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El oficio docente: 'Vosotros los que entraís, abandonad cualquier esperanza'
En la Divina Comedia de Dante, esta frase marca la puerta de entrada para acceder a los 9 infiernos, marcando el destino inmutable de los condenados y el carácter absoluto de la justicia divina en la concepción dantesca del más allá, la que construye la realidad de los que allí fueron enviados.
Si bien es una exageración considerar que el sistema educativo se asemeja al infierno de Dante, este es solo un ejemplo para quienes hemos decidido entrar en el mundo educativo y permanecer. Es un acto de autoconvencimiento que es posible cambiar los ecosistemas educativos y resistirnos a la tentación de cruzar la puerta de Dante.
No obstante, pareciera que el 'abandonad toda esperanza' va entrado, viéndose reflejando tanto en la deserción de docentes que abandonan el sistema, el bajo ingreso a las carreras de pedagogías, y el desincentivo de ser directivo al no estar considerados en una Carrera Docente Directiva.
Esto último contará ya con la falta de interés de los últimos tres gobiernos, de los cuales (salvo una reorganización del “Marco Para la Buena Dirección y Liderazgo” que se realizará prontamente), no ha existido un interés de promover a quienes dirigen los colegios en remuneraciones y soportes de formación.
En tanto, a los docentes de aula se les carga un modelo de evaluación excesivo, que junto a los procesos evaluativos para el desarrollo profesional, sumado a lo actual, más parece un control de calidad de un Estado evaluador que solo regula el 'mercado de lo educativo'.
Pues bien, de momento, ni los servicios locales, ni la conformación de fundaciones o corporaciones para sostenedores privados con subvención estatal, han logrado que la educación sea una política pública de Estado que dé un paso adelante e iguale la cancha con el sector particular pagado.
Lo ideal sería que, más allá de cualquier gobierno, se pueda construir una mirada común, que pueda avanzar más allá de la Ley Sep, la que -aún con sus bemoles- es de las últimas acciones que han entregado herramientas realmente significativas para la cotidianeidad de las escuelas.
Entre tecnócratas, economistas y también profesores a la cabeza, la educación y su vida pública ha quedado congelada en una reactivación que va careciendo de propósitos toda vez que más allá de miradas puntuales, no ha existido convicción ni sustrato suficiente para empujar una política educativa que nos saque de la frase dantesca, que hoy habita desde la violencia escolar hasta la violencia estructural.
La violencia por ejemplo de estar sujetos al voucher para financiar los colegios por dar un ejemplo, o la despedagogización de docentes directivos y la burocratización de procesos evaluativos sin pertenencia al devenir real de una escuela.
Se requiere hombres y mujeres que no solo sepan, si no que conozcan desde la experiencia lo que significa trabajar en un colegio en aula y gestión. Existe un antiguo adagio que dice que “para enseñar latín a Juan, se debe saber latín y conocer a Juan”.
No basta saber latín para estar conduciendo lo público en lo educativo. Se debe conocer a Juan, por lo que se debe conocer el sistema con sus virtudes -que existen muchísimas- y necesidades para estar a la cabeza del servicio de estado, para estar a la cabeza de un colegio, y en lo más importante, en el espacio aula.
En nuestra actualidad se vivencia algo que podríamos llamar “crisis del santuario o lo sagrado” que no es una frase que haga alusión a lo religioso propiamente tal, es hacia la apreciación de valores y principios de bien común, intransables para la educación o la vida digna de los hijos de la patria.
Ello, contrarrestando una anomia que va horadando lo educativo, construyendo peligrosamente una “desinstitucionalización”, que se ve en la relativización emocional, social y moral de elementos básicos a la hora de construir sociedad, donde en el abandono de toda esperanza se instala la banalidad de cualquier otro propósito educativo que intente contrarrestar este bucle, pues aparece el: ¿Para qué?
Y así el “yo hago que enseño o gestiono la escuela, la comuna o la región, tú haces que aprendes o ejecutas lo que se dice, pero que al final del día, ni tú aprendes o haces, ni yo enseño o gestiono” es el teatro del absurdo.
Siempre será el momento de revertir el estado actual, desde tratar a todos con respeto y legitimidad más allá del lugar que estemos, hasta comprender qué, si no hacemos lo que nos corresponde, son los niños, niñas y jóvenes los que quedarán expuestos al abandono de toda esperanza, y ese sería el fracaso absoluto de nuestra sociedad y de nuestro tiempo actual.