Tomás Quiñones, dramaturgo: “Hay una ritualidad histórica relacionada con los cuerpos de las mujeres que nunca se fue”
Ver una obra de teatro a través de su texto. Esto es parte de lo que las y los lectores pueden experimentar a leer un texto dramatúrgico. Y esta posibilidad se abre a nuevas propuestas con la publicación del libro “Última noche de las Barbies”, del dramaturgo Tomás Quiñones bajo el sello independiente de FEA Editorial.
Ganadora del II Concurso de Dramaturgia de AIEP/UNAB en su versión 2024 y del primer lugar en categoría Dramaturgia del premio Mejores Obras Literarias 2025 del Ministerio de las Artes, las Culturas y el Patrimonio, “Última noche de las Barbies” revisa críticamente la experiencia de ser mujer, del tránsito por la adolescencia de la imposición del canon de belleza y de las visiones sobre el cuerpo en un especial territorio: Alto Hospicio, en pleno Desierto de Atacama.
“Última noche de las Barbies” se lanza este viernes 28 de noviembre, a las 18:30 hrs., en Librería Proyección (San Francisco 51, Santiago Centro). El libro será presentado por la dramaturga Nona Fernández.
-La corporalidad de las mujeres y los mandatos a los que estamos sometidas son un tema que afortunadamente está siendo problematizado con mayor frecuencia. ¿Qué mirada particular crees que propone tu texto?
Creo que el texto tiene potencial en el sentido que cruza la simbología de varias historias contextuales para contar una sola historia sencilla. Si bien la premisa inicial acá es la despedida de la infancia, eso se va enriqueciendo con la idea de la construcción cultural de lo femenino, del contraste evidente con el cambio corporal, y de los mitos que aportan a esas construcciones. Pensaba en las niñas consagradas para momificar en la cultura inca como la Niña Juanita de Ampato, o las niñas que serían desposadas por el Tangata Manu en la cultura Rapa Nui. Hay una ritualidad histórica relacionada con los cuerpos de las mujeres que nunca se fue, sólo cambió de forma y de modelos, quizás otros dioses, otras ofrendas. Las Barbies bien podrían ser partes de otro ritual si las miramos con suficiente distancia histórica.
-¿Por qué situaste esta obra en Alto Hospicio?
En general tengo una conexión fuerte con el norte que viene de la familia, ya que mis abuelos maternos eran de Bolivia -aymaras ambos-, y mi parientes aún bailan en el Inti Ch’amampi. Ahí ya hay mucha melcocha para escribir. En concreto, yo vengo de una conurbación cuyas ciudades -Coquimbo y Serena- tienen entre talla y talla, cierta dinámica de La bonita y La de la cicatriz. Si bien hay varios binomios así en Chile, me pareció que la relación entre Iquique y Alto Hospicio es geográficamente tan cargada de simbolismo que bien podía espejear a escala más pequeña una relación entre dos niñitas con proyecciones de vida disímiles, contradictorias. Una ciudad con la cara hacia el mar y la otra con la cara al desierto, acaso el desencuentro trágico de futuros irreconciliables. Y Alto Hospicio como espacio liminal, como trastienda histórica del Norte, también me pareció el lugar adecuado para referenciar los puntos políticos que me interesan sin ser -tan- panfletario.
-Sin spoilear, abordas críticamente una problemática que podríamos denominar colateral, que es el desperdicio textil en el desierto de Atacama. ¿Qué mirada tienes sobre este tema?
Si esta obra en algo ayuda a que ese tema sea visto como una urgencia, me declaro agradecido. Me encanta el desierto y estoy hipnotizado desde muy chico con sus atardeceres y su tragedia. Que esa belleza sea vista apenas como un terreno baldío disponible de basural, me parece inaceptable. Al final el asunto ni siquiera se resuelve con mover el lugar de basural de un punto a otro, sino que tiene relación con consecuencias macro de la industria fast fashion y el consumismo acelerado como algo incuestionable en la escala de valores que manejamos hoy. No veo una solución a corto plazo pero no por eso no vamos a criticar el manejo actual del asunto.
-Utilizas a Barbie como juguete y como alter ego de las personajes. Últimamente ha estado muy presente de manera reflexiva y lúdica también por la película. ¿Qué punto quisiste poner con este icónico juguete?
Bueno, esto es lo que pasa cuando a un niño cola no le pasas muñecas para jugar en la infancia formativa: queda dando vueltas una obsesión pendiente. Una amiga me regaló mi primera Barbie estando harto más viejo y más que un juguete al final la terminaba mirando como algo medio totémico.
La película Barbie me sirvió para desarrollar esos mismos pensamientos, y llevarlos a la infancia que no fue, situados en los ‘90 y en el contexto sudaca. Acá agradezco de haberme rodeado siempre de mujeres bacanes en la militancia y en el cahuineo. Hablando con amigas, caí en cuenta de lo serios que eran esos rituales de iniciación con las muñecas, originales y falsas, y pensé que podía ser un buen juego escénico, una forma de yo mismo hacer las paces con las fiestas del té a las que no fui y darles la vuelta política que ahora de adulto me interesa dar.
-Hay un contrapunto importante entre la imagen de las barbies, mayoritariamente rubias, y las personas que habitan el norte, sin desconocer su diversidad. ¿Cómo se expresa la imposición del canon de la belleza en estas chicas, en Ágata y Amanda, habitantes de un territorio como Alto Hospicio?
Se expresa con la misma violencia que me imagino deben haber sentido tanta niña y niño nortinos criándose en un país que nunca los incluía mucho en el relato oficial de la patria y sus modelos. No creo que sea azaroso que simbólicamente a las niñas chilenas en el norte grande de Chile les quede -o les haya quedado en el pasado, ni idea si hoy se percibe así- más cercana en el afecto la riqueza de la cultura andina antes que los relatos metropolitanos de rucias endogámicas performeando chilenidad de salón. Quizás esa distancia simbólica es lo que me parece interesante de explorar con lo descontextualizado que puede ser una Barbie, ese artefacto de mujer imposible cuando lo usan pa jugar niñitas de pómulos altos y pelo azabache.
-Las protagonistas están en una etapa de cambios, de tránsitos. Esto está asociado a la idea de las Barbies y su "desecho" como parte de este camino. ¿Qué nos quieres decir con este gesto de "botar" las Barbies?
Cuando empecé a escribir la obra pensé que estaba escribiendo una obra sobre el tránsito de la infancia a la adultez. Iba como en la mitad y dije: “parece que esto me toca a un nivel más personal”. Pensé en la gente que a uno lo va cincelando a nivel afectivo cuando crecemos y cómo salen o salimos de las vidas de los otros para no volver a encontrarnos. Eso duele y ese dolor sólo adquiere filos más específicos cuando se trata de estas dos niñitas que protagonizan la obra, que al final son las voces de las amigas con las que hablamos de este dolor formativo. Por eso es importante escuchar a las amigas pa entender emociones que nos permitan conectar de alguna forma, pa encontrarnos y dejarnos afectar en las grandes preguntas que nos cruzan, esas que se fueron gestando en los juegos que ganamos o perdimos en la infancia atolondrada y palpable.
-¿Qué llamado nos harías para conocer y leer la obra?
Diría que si jugaste con muñecas, léela. Si tuviste secretos con amigas, léela. Si te han dejado o has dejado personas en el camino recorrido para ser quien eres, léela. Parece una jugarreta pero es así. Ojalá la lean y si hay compañías interesadas en montarla -saludos a la gente que hace teatro en regiones-, vayan a verla. En Santiago tuvimos un par de funciones en Sidarte y recuerdo que vi en la fila un par de señoras con sus hijas chicas. Me temo que no es una obra tan infantil, como pude corroborar con la cara de las señoras a la salida, pero espero de corazón que experienciar la obra en cualquier formato -en teatro o en libro- le permita a la gente tener esas conversaciones que a veces nos cuesta tanto tener.