Ferias del libro en Chile: Un retroceso marcado por egos, fragmentación y ausencia de visión
La Feria Internacional del Libro de Guadalajara concluyó una nueva edición con casi un millón de asistentes, reafirmando por qué es uno de los encuentros literarios más influyentes del ámbito hispanohablante. Chile obtuvo el premio al mejor stand internacional, un reconocimiento indiscutible que demuestra que, cuando existe profesionalismo, el país puede sobresalir.
La FIL reunió a más de 2.790 sellos provenientes de 64 naciones, cerca de 1.000 autores, organizó más de 700 presentaciones y superó las 3.000 actividades, con más de 2.900 periodistas acreditados y una presencia mediática global que pocas ferias alcanzan. Barcelona dejó una marca visible y, en la edición número 40, Italia será el País Invitado de Honor.
Este nivel de excelencia contrasta de manera abrupta con la situación chilena. Ojalá el país recuperara el rumbo perdido; sin embargo, los egos desbordados, la mezquindad disfrazada de conducción, la ausencia total de visión editorial y la incapacidad de los gremios para trabajar unidos han generado eventos fragmentados, sin dirección, sin ambición y sin voluntad alguna de elevar sus estándares.
Quienes niegan esta crisis solo revelan su desconexión con la realidad. La sectorización gremial no es un matiz: es un obstáculo enorme que ha sofocado cualquier posibilidad de construir una feria sólida, coherente y respetada.
Mientras en Chile proliferan los feudos y los vetos silenciosos, otros países avanzan con determinación. Perú y Colombia, que durante años parecían inmóviles, hoy exhiben encuentros dinámicos, convocantes y con una proyección que Chile perdió por decisiones pequeñas, tomadas por personas aún más pequeñas. No se trata de imitar a Frankfurt, Guadalajara o Buenos Aires, sino de recuperar el lugar que FILSA ocupó cuando convocaba a premios Nobel y a figuras literarias que hoy ni siquiera considerarían visitar Santiago.
Quien formula una crítica fundada no miente; evidencia un deterioro visible que algunos prefieren ocultar tras discursos complacientes. Las asociaciones chilenas parecen incapaces de coincidir en un mismo espacio sin que surjan rivalidades, desconfianzas y protagonismos vacíos.
ProChile ha realizado un esfuerzo admirable, reflejado en los dos premios consecutivos al mejor stand en Guadalajara, pero ese mérito se reduce cuando lo exhibido representa a un puñado de editoriales que no constituyen la industria, sino una muestra mínima y homogénea de un sector que alguna vez fue diverso. Los celos, los egos y la arrogancia intelectual han contaminado el ambiente al punto de volverlo casi irrecuperable.
Quien escribe fue tratado más de una vez como un autor menor, como si existieran castas literarias definidas por afinidades políticas, camarillas de pasillo o bendiciones del mercurio. Nunca entendieron que lo esencial son las letras, no los gestos altivos de quienes jamás han alcanzado algo verdaderamente significativo.
El ninguneo fue moneda habitual, no solo hacia mi trabajo, sino hacia muchos escritores que buscaban abrirse paso pese al boicot silencioso de los mismos de siempre. El tiempo hizo lo suyo: el politburó literario se derrumbó y arrastró consigo a FILSA, convertida en un conjunto de fragmentos ensamblados con torpeza, un proyecto que se deshizo por su propio elitismo.
Desde afuera el contraste es evidente. En 2026 Buenos Aires celebrará su 50º aniversario, consolidando medio siglo de una feria sostenida con profesionalismo y visión. Guadalajara cumple 40 años fortaleciendo un modelo que crece sin deteriorarse.
Chile, en cambio, parece condenado a repetir sus errores, como quien lanza dardos con los ojos vendados y se sorprende al fallar siempre. Las letras y sus actores son los principales damnificados, víctimas de asociaciones incapaces de pensar más allá de su propio perímetro.
Si no surge altura de miras, Chile seguirá conformándose con ferias pequeñas que celebran su propio ombligo mientras confunden autocomplacencia con éxito. Sin un cambio profundo, sin renunciar a los protagonismos estériles y sin dejar atrás la arrogancia improductiva, el país continuará retrocediendo, atrapado en una maleza que crece año tras año mientras otros avanzan con claridad y determinación.