El roto chileno: Monumento y memoria pública
La Batalla de Yungay fue un hito que movilizó, en los primeros años de la república, un sentimiento de identidad nacional “chileno” que se emblematizó en su más reconocido monumento -autoría de Viriginio Arias, en 1888- y que ensalzó a una importante figura de la cultura popular: el roto chileno.
Si bien, el origen de esta escultura fue un homenaje al soldado desconocido, -lo que explica que el nombre inicial de la obra fuera “Héroe del Pacífico”- la municipalidad de Santiago adquirió la obra para conmemorar esta batalla, en el centro de la plaza del barrio homónimo, de la capital chilena y, hasta la fecha, cada año es el punto de encuentro en torno a la cultura popular en un barrio que, además, está protegido como zona típica.
La vinculación de esta figura con la representación del roto chileno en tanto personaje popular tardó unos años en consolidarse. Y es que “el roto” –desde su etimología, harapiento y andrajoso- fue, sistemáticamente, despreciado por las clases poderosas quienes vieron, en su mundo, el origen de la incivilidad y la explicación de por qué no se alcanzaba la anhelada modernidad.
En medio de un paradigma racializante propio del siglo XIX, las clases populares fueron vistas por las elites como herederas del mundo indígena y, por tanto, impedidas de desarrollar las cualidades refinadas del “mundo civilizado”.
El roto o rotaje para la elite ilustrada no fue más que un ser grosero, sin educación, sin cuna ni familia. Por su parte, intelectuales y artistas del cambio de siglo, levantaron y promovieron la figura del mestizo como portador de una esencia cultural única, con capacidad para enarbolar las características auténticas de la identidad nacional mientras protagonizó un relato homogéneo de la chilenidad. Pero el mestizo, logró invisibilizar la presencia indígena contribuyendo con ello a una construcción racializada de la nación y, el roto, bajo esta noción, también quedaría excluido.
Resulta sintomático que -tal como es retratado en la novela de Agusto D´Halmar, Juana Lucero (1902)- la aristocracia santiaguina durante esta celebración acostumbrara a exhibir sus riquezas de forma pública mientras todavía Yungay fuera un barrio de elite. Por su parte, la novela social de inicios del siglo XX retomó la figura del roto chileno.
Joaquín Edwards Bello lo retrató en su novela El roto (1920) como a aquel personaje del bajo pueblo, habitante de conventillos y chinganas; el minero; el soldado, el huaso y el bandido; que era parte de los sectores marginados del proceso modernizador, sectores también a los que los poderes públicos eran indiferentes.
En su caracterización, Benjamín Subercaseaux se refirió a esta figura como todo hombre del pueblo más bien anónimo en su genealogía y sin rumbo claro, mientras Horacio Gutiérrez resaltaría su valentía, fuerza, simpatía y amor por la patria.
También es interesante destacar cómo la vida propia del mundo popular comenzó a embestir a la figura del roto chileno con el significado que conocemos hoy. Si bien en el lenguaje de ciertos sectores sociales el roto todavía tiene una connotación peyorativa, actualmente se instala como parte viva del mundo popular.
La picardía, la pillería, la chispa en su hablar adquieren vida en las cuecas de Los Chileneros, las décimas y payas del Piojo Salinas, Santos Rubio, Pedro Yañez, Jorge Yañez y tantos otros. Mas la figura del roto chileno es eminentemente masculina: ni la literatura, ni la música asociada al roto chileno, han profundizado en los atributos de la mujer de pueblo. En tal sentido, la pregunta por la representación de la mujer popular en el imaginario nacional está pendiente.
Y mientras, los vecinos, ciudadanos y diferentes generaciones significan y resignifican esta figura materializada en uno de los monumentos públicos más emblemáticos de Santiago -y también en otras ciudades chilenas- la celebración busca recuperar los espacios públicos, sacar la música y los bailes a las calles.
Porque si bien la identidad nacional, o las identidades nacionales, hoy pueden entenderse de una forma diferente a lo que fuera más de un siglo atrás, este monumento es parte de la memoria pública que, en palabras de Beatriz Sarlo (2005), es entendida como “forma de la historia transformada en relato o monumento… que prolonga a la Nación o a una cultura específica del pasado en el presente a través de sus textos, sus mitos, sus héroes fundadores y sus monumentos”.