Segunda vuelta presidencial: ¿Un candidato liberal o estatista? ¿Conservador o progresista?
En el último tiempo el debate político ha estado concentrando mayoritariamente por la lucha hacia el reconocimiento de las sociedades en un sentido transversal de la palabra, alejado de esa vieja dialéctica entre izquierdas y derechas.
Muchos hablan de igualdad, libertad, injusticia, progreso, derechos, entre otras tantas categorías, sin embargo, resulta interesante dialogar sobre que es más viable para nuestro país de cara a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales que viviremos el próximo 14 de diciembre.
En Chile existe una significativa tensión respecto de la palabra “neoliberalismo”, no obstante, debemos diferenciar aquella de la concepción denominada liberalismo clásico, dado que esta última corresponde a dimensiones con aproximaciones distintas y sus fines últimos tienen matices considerablemente opuestos. De ahí, que a momentos la discusión se vuelva acalorada por izar la bandera del mundo estatal o liberal.
Por su parte, hemos de señalar que el enfrentamiento político de corte ideológico entre izquierdas y derechas presume mantener intrínsicamente su vigencia; una vigencia que a estas alturas permanece fosilizada. Existe, pero enraizada en ese imaginario histórico propio del siglo XX, uno con aires de totalitarismos, retazos de un absolutismo y alarmas de un deterioro democrático in situ.
Tal vez, la lucha ideológica entre izquierdas y derechas por incidir en la política actual tiene como resultado una considerable ausencia de diálogo hacia la ciudadanía, junto con ello, un debilitamiento en los acuerdos y una enajenación hacia la población nacional, por tanto, no es de extrañar que un segmento de la clase política haya recibido un portazo en sus propias narices tras el sufragio emitido en primera vuelta el pasado 16 de noviembre.
Si las izquierdas “aman” al Estado, ello tiene directa relación con la carga epistemológica que se lleva de fondo, donde la igualdad, justicia y derechos cobran fuerza solo si el modelo resulta estatista, en otras palabras, regulado, ejecutado y observado mediante el aparato burocrático referido por Max Webber, o sea, el Estado.
La idea de una estatización se superpone a la de una ideología de izquierda, ya que va más allá de un pensamiento y reflexión militante, es conllevar un modelo que agrupe a esas izquierdas que, entre paréntesis, en la actualidad son diversas y muy heterogéneas en términos generales, por tanto, la noción de aglutinar y ensamblar posturas en pro de un agente mayor (Estado) es clave en el siglo XXI.
Por otro lado, las derechas no cuentan con una preponderancia mundial producto de la selección de la masa social, incluso, cada vez son más los cuestionamientos y afrentas que sufre el llamado “mundo liberal”. Tal vez, uno de los grandes desafíos se inscribe en materia valórica, y no solo bajo una dimensión económica. Esto es probable que haya provocado que las generaciones más jóvenes vean en el progresismo una alternativa más horizontal y propia de un paradigma secularizado.
En la actualidad, tenemos un progresismo que muestra un lado dialogante, tolerante y transversal, sin embargo, a momentos este podría resultar un tanto sesgado, claro, dependiendo de la cosmovisión estatista desde la cual nos situemos. Insisto, no se trata de una lucha entre izquierdas y derechas, sino más bien entre estatistas y liberales con un fuerte instinto ideológico, uno que se sustenta bajo una línea política. Entonces, el modelo de un presidente electo en las urnas en segunda vuelta no solo define una “candidatura triunfadora”, sino también un modelo económico, valórico y social que dicha figura electa anhela para nuestro país.
Si el modelo liberal promete plena emancipación hacia sus conciudadanos, ¿por qué el mundo privado liberal recurre al Estado, a ese modelo estatista que relegan una y otra vez de su proyecto político? ¿Qué desafíos tiene el liberalismo en el siglo XXI? ¿Es la figura conservadora, “liberal” y de derecha del candidato José Antonio Kast la más viable para liderar nuestro país? ¿Es la persona de Jeannette Jara, progresista, estatista y de izquierda la más oportuna para liderar Chile? ¿Qué prefiere la ciudadanía? ¿Se puede gobernar meramente rechazando la agenda valórica en un país? ¿Desea Chile una continuidad política ideológica del actual gobierno tras el posible arribo de una candidata comunista a La Moneda?
Por último, el Dr. Agustín Squella Narducci, uno de los intelectuales más cuestionados en la convención constituyente precedente, señala ciertos argumentos que resultan atractivos de analizar para responder a las interrogantes enunciadas.
El jurista chileno dice: “La derecha quiere un Estado mínimo que regule meramente los negocios y que por ningún motivo los haga él mismo, sobre todo si se trata de buenos negocios, mientras que la izquierda prefiere un Estado no subsidiario […] Lo llamativo en el caso de la posición de la derecha, como ha sido puesto de relieve tantas veces, es que la figura del Estado mínimo le parece conveniente solo cuando los negocios marchan bien, puesto que basta que las cosas empeoren -especialmente para la banca y el resto de las instituciones financieras- para que los representantes de ese sector político reclamen la inmediata intervención del Estado” [Agustín Squella. Libertad. Valparaíso: UV, 2018, pp.85].
Tal vez, para que el liberalismo pueda superar la pretensión estatista debe tener una coherencia homogénea en su discurso, una sola retórica, una libertad en materia económica y moral, no solo en una de ellas, además de excluir la opción de recurrir al Estado frente a una problemática repentina. A eso se le llama credibilidad intelectual, algo que la ciudadanía espera, demanda y desea desde el sector liberal para el siglo XXI, de lo contrario, tenemos irrefutablemente un doble discurso.
José Antonio Kast y Jeannette Jara representan dos opciones ideológicas, dos posturas políticas y dos formas de entender la sociedad civil y el funcionamiento de ella, será la ciudadanía quien escoja al final del día que modelo prefiere, no las encuestas, no los analistas o “expertos” que circulan en la opinión pública nacional.