Cuando la desigualdad importa un cuesco
Aunque otros se enojen, yo soy un agradecido de la franqueza de Máximo Pavez, vicepresidente de la UDI: la desigualdad le importa un cuesco, como se decía en mi niñez para demostrar total indiferencia ante algo. Sus palabras fueron: “Da lo mismo la desigualdad. Las sociedades prósperas son más desiguales”. Sé que lo que dice es tonto, pero es franco. Decir tonterías con franqueza es algo que deberíamos valorar en nuestros políticos, habiendo ya tan poco que valorar.
Debo asumir que para Pavez, como para Javier Milei o Axel Kaiser, lo desigual no es sinónimo de injusto. Ellos creen que si por el mismo trabajo usted le paga más a un hombre que a una mujer lo que hay no es una injusticia que deba corregirse, sino libertad de contratación. La libertad es lo único que importa. La igualdad y la justicia que suele vivir dentro de ella son secundarias.
Podríamos entrar en un interesante debate acerca de si es la igualdad-justicia lo que debe primar sobre la libertad o a la inversa; o acerca de si se trata de valores que, en realidad, se complementan.
Pero por ahora solo quiero insistir en algo simple: la desigualdad en el plano económico encierra, con toda probabilidad, una injusticia. Y si eso es así, lo decente y moralmente exigible es corregir la desigualdad y, con ello, superar un estado injusto. No hay que entender a Heidegger en su traducción al sánscrito para convenir en esto, ¿no?
Hace pocos días, en una estupenda columna en este mismo medio, Jorge Molina Araneda nos ilustraba indicando que, según el informe World Inequality Report, el 1% más rico de Chile concentra el 49,6% de la riqueza total del país. Podríamos decir, para redondear, que ese 1% tiene la mitad de todo.
¿Es justo que ese 1% tenga en su poder la mitad de la riqueza que existe en Chile? ¿Se la ha ganado o se la expropia injustamente a otros que la han producido y que la merecen?
A Máximo Pavez estas preguntas le dan lo mismo. Al traste con la igualdad y con esa monserga de la justicia y su versión comunistoide de la justicia social.
En mi caso, que no soy comunista y que de Marx entiendo lo básico, estoy convencido de que el 1% de la población, haga lo que haga, no es capaz de producir el 50% de la riqueza del país. Si la tiene en su poder, es porque se apropia lo que no le corresponde.
Esa injusticia, por cierto, se corrige redistribuyendo. No voy aquí a avanzar en la forma de hacerlo, pero me basta con que usted convenga conmigo en que hay una injusticia que corregir y en que es importante hacerlo.
Este mamífero devenido en vicepresidente de un partido político jocosamente autodefinido como “popular”, sostiene que las sociedades prósperas son más desiguales.
Algo como “a mayor prosperidad, mayor desigualdad”, que es como decir que mientras más desiguales seremos más prósperos. Es mezquino con los ejemplos concretos, claro. Imagino que no cita a Chile como ejemplo.
Pero ¿qué entiende este descendiente de homínidos que bajaron de los árboles por “prosperidad”?
Para mí, que desciendo de ese mismo grupo, la prosperidad significa niños protegidos, con acceso a educación, vivienda, salud, recreación, esperanzas y sueños. La prosperidad significa ancianos que cobren pensiones dignas y jóvenes con trabajos bien pagados y estables.
Significa sueldos decentes y acceso a la vivienda. Significa que los más débiles y desaventajados no sean abandonados. ¿Hablaremos de lo mismo? ¿O lo suyo será la prosperidad de gente como Luksic, Angelini, Paulmann, Said, Solari o Matte? En fin.
De cualquier modo, las Naciones Unidas considera que la desigualdad amenaza significativamente el desarrollo económico. No olvidemos, nos dirá Pavez, que las Naciones Unidas es un bastión del comunismo y el marxismo internacional.
Mejor, vamos al Banco Mundial. Este organismo también considera a la desigualdad (sobre todo la extrema, que es nuestro caso) como un freno al desarrollo económico y postula una “prosperidad compartida”, asunto en el que no alcanzo a ingresar en esta columna, pero que usted puede revisar por sí mismo (ver en aquí). Seguramente, el marxismo también está haciendo lo suyo en esta organización.
En realidad, no hay que ser un genio para saber que la realidad es la opuesta a la que postula el señor vicepresidente: las sociedades más prósperas son las más igualitarias.
Hay que darse una vuelta por Noruega, Dinamarca, Holanda o Nueva Zelanda. Es en esos países igualitarios donde la delincuencia retrocede al punto de no tener inquilinos para las cárceles, el sistema de salud cura y protege a todos, los ancianos reciben pensiones justas, la educación promueve en lugar de segregar, las mujeres no son discriminadas y las personas acceden a viviendas dignas.
Nosotros, en cambio, vivimos en una pesadilla: listas de espera e Isapres que cobran demás a sabiendas, AFPs que pagan pensiones ridículas, trabajos precarios, delincuencia en un 99% hija de la pobreza y una educación que reafirma las desigualdades, para no hablar del sufrimiento diario derivado de la plata que no alcanza.
Dice Pavez que a él le da lo mismo la riqueza extrema de unos pocos (aunque sea manifiestamente injusto, como hemos visto) si es que todos tienen el mínimo de condiciones para elegir sus destinos.
Pues bien, Máximo, eso no ocurre en Chile. Solo hay una desigualdad obscena y muchísimas personas que no pueden elegir sus destinos. ¿Ves? La libertad desaparece donde la desigualdad se entroniza. Sería bueno que si te importa la primera, empieces a ponerle atención a la segunda.
Ah, y por favor, víctimas de la desigualdad… dejen de entregarles siquiera un voto a personas a quienes ustedes les importan un cuesco. Eso es masoquismo. Y tontera.