Estados Unidos y sus colmillos sobre Venezuela: Una tragedia anunciada de la que no podemos ser cómplices
Existe una posibilidad cierta que la lista de intervenciones militares de Estados Unidos en América Latina se engrosará. A la invasión de Panamá en 1903, al envío de tropas a República Dominicana en 1965, al golpe de Estado en Chile en 1973, a su apoyo concreto a la Operación Cóndor en la región, -entre muchas otras violaciones a la soberanía de otras naciones- se le sumaría su intromisión a Venezuela, en pleno siglo XXI.
Con la excusa del narcotráfico, Donald Trump -matón del barrio-, incluso se atreve a dar ultimátums a presidentes de otros países para que abandonen el poder. Hablemos desde la sensatez: nos puede gustar o no Nicolás Maduro, pero ninguna autoridad extranjera tiene derecho a decidir el futuro de un país que no es el suyo. Es injustificable, es despreciable.
Además, esta desvergonzada acción se sustenta en una acusación de la cual jamás se ha presentado prueba alguna: que Nicolás Maduro lideraría un cartel de drogas. Tan efímera resulta dicha imputación que los marines estadounidenses, en vez de capturar a los tripulantes de las supuestas narco-lanchas, en vez de apresarlos y poder sacarles información, deciden asesinarlos. Ante tal constatación, la sospecha es un deber.
Ahora bien, todo lo dicho pasa a segundo plano cuando hablamos de un concepto bastante siniestro, acuñado por Estados Unidos cuando pretendía quedarse con Vietnam: los “daños colaterales”. En el país asiático, los daños colaterales fueron más de tres millones, sí, tres millones de personas asesinadas, sin contar las miles y miles que murieron posteriormente producto de los gases tóxicos que la nación norteamericana arrojó sin miramientos sobre decenas de pueblos vietnamitas. Entre ellos ¿cuántos niñas y niños?
Pero Estados Unidos no aprende, o simplemente no se lo cuestiona. Lo hemos visto claramente en el genocidio de Israel sobre el pueblo palestino, donde el apoyo del “Tío Sam” ha sido clave para asesinar a las a miles de niñas y niños. Lo que actualmente sucede a miles de kilómetros, hoy puede suceder en nuestra propia región. Donald Trump está dispuesto a todo.
Y digamos las cosas como son: a Estados Unidos no le interesa absolutamente nada el pueblo venezolano. De hecho, los venezolanos migrantes en el país norteamericano son violentamente criminalizados por el gobierno.
No hay que profundizar mucho para comprender que Estados Unidos necesita más petróleo, las estimaciones internas proyectan que su producción de crudo se reducirá en varios miles de barriles de petróleo menos. Por lo demás, y cito textualmente a CNN, en su artículo Por qué a Estados Unidos le importa tanto el petróleo de Venezuela, “Estados Unidos produce más petróleo que cualquier otro país en la historia. Pero aun así necesita importar petróleo, especialmente el que produce Venezuela”. Más claro echarle agua.
Ahora bien, en un ejercicio de ficción, supongamos que a Estados Unidos efectivamente le interesa velar por las democracias en América Latina y tiene una genuina preocupación por sus pueblos, ¿por qué no intervino Perú cuando Dina Boluarte se instaló de facto como presidenta? Y, como si fuera poco, con gravísimas violaciones a los derechos humanos al pueblo peruano, asesinatos incluidos.
La eventual invasión a Venezuela no obedece al amor a la libertad, como quieren hacernos creer los medios estadounidenses, la Casa Blanca, los matinales y noticieros chilenos, y la industria de Hollywood. La eventual invasión a Venezuela obedece a la vocación imperialista de Estados Unidos, sustentada en su permanente necesidad -ahora más que nunca- de mantener su hegemonía mundial, mediante el petróleo, mediante presidentes títeres impuestos en otros países, y mediante la sumisión permanente de las naciones subdesarrolladas, como sucede con la totalidad de los países de nuestra región, incluido Chile.
¿Permitirá el mundo otra invasión estadounidense? ¿Permitirán las autoridades mundiales un río de sangre amparada bajo una acusación no comprobada? Solo recordemos la Invasión a Irak, donde jamás se encontraron las armas nucleares que sirvieron de excusa a Estados Unidos para matar sin miramientos a quienes se le oponían.
Podemos estar a favor o en contra del gobierno venezolano, podemos criticar a su presidente, incluso podemos apoyar o no a la oposición venezolana, pero lo que no nos podemos permitir es otra intervención estadounidense en la región. América tiene experiencia: miles de asesinatos, usurpaciones y conflictos internos en cada uno de los países en que la nación más poderosa del mundo impuso su tenebrosa bota militar.
¿Estamos dispuestos a cargar en nuestra conciencia el asesinato de niñas y niños, mujeres, ancianos, bajo una excusa que no ha sido demostrada?
No permitamos que el grito de dolor que hoy gritan los palestinos, se escuche en español, acá, en nuestro barrio, y con nuestra complicidad.