Rodrigo Karmy, filósofo:
Fotografía: Cedida

Rodrigo Karmy, filósofo: "La nakba no es solo la catástrofe palestina, es el paradigma de nuestro tiempo"

Por: Matias Rojas | 29.12.2024
El filósofo y académico analiza cómo los mecanismos de control implementados en Palestina se replican globalmente, el rol de los medios en la normalización del genocidio y por qué la resistencia palestina ha devenido en una lucha antifascista global. 'Todo es Gaza significa que cualquier ciudad, país o comunidad podría ser aniquilada sin más si así se lo decide', advierte.

"Palestina es el crisol por el cual contemplamos el presente", asegura el filósofo Rodrigo Karmy, en entrevista con El Desconcierto, porque la nakba -catástrofe asociada a la fundación del Estado de Israel en 1948- se ha transformado en un "paradigma de aquello que habitualmente llamamos globalización y que, desde mi punto de vista, se extiende al modo de una guerra civil planetaria".

Desde ahí el académico del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile analiza cómo los mecanismos de control y vigilancia implementados en Palestina se replican a nivel global.

En su nuevo libro "Palestina Sitiada" (LOM, 2024), Karmy examina cómo cada muro, cada gueto urbano y cada ley de seguridad que restringe derechos en el mundo reproduce las formas de dominación sobre el pueblo palestino.

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En ese sentido, los medios de comunicación son parte de ese devenir global "porque han sionizado la lengua, es decir, han situado a la lengua del exterminio como una lengua normal, y a la del derecho la han reducido a una lengua anómala, extraña a nuestro mundo", advierte.

 -¿Qué lo motivó a investigar y escribir sobre la situación palestina? ¿Cómo ha sido su experiencia como académico abordando este tema?

Podríamos decir que tener un apellido palestino -Karmy- se vuelve un acontecimiento en una sociedad erigida en base a tremendos prejuicios sobre lo árabe en general y lo palestino en particular. Aquello que Edward Said llamó “orientalismo” está tremendamente vivo en Chile y configura un racismo estructural que condiciona la relación que alguien con apellido palestino experimenta. Una relación en la que se juegan muchas formas de exclusión, algunas implícitas, otras explícitas y que, como tal, devenir palestino significa situarse en una interfaz, una suerte de lugar sin lugar en la cartografía orientalista que compone la textura cultural de nuestro país. En este sentido, portar un nombre palestino hoy es algo que no pasa desapercibido ni en Chile ni menos en el mundo. Sobre todo, después de los atentados a las Torres Gemelas del año 2001 que para mí fue un acontecimiento crucial en la medida que, si bien los palestinos nada tuvieron que ver con dichos ataques, el orientalismo igualmente les asoció dejándoles capturados al ojo de la policía global. Por eso, me parecía que había que pensar esta situación, pensar ese lugar marcado por un nombre que ha intentado ser borrado, dado que la mayoría de los descendientes de palestinos que vivimos en Chile –los chilestinos- somos herederos de la nakba, directa o indirectamente. Tal como muchos otros pueblos por supuesto que migraron a América Latina, dado que el pueblo palestino no es un pueblo “excepcional”, sino uno como los demás. Entonces, escribir sobre Palestina me pareció siempre un problema profundamente ético; no en el sentido de una obligación, sino en cuanto lo que se juega ahí es la capacidad de sostener un deseo y una palabra, que muchas veces no están autorizadas a pronunciarse, que no caben dentro del imaginario que, por ejemplo, se tiene sobre el mentado “conflicto”.

-¿Cómo eso ha tenido correlato en su vida cotidiana?

Te pongo un ejemplo: en una reunión de amigues, una conversación banal a veces surge la pregunta: “Y tu apellido de donde es?” Y entonces dices: “palestino”. Ese momento ya es un instante de subjetivación en el que se juega una ética. Porque al decir “palestino” no sabes qué te dirán: “ah el terrorista” o “yo soy amigo de judíos y palestinos” o, algunos más osados, te dicen “no sé porqué tanta pelea entre hermanos judíos etc”. En cualquiera de las afirmaciones del espacio microfísico “Palestina” irrumpe como catástrofe y todas esas expresiones orientalistas así lo muestran. Si se quiere, surge la tensión y las afirmaciones orientalistas están ahí para neutralizarlas. Como verás, a pesar de que en Chile se ha forjado una solidaridad popular muy interesante con el pueblo palestino (sobre todo las últimas décadas) el deseo y la palabra que se juega en el significante “palestino” sigue siendo problemático en cuanto acusa un lugar sin lugar: que no estamos en Chile porque si, sino por una catástrofe que sigue vigente, por una injusticia histórica. En relación a tu primera pregunta, puedo contestarla mejor: si ciertas fuerzas pugnan hoy por borrar el nombre “Palestina”, afirmar ese nombre significa atestiguar que solo pensamos lo que amamos, que nadie piensa, por tanto, sin afecto. Solo por eso, pensar es sobre todo un acontecimiento de justicia en el que se juega una ética.

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-En su reciente libro "Palestina Sitiada" usted plantea que Palestina funciona como un paradigma de la globalización contemporánea. ¿Cómo se materializa esta idea y qué nos dice sobre los mecanismos de control y dominación actuales?

En realidad, esta es una idea que ya aparece planteada por un cineasta palestino que se llama Elia Suleiman y que, junto con las conversaciones de amistad que hemos forjado en el Centro de Estudios Árabes con mis amigos y colegas, hemos ido dándole una cierta sistematicidad. Recientemente Mauricio Amar acaba de publicar “El Paradigma palestina” (Doble a, 2024) donde justamente remite a la misma tesis que estoy trabajando en “Palestina sitiada” (Lom, 2024) o el mismo periodista australiano Anthony Loewenstein con su libro “The Palestine Laboratory” (Verso Books, 2023) deslinda finamente este problema. El problema que pulsa en esta constelación de trabajos e ideas, es que Palestina puede ser vista como el crisol por el cual contemplamos el presente. En cada ghetto que se arma al interior de las ciudades, en cada muro que se erige para separar a unos “indeseables” de otros, o en cada decreto o ley que se aprueba a favor de la “seguridad” y en contra de los derechos ciudadanos, asistimos a la puesta en juego del paradigma palestina. Se trata de lo que el vocabulario palestino llama “nakba” se ha transformado en un paradigma de aquello que habitualmente llamamos “globalización” y que, desde mi punto de vista, se extiende al modo de una guerra civil planetaria. Como tal, se trata de que la acción bélica cada vez se juega de forma irregular y al interior de la población civil como objeto primario de la aniquilación que puede asumir modulaciones e intensidades variables. configurando una multiplicidad de plexos en los que se juega la producción y co-existencia de zonas cero donde los conflictos asumen una intensidad mayor y zonas de cierta estabilidad. Es como si la otrora realidad colonial se hubiera introyectado a tal punto al interior del imaginario metropolitano que este último se hubiera vuelto indistinguible de la primera. Y de, hecho, lo que sostengo es que el neoliberalismo, entendido como esa forma gubernamental del capital no fue otra cosa que un anudamiento político entre el antiguo liberalismo y el fascismo histórico. Por eso, ya no tenemos el “afuera” del mundo colonial clásico pues éste se halla “dentro”, tal como el imaginario colonial sionista concibe la cuestión palestina: esta última no está en territorios fuera del suyo sino que, para ellos son el suyo (por más ilegal que sea esa visión). La guerra civil planetaria es, en el fondo, una suerte de reverso del Imperio (Hardt-Negri), donde la promoción biopolítica se encuentra con su reverso tanático de manera cada vez más frecuente, pero no al modo de lo que Brown calificaría como una transformación interna de la racionalidad neoliberal (que pasaría de una forma liberal a otra autoritaria) sino en cuanto esta última habría estado desde siempre constituida desde las violencias coloniales (el fascismo histórico) que hoy se desatan por doquier en esta nueva fase de acumulación en la que vivimos.

-¿De qué manera el concepto de la nakba que usted describe como un "devenir del mundo" se relaciona con otros procesos de violencia y desposesión que vemos globalmente?

Si la nakba no es el nombre de la catástrofe que solo experimenta el pueblo palestino producto de la colonización sionista sino que es el paradigma de nuestro tiempo, podríamos decir que no se trata aquí de la tesis que ve una conspiración sionista en todo el planeta, sino una reproducción de sus formas de gubernamentalidad en las que éstas coinciden cada vez más con la guerra. Sea en la industria armamentista (que, en realidad, es LA industria israelí) donde se juega la ciberseguridad, control fronterizo y contraterrorismo, así como también, en las formas de despojo de agua, construcción de muros, divisiones, cortes al interior del continuum político; todo ello ofrece la sombría mirada de una nakba extendida a nivel planetario donde el capitalismo no ha hecho más que coincidir enteramente con su industria de muerte. Mi lectura subraya el cómo la otrora realidad del colonialismo clásico se hubiera introyectado a tal punto al interior de las gubernamentalidades metropolitanas que estas últimas se habrían vuelto indistinguibles de la primera. Y de, hecho, lo que sostengo es que el neoliberalismo, entendido como esa forma gubernamental del capital no fue otra cosa que un anudamiento político entre el antiguo liberalismo y el fascismo histórico o, si se quiere, entre el clásico liberalismo burgués y su reverso colonial igualmente clásico, pero intensificado para nuevas fases de acumulación. Por eso, ya no tenemos el “afuera” del mundo colonial clásico pues éste se halla “dentro”, tal como el imaginario colonial sionista concibe la cuestión palestina: esta última no está en territorios fuera del suyo sino que, para ellos son el suyo (por más ilegal que sea esa visión). La guerra civil planetaria es, en el fondo, una suerte de reverso del Imperio (Hardt-Negri), donde la promoción biopolítica se encuentra con su reverso tanático de manera cada vez más frecuente, pero no al modo de lo que Wendy Brown calificaría como una transformación interna de la racionalidad neoliberal (que pasaría de una forma liberal a otra autoritaria) sino en cuanto esta última habría estado desde siempre constituida desde las violencias coloniales (el fascismo histórico) que hoy se desatan por doquier en esta nueva fase de acumulación. 

-¿Qué rol juegan los medios de comunicación globales en la construcción de narrativas sobre el conflicto palestino-israelí y cómo esto afecta la comprensión internacional del genocidio en Gaza?

Se ha repetido en muchas ocasiones que estamos asistiendo a un genocidio en vivo y en directo. En este sentido, todo aparece transparente. Nada se oculta. Así, los medios de comunicación no son dispositivos secundarios a la guerra sino el lugar en que ésta se materializa en el ámbito del lenguaje. En este sentido, los medios son la “infraestructura” del presente en el entendido que desde ellos se constituye una determinada lengua. “Infraestructura” entre comillas porque no hay “superestructura” alguna. Los medios capturan la medialidad del lenguaje y manufacturan una determinada lengua que, en este caso, ha operado como lengua del exterminio. Los medios han producido una lengua criminal y la han puesto en circulación sin parar. En este sentido, han promovido una educación criminal de los afectos en cuanto ha intentado normalizar el genocidio. Y su forma es exactamente inversa a aquella desde la cual se produjeron los grandes exterminios en el siglo XX: si estos últimos eran posibles porque se ocultaban (el exterminio nazi salió a luz con el triunfo aliado recién), en la actualidad, estos se vuelven posibles porque se muestran en exceso. Estamos saturados de genocidio. Este supura por todos lados, nos llueven genocidios pero se vuelven indistinguibles de nuestra propia cotidianeidad. Así, los grandes medios han jugado a destruir nuestros afectos si, tal como entendió Guy Debord, el espectáculo no define a un simple mecanismo de comunicación como una verdadera “relación social”. Los medios son parte del devenir nakba del mundo, porque han sionizado la lengua, es decir, han situado a la lengua del exterminio como una lengua normal, y a la del derecho la han reducido a una lengua anómala, extraña a nuestro mundo. Así, el espectáculo apunta a destruir nuestra eticidad en el sentido, de intentar des-afectarnos de lo que sucede en Palestina, es decir, lo que acontece con nosotros. Así, los medios no “reflejan” la guerra sino que la producen, en otros términos, el mentado “conflicto palestino-israelí” es producido por los medios cada vez que éstos nos plantean el problema desde el punto de vista “humanitario” en el que la gran víctima, la víctima ejemplar resulta ser la víctima judía frente a la cual, toda crítica es territorializada bajo la acusación de “antisemitismo”. Así, podemos escuchar todos los días que los palestinos “mueren” o “son alcanzados por…”, omitiendo de manera descarada al agente de todo esto: Israel. De hecho, el mismo sintagma “guerra” que se ha elegido desde el 7 de Octubre no deja espacio para introducir el término que permitiría desbaratar la lengua del exterminio instaurada: colonización. Es más, reuslta propio del mecanismo mediático su apuesta por descontextualizar: desde el 7 de Octubre de 2023 toda una tropa de voces nos han repetido hasta el cansancio de si se “condena o no a Hamás”. Este performativo (condeno a…) ha funcionado como el pasaporte al supuesto mundo civilizado, el requisito para poder escribir, hablar, en suma, autorizarse a decir algo respecto de la cuestión palestina. Decir algo ya preformado, por cierto, si ello se sostiene sobre el presupuesto performativo de la “condena a Hamas”, decir algo ya desde una posición asimétrica favorable a Israel toda vez que nada se dice de la operación Hannibal ni menos del “contexto” en el que justamente nos vemos enfrentados a la cuestión histórica de la colonización. Que Israel comete apartheid, que miles de organizaciones internacionales (ahora última Amnistía Internacional o Human Rights Watch) e incluso la UNRWA por medio de su relatora para los derechos humanos en los Territorios Ocupados, la tremenda Francesca Albanese han denunciado el genocidio perpetrado, pareciera no tener ninguna visibilidad mediática. Como decía, se ha impuesto la lengua del exterminio producida por los propios medios, donde el “otro” es constituido como enemigo absoluto. No un enemigo más, sino uno que está totalmente fuera del derecho, totalmente fuera de todo circuito de humanidad. Por eso es exterminable, su desaparición está justificada. Sino “condenas” a Hamás estás siendo antisemita. Y si así eres, entonces te conviertes en enemigo absoluto. Así, los medios han armado –literalmente “armado”- una lengua exterminadora. Pero si en los medios tiene lugar la guerra como territorializaciones del lenguaje, ello también acontece en las universidades. A diferencia de los medios donde no hay crítica y todo resulta plano, al menos, en las universidades ha habido disputa. A partir de aquí tendríamos que ingresar en el terreno de las humanidades y entender la cruda relación entre Palestina y las humanidades de la segunda mitad del siglo XX, pero solo dejaré una pista, por cuestiones de extensión: el filósofo europeo Jürgen Habermas emito una declaración señalando que Israel no cometía genocidio en Gaza. Esta declaración debe ser leída como síntoma del punto ciego de esa misma filosofía frente a la cuestión palestina y a sus devenires en el presente. Para terminar con tu pregunta, la cuestión más decisiva que se nos impone hoy es cómo destituir la lengua del exterminio, esto es, la lengua made in the media.

-¿Cómo se relaciona la resistencia palestina con otros movimientos de resistencia global y qué nos enseña sobre las posibilidades de oposición a los sistemas de dominación contemporáneos?

Si aceptamos que estamos asistiendo al devenir nakba del mundo deberíamos aceptar, que la causa Palestina no debe ser vista como una causa “identitaria” sino como una lucha antifascista de carácter global, es decir, una lucha contra las violentas formas que está asumiendo el capital en la actualidad; formas que descansan en la apropiación del planeta. En este sentido, la causa Palestina enseña algunas cosas muy precisas para el presente, paso a mencionar solo tres: en primer lugar, que ninguna forma de poder ni es eterna ni invulnerable; justamente es lo que ocurrió con Israel quien no ha podido y no podrá restituir su imagen de invulnerabilidad después de la irrupción de los movimientos de resistencia palestinas el 7 de Octubre; segundo, que la justicia no es el derecho; el pueblo palestino se vincula al derecho internacional de manera estratégica, no dogmática en el sentido que intenta usarlo a su favor, pero sabe que el fondo del asunto es que asistimos a una escisión entre derecho y justicia, donde el primero parece vacío y abandonado a los vetos de las grandes potencias y el segundo vivo circunscrito a las luchas contingentes de los diversos movimientos; en tercer lugar, la cuestión palestina es integral en el sentido que muestra la imbricación de la ecología y la política, de la vida y el poder en tanto la campaña israelí ha vuelto ecológicamente inhabitable determinados terrenos en Gaza; al punto que si sumamos la cantidad de kilotones lanzados sobre dicho territorio ellos son equivalentes a varias bombas de Hiroshima, por lo cual, la cuestión palestina se exhibe como una verdadera catástrofe nuclear que no solo apunta a la destrucción de un pueblo, sino de un ecosistema. Dicho lo anterior, la relación de la resistencia palestina con otros movimientos, sea explícita o no la relación están totalmente vinculados, en el sentido que sus luchas devienen, al mismo tiempo, irreductibles e interdependientes. Interdependientes en tanto pueden potenciarse unas con otras. En este sentido, la solidaridad internacional con la causa palestina hoy ha sido importante para la resistencia palestina pero, a la vez, para las diversas formas de sublevación que acontecen a nivel mundial que han podido contemplar sus propias realidades desde Palestina, viendo la complicidad de sus gobiernos, instituciones educativas, formas de financiamiento ligados a la industria de muerte israelí. Porque, como he señalado en el libro (Palestina sitiada) el sionismo no es solo la ideología del Estado de Israel sino que lo es porque es el núcleo ideológico de la colonización europea en general. Por eso, el enorme compromiso estadounidense y europeo en el exterminio palestino porque la estrella de David no es el signo de la bandera israelí simplemente sino la “fuerza interna” o “ideal del yo” como diría Freud del imperialismo occidental en tanto la conquista de Palestina porta consigo la mitología, según la teología dispensionalista del siglo XVIII y XIX, de que una vez “vuelvan” los judíos a Palestina Cristo dominará la tierra y ellos se convertirán. Ese antisemitismo funciona en el sionismo “cristiano” que, en realidad, decir “cristiano” es una redundancia porque el sionismo fue siempre de manufactura cristiana. Que Cristo domine toda la tierra significa que lo hará el imperialismo occidental. Por eso, esa teología se anuda como una verdadera geopolítica. Que hoy día aparezca la estrella de David en las puertas de Brandenburgo, Alemania o EEUU reciba a Netanyahu en el Congreso o en varios países europeos se erija la bandera israelí en signo de solidaridad, muestra que todo ha quedado al descubierto. Que finalmente el sionismo era un proyecto europeo y que Europa era intrínsecamente sionista.

-En su análisis sobre la globalización de la catástrofe palestina, ¿qué formas de resistencia y solidaridad internacional considera más efectivas para enfrentar estos sistemas de dominación?

Todas, no descarto ninguna, aunque jamás deberíamos renunciar a la crítica. Sin eso, no hay ni resistencia ni solidaridad posibles.