Reseña de libros| "Gente en transición" de Neto Águila Zúñiga: 14 cuentos que cruzan memoria, humor y crítica social
Gente en transición (RIL editores, 2025) es un libro de 14 cuentos de Neto Águila Zúñiga. Los relatos circulan por la transición chilena a la democracia con guiños o pasajes propios de una generación que vivió los ochenta y aterrizó en los noventa de manera poco feliz, muchas veces. Ante este escenario, el ojo de Neto Águila a veces observa, participa, critica y también padece el tiempo que quedó atrás y también el que le siguió.
El libro se inicia con el cuento “La última estación”, una historia de tren que recorre el camino desde Nueva York al pequeño pueblo de Fulton, y parece anunciar que su tema será el transitar o, al menos, eso abre a la imaginación. El movimiento, ir de un lado a otro, poner a sus personajes en rutas o en tránsitos internos, bien se ven reflejados en esta primera historia sobre el envejecer y el volver a casa después del paso del tiempo. El desplazamiento también aparece en “Volar lejos”, un cuento sobre una gimnasta de semáforo que sueña con ser parte del Cirque du Soleil mientras vuela por los aires de Providencia. Allí el autor observa escudado en un par de personajes, como los sueños de los y las chilenas han cambiado con el paso del tiempo y, entre saltos y velocidad, a veces se estrellan contra su propio ímpetu.
Otro modo de estrellarse también aparece en “Anomalía salvaje” y allí Águila habla en primera persona. Se intuye su biografía o la biografía de una generación que llama “la de los veteranos de los ochenta”. En este cuento, el autor propone un encuentro entre dos antiguos compañeros de la universidad y de la política, que se vieron por primera vez mientras estudiaban filosofía. Ahora, reunidos en un local del supermercado Jumbo, uno de ellos es el comprador y el otro, nada más y nada menos, que el humano detrás del disfraz de elefante gris con jardinera verde, el corpóreo Jumbito. Resulta que a los veteranos no les ha ido igual de bien, aunque ambos parecen decepcionados del mundo que les toca, y a quienes leemos se nos aprieta un poco la guata por tanta diferencia en los destinos de ambos. Al elefante le ha tocado ver a su antiguo camarada en las noticias, siempre encumbrado en la política. Siempre acomodado, quizás.
Una línea interesante del libro se da en torno al “avistamiento”. Primero en “El gran delator” y luego en “Perdidos en el espacio”, Águila se convierte en ufólogo y hace seguimiento a ovnis. Tanto como gusto excéntrico de sus personajes, como por formas de observarse entre ellos, el autor pone a circular el “avistar” como un modo de sugerir lo extraño, a compañeros perdidos, a seres extrañados del tiempo. Con humor y mayor liviandad, los ovnis aparecen como el fenómeno noventero en el que algunos personajes de la televisión pasaron días desaparecidos, pero prefirieron decir “abducidos”.
Cada vez que Águila circula por el humor —y lo hace cada vez más adentrado el libro—lo va logrando con mayor gracia; pues, a pesar, de que el texto se organiza en 14 cuentos, va generando una historia que repite personajes y evoca cuestiones ya leídas en las páginas precedentes. La transición política está menos tematizada de lo que se espera, pero esto no es una deuda, dado que el libro brilla más cuando habla de historias “más universales”. No necesariamente porque su apuesta por la transición chilena no sea acertada—escribir desde el cuento es un aporte—, sino porque se atreve mucho más, y los detalles de las historias son los que permiten seguir la pista de este momento de la historia de Chile.
“La destrucción de un estudiante de arte” y “El ánfora del poeta”, merecen buena atención por parte de los lectores y lectoras. De a poco se ha ido afinando cada vez más la descripción de las escenas y personajes, sus sentimientos y nuevamente el problema del tiempo y del paso de las horas. En “La destrucción…” circula, además, el tema del archivo o esa gran cantidad de cosas que tenemos, que guardamos y que cuentan nuestra historia. ¿Qué pasaría si algún día quisiéramos deshacernos hasta de nuestro nombre? No quedaría más que la locura, sugiere Águila.
La primera incursión de cuentos de Neto Águila es prolífica en personajes con nombres pensados y escogidos, con historias que valen más como historias que por su modo de ser narradas o descritas, pero eso no debiera detener un oficio que como sugieren sus palabras finales, es el de taller, de lápiz mina y goma de borrar: hacer y rehacer, leer y releer. Una de las principales gracias de la ficción es poder suavizar los tiempos difíciles y la desesperanza, uno de los afectos quizás más conocidos de la transición y sus sobrevivientes. No hay necesidad de tomarse tan en serio lo que pasó, si lo que pasó no es tan real, si no es su historia oficial ni oculta, si hay espacio para ovnis o Godzilla. Quizás así, esta vez, en un encuentro o varios con los antiguos compañeros de filosofía, y la vuelta a la lectura de la anomalía salvaje de Spinoza, pueda rehacerse un tiempo roto, en otra multitud, en otra democracia, como hubiese querido el filósofo sefardí.