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El asombro y la filosofía: Tiempos de estupor
¿Quién no recuerda aquella deliciosa escena del hilo dental en la película Pretty Woman? Aquella en la que el tipo, Edward, quiere echar a Vivian, la prostituta que se ha llevado a la suite del elegante hotel. Convencido de que la chica está a punto de drogarse, se queda asombrado cuando descubre que lo único que quiere Vivian es limpiarse las semillas de las fresas que han quedado entre sus dientes.
Admirado, le confiesa que poca gente es capaz de sorprenderle todavía, y ella le contesta -en la traducción al español- “pues tienes suerte, a mí la mayoría me dejan de piedra.” (“Yeah, well you’re lucky! Most of them shock the hell out of me!”.)
Últimamente pienso a menudo en esta escena, en las dos clases de asombro del que hablan los personajes. Mientras él se queda ‘maravillado’ y ‘fascinado’, el asombro de ella se asemeja al susto, y al espanto. Noto el acecho de la tentación para desarrollar aquí una dialéctica de sexos que ya encontramos en los filósofos -ellos, siempre ellos- del XVIII, reflejada en el par bello-sublime: él admira la belleza de ella y ella se queda aterrada ante un espanto que al “dejarla de piedra”, le impide sentir cualquier tipo de emoción o sentimiento, por lo que no es capaz de sentir lo sublime, tal y como Kant suponía.
No es hoy mi intención el ceder a tentaciones que he desarrollado en otros lugares. Más bien quiero hablar del asombro, de ese que siempre hemos conocido como compañero y promotor de la filosofía, pero que cada vez se va pareciendo más al desconcierto y al pasmo. El primero es el que recibe alabanzas académicas e intelectuales, y que revolotea entre aquellos a los que les gusta que la filosofía se codee con la ciencia. El segundo, sin embargo, aparece en tiempos desafiantes, esos “malos para la lírica” (Brecht), esos en que sentimos la amenaza de daños irreparables para la vida.
Desde mi modesto punto de vista, la actualidad política y social es para quedarse petrificada/inmovilizada de asombro o terror, según una de las acepciones de la RAE. Da igual a donde una dirija su atención: conflictos violentos, guerras, nacionalismos, proteccionismos y retrocesos en derechos humanos y sociales. Sin hablar de la violencia contra mujeres, y contra lo femenino. Todo esto envuelto en mucho ‘cuento’, mucho manejo de la (des)información y control de las narrativas. Nada nuevo, en realidad.
Ni siquiera el sobresalto que da observar cómo la historia se repite y como los humanos seguimos haciendo lo que no hace ningún otro animal: tropezar dos veces en la misma piedra. Estamos en el tiempo del asombro petrificante. Tal es así que ya flaquean las fuerzas para resistir; se van quedando bajo mínimos.
Me vienen a la mente esas palabras que Filosofía le dice a Boecio en Consuelo de la Filosofía: “¡Cómo naufraga la mente al caer en las profundidades del estupor!” y, aunque Filosofía se nos presenta como una mujer combatiente y de gran ingenio, me pregunto si ese consuelo no es una ilusión, tan bella como la alegoría misma. ¿Puede la filosofía sacarnos de ese estupor? ¿tiene herramientas suficientes como para mantener atento a nuestro pensamiento?
Al final de su Minima moralia, Adorno afirma que el último recurso que le queda a la filosofía, frente a la desesperación, es estar dispuesta a observar las cosas desde la “perspectiva de la redención”. Este salto en los siglos desde el consuelo a la salvación podría dar vértigo, aunque no tiene que significar, necesariamente, que la filosofía avance de sueño en sueño.
La propuesta de Adorno, lejos de acercarnos a un mundo feliz, nos invita a encarar la visión de un “mundo […] trastrocado, enajenado, mostrando sus grietas y desgarros, menesteroso y deforme” conscientes incluso de que nuestra resistencia forma parte de lo mismo que afronta. Sabedores de que la paradoja hamletiana del “ser o no ser“ no termina de dilucidarse y mucho menos desde la filosofía cuyas luces salvadoras, igualmente provocan sombras.
Resistir desde la filosofía requiere recuperar su origen y su espacio: la vida misma. Ser un aprendizaje para vivir, eso es la filosofía. Si nos lleva a una vida “recta” o “co-rrecta” o “justa” puede ser, sin duda, un punto discutible. Lo que no lo es, sin embargo, es que la práctica filosófica nos despierta una conciencia crítica, y nos entrena en el cambio de perspectiva.
De ese modo nos pone en guardia ante universalidades y verdades absolutas. La cuestión es si todo eso es suficiente para ayudarnos a dilucidar lo que es real de lo que no lo es. Lo que se da en el espacio virtual y manipulado o lo que no.
Después de todo, y como dice Vivian, la pretty woman, “ser o no ser” termina siendo un asunto de geografía y no de ontología.