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La DC tras el apoyo a Jara: El desafío de construir un domicilio político claro
Foto: Agencia Uno

La DC tras el apoyo a Jara: El desafío de construir un domicilio político claro

Por: Rossana Carrasco Meza | 31.07.2025
Tras el respaldo de la Democracia Cristiana a la candidatura de Jeannette Jara, el partido enfrenta un desafío histórico: definir su rol y retomar el centro político, dejando atrás ambigüedades y buscando la unidad de la centroizquierda para enfrentar a la derecha.

Este fin de semana, la Democracia Cristiana dio una señal política significativa. Con algo más del 60% de apoyo, la Junta Nacional del partido resolvió respaldar la candidatura presidencial de Jeannette Jara. No es un gesto menor. En medio de un escenario fragmentado, de desconfianzas acumuladas y de una centroizquierda que ha tenido dificultades para reconstituirse, este paso es una apuesta concreta por la unidad.

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La decisión no fue fácil ni gratuita. Supuso un remezón interno inmediato: la renuncia de su presidente, Alberto Undurraga, evidencia las tensiones y fracturas que atraviesan al partido. Y es probable que no sea el único efecto. Habrá renuncias. Habrá voces disidentes que no respetarán el acuerdo. Pero más allá del corto plazo, lo verdaderamente relevante es que esta definición obliga -y habilita- a la DC a una reflexión profunda sobre su lugar en la política chilena. No solo en esta coyuntura presidencial, sino de cara al país, a su historia y a su futuro.

La candidatura de Jeannette Jara -ministra de Estado, militante comunista, mujer de gestión reconocida y perfil social- representa una figura que, a pesar de su origen partidario, ha logrado generar confianza transversal. El respaldo por parte de la DC es una señal potente en términos simbólicos y estratégicos: una apuesta por superar las trincheras ideológicas del pasado reciente y reencontrarse en torno a objetivos comunes como la justicia social, la equidad territorial, la recuperación de derechos y una democracia más participativa.

Desde la perspectiva del sistema político, esta decisión puede marcar el inicio de un nuevo ciclo. Uno donde la centroizquierda, si logra ordenar sus fuerzas y dejar de lado rencillas intestinas, puede presentarse como una alternativa real frente a una derecha que ha demostrado capacidad de organización, de agenda y de crecimiento electoral.

La ciudadanía, cansada de la polarización estéril y del personalismo, podría valorar una propuesta de unidad basada en proyectos concretos y liderazgos con experiencia y vocación transformadora.

Para la Democracia Cristiana, esta es también una oportunidad histórica. La opción de volver a jugar un rol político sustantivo, no desde la ambigüedad ni desde los bordes, sino retomando con claridad el centro: no como espacio vacío o equidistante, sino como fuerza moderadora y social, comprometida con la justicia, la democracia y los derechos. El domicilio político de la DC no está -y no debe estar- en la derecha. Es hora de despejar esa confusión que le ha costado identidad, apoyo ciudadano y coherencia.

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Aquí es oportuno recordar a Norberto Bobbio, quien advertía que "la antítesis entre derecha e izquierda es una forma de interpretar la historia y la política que no ha perdido vigencia". Y agregaba algo más profundo aún: “Quien sostiene que ya no existen derecha e izquierda... está simplemente tomando partido sin declararlo” (Norberto Bobbio, "Derecha e Izquierda: razones y significados de una distinción política").

No asumir una posición no es neutralidad: es negarse a rendir cuentas. En ese sentido, el respaldo de la DC a una candidatura progresista es, más allá de las disputas internas, una afirmación política que debe ser defendida con convicción.

Sabemos que la unidad no se decreta. Se construye. Y el respaldo de la DC debe ir acompañado de generosidad mutua, claridad programática y disposición real al diálogo. No se trata solo de sumar partidos o siglas: se trata de ofrecer un camino político distinto, con raíces en la memoria democrática del país, pero con ojos puestos en los desafíos del siglo XXI.

La señal ya está dada. Ahora viene el trabajo fino: articular propuestas, entusiasmar a una ciudadanía escéptica, y demostrar que una centroizquierda unida no solo es posible, sino necesaria.

Porque frente a una derecha organizada y ambiciosa, el progresismo no puede seguir disperso ni dubitativo. Lo de este fin de semana puede ser el primer paso de muchos. Y aunque no garantiza victorias, al menos nos dice algo fundamental: todavía hay voluntad de construir juntos.

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