían ser feriados. Esto podría ser una decisión personal tomando vacaciones o por empresas/instituciones conscientes del problema y que dieran estos días libres.

En este contexto, las medidas más efectivas serían una cuarentena voluntaria del 24 de diciembre al 3 de enero o crear burbujas (grupos) familiares estrictas durante el mismo plazo (sólo estar con un único grupo limitado de personas). Este periodo es suficiente para detectar síntomas y mantener la cuarentena correspondiente si hay una o más personas infectadas. Y si estas medidas no son viables, extremar el cuidado cuando estamos con personas fuera de nuestra burbuja. Es decir, evitar espacios cerrados fuera de su hogar, usar todo el tiempo mascarilla, y lavarse las manos frecuentemente.

Esta cuarentena sin apoyo económico real, estrategia confusa y a medias, es insostenible, destructiva, desmoralizadora, y no incentiva conductas racionales y solidarias. Impacta con crueldad a las Pymes y emprendimientos individuales que planificaron recuperarse este mes. Se necesitaban otras medidas para cuidarse y autocuidarse.

Todo esto significaría apoyar a los más vulnerables con mecanismos para obtener alimentos, salud y servicios de utilidad básica. También implicaría apoyar económicamente a aquellos y aquellas que dependen de las actividades económicas de diciembre. En otras palabras, promover la solidaridad.

Estas son propuestas basadas en el cuidado de las personas, la priorización de la vida humana, el respeto a los derechos humanos, que son además consonantes con la disminución del consumo que impacta al medio ambiente y que propulsan otro tipo de economía. Este sería el mejor regalo de Navidad que le podemos dar nosotros mismos a Chile. Comenzar el año 2021 con una positividad realmente baja y con menos de 10 mil casos activos. Y de paso mostrar que Chile es responsable y solidario.