Aguas fósiles: El desconocido tesoro del desierto que peligra con la minería de litio
Los paisajes del desierto de Atacama evocan tiempos primitivos. Sus aguas son vestigios de un pasado remoto, reservas cargadas de múltiples formas de vida que resisten hasta hoy en muchas formas y tamaños. Numerosas lagunas teñidas de rojos intensos, amarillos y verdes, dependiendo de los minerales que convocan, dan forma a un gran ecosistema asombroso y delicado.
Hace millones de años, los salares eran vastos lagos que cubrían extensas áreas del desierto y el altiplano. Con el paso del tiempo, la actividad volcánica, la erosión de las rocas, y la intensa radiación solar devinieron su evaporación, originando los espejos de agua prístina y costras salinas que conocemos hoy. Más abajo, los acuíferos se ramifican dentro de la tierra, dando sustento a este profundo entramado hídrico.
Estas aguas fósiles, o paleoaguas, sustentan diversas plantas nativas como la chachacoma, el pingo pingo y la yareta; al igual que los hábitats de especies emblemáticas como flamencos, gaviotas, vicuñas y microorganismos como las cianobacterias y los estromatolitos, asociados directamente al origen de la vida en la Tierra.
Asimismo, estos cuerpos hídricos han sido esenciales para las comunidades humanas desde que comenzaron a habitar el desierto hace miles de años, formando un sutil equilibrio ecológico y social en uno de los ecosistemas más áridos del planeta, del cual aún sabemos muy poco.
“Chile, un país profundamente vulnerable al estrés hídrico y a las sequías, encuentra en estos ecosistemas altiplánicos un símbolo de resiliencia, donde la vida persiste, se adapta y florece incluso en los entornos más inhóspitos”, señaló a Climate Tracker la experta en biodiversidad de Chile Sustentable, María Isabel Manzur.
“Proteger estos paisajes es proteger un legado viviente de resistencia, equilibrio y memoria natural”, subrayó la especialista, y es que proteger se ha vuelto una tarea especialmente compleja, porque estos pretéritos entornos son hoy el destino de la ambición global por el litio, un mineral abundante allí como en ningún otro lugar del mundo y clave para la transición energética.
En este contexto, Chile se propuso proteger un 33% de la superficie total de sus salares, lo que equivale a 1,5 millones de hectáreas. El resto, según la estrategia nacional trazada durante el actual gobierno de Gabriel Boric, serán abiertos a la explotación por parte del Estado o empresas privadas.
Proteger sin ciencia
Según el Código Minero de Chile, los salares son legalmente clasificados como depósitos de minerales no metálicos, lo cual permite su explotación para extraer litio, boro y otras sales. Esta definición ha sido cuestionada por la comunidad científica, que ven en ellos mucho más que recursos mineros.
“Los salares funcionan como sistemas integrados, donde cada parte está interconectada. Protegerlos de manera fragmentada equivale a desatender su complejidad ecológica”, explicó Manzur, en referencia, por ejemplo, a lo que ocurre en los salares Surire, Atacama y Maricunga, que solo reciben protección parcial.
Es como sacar agua de una tina: al extraer agua de un lado, el nivel desciende en toda la superficie, sin importar desde dónde se saque. “La línea que separa lo protegido de lo explotado resulta una ilusión, ya que un salar forma parte de una cuenca hidrográfica, un sistema integral e interconectado donde cada extracción afecta al todo”, puntualizó la experta.
El impacto del desconocimiento
En Chile, los salares se distribuyen en las regiones de Arica y Parinacota, Tarapacá, Antofagasta y Atacama. Sin embargo, la investigación sobre estos ecosistemas ha sido históricamente limitada debido a factores culturales, la centralización del conocimiento y la falta de financiamiento.
Además, “estos territorios han sido percibidos principalmente como recursos para la industria minera”, indicó a Climate Tracker la microbióloga de la Universidad de Antofagasta, Cristina Dorador.
“Esta visión ha dificultado el desarrollo de investigaciones científicas necesarias para tomar decisiones ambientales informadas”, señaló la académica.
Por su parte, la encargada de investigación de la ONG Fiscalía del Medio Ambiente (FIMA), Javiera Pérez, advirtió que existe una deuda histórica en términos de investigación y conservación de las aguas del desierto. “El territorio ha sido relegado principalmente a la explotación minera, el vertido de relaves y, más recientemente, a la instalación masiva de infraestructuras de energía eólica y solar”, comentó a este medio.
Ambas investigadoras coinciden en que aún se desconocen los impactos ambientales de muchas tecnologías promovidas como “innovadoras”.
“Es fundamental realizar estudios exhaustivos, establecer líneas de base y coordinar acciones de manera transparente, incluyendo la participación ciudadana y la consulta a los pueblos originarios, quienes han habitado estos territorios durante milenios y poseen un conocimiento profundo de su entorno”, argumentó Pérez.
En este contexto, Dorador enfatizó la necesidad urgente de avanzar en investigaciones que permitan comprender mejor estos ecosistemas y diseñar estrategias de manejo sostenible para mitigar la pérdida de biodiversidad y preservar el patrimonio biocultural del altiplano.
“Con cada cuenca que se agota, también desaparece una historia y un legado que el desierto ha conservado durante siglos”, señaló la microbióloga.
El microbioma del desierto
Los salares son una huella de los primeros capítulos de la vida en la Tierra. En medio de vastas superficies salinas, una intensa radiación y escasez de oxígeno, emergen formas de vida que desafían los límites de lo posible.
Antes, estos ecosistemas eran considerados estériles, pero la investigación microbiológica ha cambiado esa percepción tradicional.
“Hoy se sabe que microorganismos como bacterias, arqueas y cianobacterias forman tapetes microbianos multicolores que colonizan las superficies salinas y los sedimentos. Además, participan en procesos biogeoquímicos esenciales, como la fijación de nitrógeno y la fotosíntesis, creando redes tróficas que sostienen a otros organismos”, explicó a Climate Tracker la investigadora del HUB ambiental de la Universidad de Playa Ancha, Verónica Moreno.
Esta diversidad microbiana se revela en tapetes que tiñen los salares con tonalidades púrpuras, rosadas y negras, donde ocurren complejos procesos biogeoquímicos. Un aspecto fascinante es su versatilidad metabólica, que les permite sobrevivir en entornos cargados de metales pesados como el arsénico y utilizar minerales para generar energía. Esto ha despertado un creciente interés científico, impulsando biotecnologías para la biorremediación y soluciones agrícolas en regiones áridas.
“Los entornos extremos albergan una asombrosa diversidad de microorganismos, capaces de adaptarse y diversificarse en condiciones únicas. Estos hallazgos no sólo abren nuevas posibilidades para la ciencia, sino que también arrojan luz sobre el origen de la vida”, señaló Dorador.
En unos pocos milímetros de espesor, estos microorganismos transforman materia inerte en vida, regulando ciclos esenciales para el agua y la biodiversidad que sustentan.
“Se cree que el origen de la vida podría estar vinculado a ambientes termales en el fondo del mar, bajo condiciones similares a las que existen hoy en los salares, posiblemente de forma simultánea en distintas regiones del planeta”, detalló Moreno. Por ello, comprender estos procesos nos acerca a resolver algunas de las mayores incógnitas de la ciencia.
Asimismo, los salares son muy valorados por las comunidades locales como espacios de significado cultural y propiedades medicinales. “Aguas termales y pozas específicas se utilizan tradicionalmente para depurar el cuerpo, una práctica ahora respaldada por investigaciones que identifican microorganismos con potenciales beneficios para la salud”, agregó Moreno.
Pese a la luz arrojada por estas investigaciones, el esfuerzo científico orientado a conocer más sobre los salares enfrenta grandes desafíos, como la falta de financiamiento y la monopolización de las narrativas, principalmente en manos de la minería.
Medidas de mitigación sin evidencia
Los salares son cuencas evaporíticas, eso significa que naturalmente se evaporan. Sin embargo, la actividad humana, como la minería de litio y los efectos derivados del cambio climático, están acelerando este proceso de manera alarmante.
Durante la extracción, el agua se evapora hasta obtener cloruro de litio, un recurso clave para procesos como la transición energética. “La evaporación del agua en el desierto más árido del mundo no es sustentable. De ella dependen numerosos ecosistemas y comunidades”, advirtió la bióloga de la ONG Defensoría Ambiental, Cynthia Escares.
Métodos como la reinyección de aguas tratadas, donde se regresa al medio la salmuera procesada, aún carecen de estudios sobre sus impactos potenciales.
“Esto ignora que el agua no es solo un líquido salado, sino una mezcla compleja de componentes químicos, físicos y biológicos. Alterar esta composición puede cambiar el pH, afectar a los microorganismos y romper el equilibrio ecológico del que dependen especies emblemáticas como las parinas, nombre con que las comunidades locales conocen a los flamencos”, explicó Escares.
Incluso los microorganismos extremófilos, adaptados a condiciones severas del desierto, no son inmunes a estos cambios, ya que su resistencia está ligada a parámetros específicos. “No se trata de que el agua sea más o menos salada, sino de mantener un equilibrio químico, biológico y físico que no puede restaurarse con una simple reinyección”, agregó.
La extracción desmedida de agua amenaza los ecosistemas de las cuencas endorreicas, donde el agua proveniente de los glaciares se almacena en lagunas y salares. “El agua que sustenta estos ecosistemas no se regenera; es un recurso formado a lo largo de millones de años. Lo que se evapora hoy, se pierde para siempre”, subrayó la investigadora.
Especies amenazadas
Chile alberga tres especies de flamencos cuyos principales sitios de anidación coinciden con salares explotados por la industria minera, donde la extracción intensiva de agua subterránea ha disminuido el agua y deteriorado su hábitat natural.
Como resultado, la presión sobre los salares ha modificado significativamente los patrones de anidación de estas aves. El salar de Atacama, que solía albergar una de las colonias más numerosas de flamenco andino, ha dejado de ser un sitio viable para la reproducción.
En consecuencia, la población migró al salar de Maricunga, donde en 2023 se registraron más de 800 nacimientos. Sin embargo, a pesar de encontrarse dentro del Parque Nacional Nevado de Tres Cruces y estar designado como sitio Ramsar, este salar también ha sido clasificado como estratégico para la explotación de litio.
“Los flamencos cruzan fronteras en busca de hábitats adecuados para alimentarse y reproducirse, por lo que la conservación no puede limitarse a un solo territorio. Tenemos que ver todos los salares y preguntarnos si los que protegemos tienen capacidad de carga para albergar a todos estos flamencos que están siendo desplazados”, apuntó la encargada de conservación en la ONG Symbiótica, Dominique Durand.
El monitoreo satelital es una de las estrategias implementadas recientemente para rastrear las rutas migratorias y evaluar la capacidad de carga de los salares que aún conservan condiciones adecuadas. Sin embargo, la falta de estudios ecológicos complica la planificación de medidas.
Aunque CONAF reportó un récord de 859 polluelos de flamenco andino y 38 de flamenco chileno nacidos en Maricunga, no hay información sobre su supervivencia a largo plazo, la cual es esencial para evaluar la salud de la población y la eficacia de las medidas de conservación.
Salares y acuíferos en peligro
A pesar de que la extracción de litio afecta directamente las reservas de agua, se desconocen muchos aspectos de la hidrología de estos ecosistemas y sus napas subterráneas.
El hundimiento del suelo en los salares es una consecuencia directa de la extracción de salmuera, que deteriora las napas subterráneas y compromete la estabilidad de toda la estructura geológica que las sostiene. Este fenómeno ha sido documentado desde hace varios años en el salar de Atacama, en la Región de Antofagasta.
Una situación similar enfrenta el salar de Ascotán, en la misma región, también considerado estratégico para la explotación. Este ecosistema alberga al pez endémico Orestias ascotanensis, que solo habita en esas aguas, adaptado para resistir condiciones hipersalinas con bajos niveles de oxígeno y alta radiación solar. Su supervivencia está ahora en riesgo debido a los permisos de extracción otorgados en la zona.
Además, este salar, junto al de Carcote, ubicado en la frontera con Bolivia, ha enfrentado graves problemas de contaminación debido a derrames de hidrocarburos causados por el volcamiento de camiones cargados de combustible. Estos incidentes han contaminado el suelo, puesto en peligro a la fauna local y comprometido las napas subterráneas.
La comunidad quechua de Ollagüe, directamente afectada, ha levantado su voz en múltiples ocasiones, exigiendo respuestas y medidas de mitigación a las autoridades. FIMA ha apoyado este proceso y Pérez, quien también participó como abogada del caso, relata que tras visitar la zona, evidenciaron cómo las piscinas de petróleo percolan hacia los acuíferos.
Sin embargo, optar por soluciones a través de la justicia es complejo, ya que los salares no están protegidos por la Ley de Humedales, y su clasificación como depósitos de minerales dificulta su defensa ambiental. “A pesar de que el derrame ocurrió hace varios años, la poza sigue presente, y el crudo continúa filtrándose hacia los acuíferos, evidenciando una preocupante inacción gubernamental y una negligencia que agrava la recuperación del ecosistema”, afirmó la abogada.
Comunidades excluidas
En la alta cordillera, el pastoreo tradicional y la existencia de bofedales están profundamente interconectados debido al impacto que generan los animales al moverse sobre la tierra. Aunque estos humedales no son artificiales, su formación y sostenibilidad han estado vinculadas durante siglos a prácticas ancestrales que siguen vivas al día de hoy.
Durante el crecimiento de la industria del litio, muchas voces locales han sido excluidas de los procesos de toma de decisiones, a pesar de poseer un conocimiento invaluable para la conservación de territorios que habitan hace siglos.
La antropóloga de Fundación Tanti, Paulina Hidalgo, dijo a Climate Tracker que han presenciado consultas ciudadanas “deliberadamente confusas, con información imprecisa y excesivamente técnica, lo que obstaculiza la participación efectiva de las comunidades”.
«Muchas personas tienen un profundo conocimiento sobre estos procesos, pero también hay quienes desconocen que tienen derecho a decir que no o a proponer alternativas», explicó, a lo que se suma la omisión ciudadana en etapas posteriores, como decidir qué salares proteger.
La interconexión entre los salares, humedales y las comunidades locales es fundamental para la cultura del territorio, lo cual se refleja en prácticas identitarias que aún perduran y evidencian el arraigo espiritual que estas comunidades mantienen con su entorno. “Aquí es común ofrecer vino a la tierra o dejar hojas de coca, actos simbólicos que expresan la creencia de que la tierra está viva y debe ser respetada. Siempre es importante saludarla y hacer una pequeña ofrenda al ingresar a un pueblo”, describió Hidalgo.
Esta es una nota original de Climate Tracker, publicada en alianza con El Desconcierto.