Necesidad de devolver la mano a la naturaleza: el caso de los bosques nativos de Quillagua
En pleno desierto de Atacama, al costado del cauce del Río Loa se ubica el “Oasis de Quillagua”, un enclave territorial estratégico en el desarrollo económico y sociocultural del norte del país. Sus habitantes se dedicaron tradicionalmente a la agricultura, ganadería, extracción de camarones y pejerreyes de río, y el aprovechamiento de los bosques nativos conformados por las especies Algarrobo blanco (Prosopis alba), Algarrobo chileno (P. chilensis) y Chañar (Geoffroea decordicans) que sobreviven gracias a su capacidad de captar agua de napas freáticas.
Los antecedentes arqueológicos del sector indican una ocupación prehispánica de la localidad con presencia de espacios de sembradíos de maíces y quinua, y obras de irrigación intensiva, destacando sitios con restos de cestería vegetal elaborados con vainas de los bosques de algarrobo. En la actualidad, los algarrobos se sitúan al centro del Oasis abarcando una superficie de 300 hectáreas. En los extremos del Oasis, aún pueden apreciarse remanentes de un bosque antiguo, con vestigios visibles de tocones sobre la planicie desértica y registros de hasta 70 cm de hojas y ramas de algarrobo. A fines del siglo XIX, entre las actividades que se realizaban en el Oasis, destacaba la producción de alfalfa y la cosecha de los algarrobales, jugando un rol relevante durante el período de bonanza de la explotación salitrera en el norte del país, a partir del abasteciendo de una amplia gama de productos silvoagropecuarios.
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Sin embargo, a partir del año 1997 comienza a manifestarse un colapso ambiental, derivado del primer evento de contaminación masiva de las aguas del río Loa. Componentes químicos como el xantato, el isopropanol, detergentes y metales pesados, provocaron la muerte biótica del río. Las familias de camaroneros, perdieron toda fuente de subsistencia y los cultivos fueron afectados por los contaminantes disueltos en las aguas. El causante de este daño fue el tranque Sloman, un antiguo embalse abandonado y colmatado de sedimentos que sirvió de planta hidroeléctrica en épocas del salitre.
La responsabilidad de la compañía minera CODELCO no fue investigada, pese a que las evidencias de los tipos de contaminantes apuntaron al tranque de relaves Talabre del mineral de Chuquicamata. Estudios geológicos, por su parte, identificaron que existen conexiones entre este embalse y las napas subterráneas del río Loa. Como consecuencia, muchos pobladores abandonaron Quillagua y vendieron sus derechos de aguas y predios agrícolas a la compañía minera SQM. El año 2000, un nuevo evento de contaminación de las aguas del Loa, provocó la prohibición de su uso en Quillagua, para bebida humana, de animales y riego, pues los niveles tóxicos sobrepasaban con creces lo permitido, como el caso del mercurio cuyas concentraciones superaron cientos de veces la norma (1 ppb), llegando a valores extremos de 430 ppb.
En la actualidad, la Comunidad de Quillagua se compone de 150 personas que se esfuerzan para evitar la muerte silenciosa del oasis, y de su historia como lugar de intercambio comercial entre pueblos indígenas, reflejado en sus sitios arqueológicos como petroglifos, geoglifos, huellas troperas y algunos cementerios indígena; así como en los vestigios de la época de la explotación salitrera, como el tranque Sloman declarado Monumento Nacional, ruinas de oficinas salitreras, estaciones de ferrocarriles abandonados, puentes, entre otros. Aún se mantienen manifestaciones de la cultura viva, específicamente las fiestas religiosas y la gastronomía local. Sin embargo, es difícil potenciar estas actividades relacionadas al turismo cuando existe el estigma de la eventual desaparición del arbolado, componente principal de la estructura del paisaje. ¿Acaso Quillagua también califica como zona de sacrificio?
Oasis de Quillagua. Foto: Juan Pablo Contreras
Producto de esta grave negligencia ambiental, las familias de Quillagua se vieron impedidas de realizar sus actividades productivas tradicionales, lo que llevó a un aumento de la corta de bosque y comercialización de productos como leña y carbón.
Los bosques de grandes algarrobos son los que han permitido generar el microclima propicio para el desarrollo agropecuario del sector, proveyendo de madera para construcción, leña, carbón, y productos elaborados a partir del fruto como la harina y derivados, y licores como la “aloja”. Sin embargo, hoy la presión que se ejerce sobre estos bosques está poniendo en riesgo su funcionamiento y estado de conservación, siendo recurrente observar áreas desforestadas por cortas ilegales y pérdida de biodiversidad y servicios ecosistémicos.
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La negligencia de Estado y el descriterio de algunas mineras de antaño y hogaño, han llevado al colapso del Oasis y pérdida de las actividades tradicionales (turísticas y productivas), llevando a su población a un estado de sobrevivencia, y a los bosques, a una degradación crítica. ¿Acaso es justo que las comunidades y ecosistemas nativos se hagan responsables de los desastres territoriales derivados del desarrollo económico y de empresas que quedan en absoluta impunidad?
En este sentido, es importante empezar un proceso de sanación territorial, y recuperar las funciones ecológicas devastadas, donde un nuevo modelo forestal podría contribuir a ese objetivo. Esto conlleva considerar que los territorios no tienen una capacidad de acogida infinita, por ello, la regulación del Estado a las actividades que modifican fuertemente el paisaje, debe ser tomada con la rigurosidad que corresponde, considerando a las cuencas como unidades territoriales de intervención, y la aplicación de instrumentos de fomento con pertinencia local que incidan en la protección y recuperación de los ecosistemas degradados. También es importante que servicios como el SEIA exijan compensaciones más estrictas a proyectos productivos que generan externalidades negativas, valoradas en términos económicos, ecológicos y sociales, considerando el cambio climático y la restitución de la funcionalidad de los ecosistemas afectados.
El manejo forestal sustentable resulta ser fundamental en este caso, implementando programas silviculturales dirigidos a limpiar suelos (fitorremediación), proteger cursos de agua, reconstituir la estructura, vigor y regeneración del bosque, la asistencia técnica para la comercialización de productos madereros y no madereros derivados del manejo, y el impulso al desarrollo de un producto turístico de intereses especiales y potencial encadenamiento productivo. Esto se presenta como una de las pocas oportunidades para el desarrollo de la localidad, y la preservación de uno de los ecosistemas forestales nativos más representativos de la región de Antofagasta y del norte del país.
Chile está en deuda con los ecosistemas nativos de la macrozona zona norte, y es el momento de tener un gesto ante siglos de destrucción y olvido, y por ello es indispensable avanzar en lo señalado en el Programa de Gobierno 2022-2026, donde se indica que se contará con programas de asistencia técnica forestal e instrumentos que protejan y valoren los servicios ecosistémicos y productos forestales no madereros (PFNM) de los ecosistemas naturales, e impulsar las modificaciones a ley N°20.283 de Bosque Nativo y Fomento Forestal.
Hoy más que nunca se necesita de voluntad política y una reorientación de las estrategias de intervención pública en el territorio de Quillagua, las que deberán basarse en una adecuada asistencia técnica a la comunidad indígena homónima, potenciando sus capacidades sociales y humanas intrínsecas, con el apoyo interinstitucional público privado y participación activa de la academia. El trabajo colectivo mancomunado, será la única oportunidad para sacar a Quillagua del colapso ambiental en la que se encuentra.
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