
Chile envejece: La emergencia global que seguimos ignorando
El Censo 2024 encendió todas las alarmas. Chile envejece a un ritmo vertiginoso, y mucho más rápido de lo que somos capaces de reaccionar. Hoy, uno de cada siete habitantes tiene 65 años o más.
Al mismo tiempo, los nacimientos se desploman: apenas 135 mil en 2024, con una tasa de fecundidad de 1,03 hijos por mujer, la más baja de nuestra historia. Esto no es un dato frío: es una emergencia global que golpea nuestra puerta y que seguimos mirando de lejos, como si aún tuviéramos tiempo para postergar las decisiones.
La verdad es incómoda. Nuestros sistemas de salud y de cuidados no están preparados. Faltan especialistas en geriatría, faltan centros de acompañamiento y sobra soledad en la vida cotidiana de miles de personas mayores que cargan con la doble mochila de la invisibilidad y el abandono. Si seguimos postergando respuestas, el colapso será inevitable. La pregunta, entonces, no es si debemos actuar, sino cómo y con qué urgencia.
El vacío de los sistemas actuales
Lo que hoy tenemos son sistemas diseñados para un país que ya no existe. Durante décadas, nuestras políticas públicas asumieron que la pirámide demográfica estaba asegurada, que siempre habría una base amplia de jóvenes sosteniendo a una población envejecida minoritaria. Ese mundo terminó. Chile, con una tasa de fecundidad similar a la de países europeos, enfrenta el desafío del envejecimiento sin haber desarrollado redes de cuidado sólidas ni una infraestructura geriátrica suficiente.
La consecuencia es clara: las familias, en particular las mujeres, se ven obligadas a asumir el rol de cuidadoras en soledad, muchas veces renunciando a su propio proyecto laboral o vital. El Estado llega tarde y mal, y el mercado responde con soluciones caras y excluyentes. La soledad, la dependencia y el deterioro en la calidad de vida de miles de personas mayores no son una “inevitabilidad biológica”, sino el reflejo de un modelo de cuidados que nunca se atrevió a actualizarse.
Una alternativa posible: reconvertir para cuidar
En este escenario, una alternativa concreta y viable es la reconversión de colegios con baja matrícula en centros diurnos para personas mayores. El descenso de la natalidad ya tiene efectos visibles en la infraestructura escolar: aulas vacías, establecimientos que pierden viabilidad y comunidades que sufren el cierre de espacios históricos. Ese déficit puede convertirse en oportunidad.
Imaginemos esos colegios transformados en centros de cuidados comunitarios, con servicios de salud preventiva, talleres recreativos, espacios intergeneracionales donde estudiantes y mayores convivan, aprendan y se apoyen mutuamente. No hablamos de un sueño lejano, sino de experiencias que ya han demostrado éxito en otros países y en algunas iniciativas locales.
En América Latina, el BID ha demostrado que los centros diurnos cuestan cuatro veces menos que una residencia de larga estadía y, además, mejoran la calidad de vida, reducen la soledad y alivian a las familias. Se trata de soluciones costo-eficientes y humanas que Chile aún no incorpora con la urgencia que merece.
La infraestructura existe, lo que falta es voluntad política y un mínimo de visión de futuro. No se trata solo de levantar un nuevo edificio, sino de redefinir un paradigma: el cuidado como un derecho colectivo, y no como una carga individual.
La urgencia de decidir hoy
El envejecimiento no es un problema del mañana, es la tarea urgente del presente. Miles de mayores pasan sus días en soledad o saturando hospitales por falta de prevención. Cada año que perdemos significa más personas desprotegidas, más familias sobrecargadas y más costos acumulados para un sistema que ya no da abasto. La evidencia está frente a nosotros y el tiempo corre en contra.
Si no comenzamos ahora a construir sistemas de atención geriátrica sólidos, comunitarios y sostenibles, mañana será demasiado tarde. Este no es un desafío del futuro, es la gran tarea de hoy. Reconocerlo con claridad es el primer paso; asumir con coraje político es el siguiente.
El envejecimiento puede ser visto como un peso o como una oportunidad para redefinirnos como sociedad. La historia nos juzgará según la respuesta que demos en este momento: si seguimos ignorando la emergencia o si somos capaces de levantar un sistema de cuidados que honre la dignidad de quienes ya nos entregaron su vida, su esfuerzo y sus sueños.
Si actuamos hoy, Chile puede transformarse en un ejemplo de humanidad y visión de futuro: un país donde envejecer sea sinónimo de dignidad, acompañamiento y comunidad. La pregunta es sencilla y urgente: ¿estamos dispuestos a construir juntos ese futuro antes de que sea demasiado tarde?