La potencia restituyente y la reforma al sistema político

La potencia restituyente y la reforma al sistema político

Por: Arnaldo Delgado | 13.12.2024
A diferencia de restituir, transformar el sistema político implica una redistribución radical del poder. Esta redistribución, creo, debe ser el horizonte estratégico de los sectores transformadores, cuyo movimiento táctico sigue siendo, pese a la derrota de septiembre de 2022, y a lo circunstancialmente impopular de la idea, la necesidad de una nueva constitución.

La semana pasada, en el encuentro anual de la SOFOFA, su presidenta, Rosario Navarro, llamó en nombre de buena parte del empresariado nacional a tres grandes acuerdos: bajar impuestos, sacar adelante la reforma de pensiones y, no menor, una reforma al sistema político.

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La propuesta de reformar el sistema político, que viene sonando desde el fracaso del segundo proceso constitucional, es impulsada principalmente por los representantes políticos del poder instituido post dictatorial -me refiero al pacto binominal Alianza por Chile/Concertación-, y resulta del diagnóstico de que la diversificación de la representación parlamentaria implica una fragmentación que dificulta el avance en materia legislativa y ejecutiva.

Mientras más diversa es la representación y, por ende, mayor el número de grupos de interés, más difícil es el acuerdo político. De allí que una de las cosas que se busque es evitar el discolaje reforzando la institución Partido al estilo de lo que era un Partido en el siglo XX.

Sin embargo, sabemos, la institución Partido viene en sostenido declive y no necesariamente por qué tan corruptos sean los militantes o las lógicas propias de cada funcionamiento partidario, no; sino que se explica por una crisis más profunda que atañe a la representación social y política de la vida cotidiana.

En este sentido, el problema no es formal, sino que sustantivo: los modos representacionales de la sociedad chilena están profundamente dañados, lo que redunda en que la posibilidad de un “nosotros político”, a ser establemente representado vía institucional, es, bajo estas condiciones, improbable.

El neoliberalismo, presente en Chile desde alrededor de los 80's, incide activamente individualizando nuestras formas de estar en el mundo; es decir, particulariza y fragmenta nuestra presencia social. Esto, porque al basarse en la competencia bestial y, además, en la mercantilización de todos los aspectos de nuestra cotidianidad, la relación con la o él otro se torna pugna, combate, contienda. Con ello, nuestro arraigo compartido al mundo pierde en densidad, lo que hace que lo diario y prosaico se nos presente cada vez más hostil.

La vida se fragiliza. En un mundo donde lo social se torna adverso, el refugio más seguro termina redundando en el yo, en el claustro del mí mismo. Lo propio como cobijo, la propiedad propia del yo como techo seguro. El resultado, entonces, es un “yo” sobrevalorado en desmedro de un “nosotros” debilitadísimo, con una representación del mundo cotidiano, ese de nuestro día a día, profundamente horadada. 

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A este problema ontológico-político se suma la propia característica del sistema representacional chileno: un sistema diseñado para limitar la participación de las y los comunes y corrientes. Pero ojo, esto, antes que una imperfección democrática, es la base ideológica del sistema mismo.

Un libro que acabo de reseñar (loqueleimos.cl), de los franceses Dardot, Laval y compañía es nutritivo en términos de evidencia. Según los autores, a diferencia de lo que comúnmente uno tendería a creer, el neoliberalismo precisa de un Estado fuerte, pero fuerte en términos de resguardo del imperio de la propiedad, principalmente la de los propietarios históricos de los medios de producción.

Un Estado inmunitario que protege la propiedad frente a las demandas democráticas de las masas, por lo cual el sistema, entre comillas democrático, debe limitar lo más posible cualquier pretensión de las mayorías que se dirija a redistribuir el poder económico. Dicen los autores: “aquel Estado -el neoliberal, se refieren- debe permanecer constantemente en pie de guerra para impedir que la democracia interfiera en la economía”. Chile es el ejemplo paradigmático con su Tribunal Constitucional como centinela de la Constitución del 80.

Pues bien, el llamado de la Sofofa es claro: la restauración del sistema político chileno con tal de volver a estabilizar, vía acuerdos de partidos raídos y nostálgicos de su pasado, la estructura representacional del poder económico pre estallido.

Un envión restituyente en el mejor momento que tienen para ello: sectores transformadores sumidos en la impotencia política, inmovilidad en las calles, procesos constitucionales fallidos, un gobierno timorato y un presidente blando que perdió el carácter impugnador que lució en campaña. De hecho Boric, en el mismo encuentro de la Sofofa, respondió a la iniciativa del gran empresariado diciendo vamos a la reforma del sistema político.

Ante esto, creo que la recomposición representacional no depende de la restitución política de los últimos 35 años, tampoco de fortalecer la institución Partido, sino que de abrir la democracia con tal de que el Estado sea susceptible a la voluntad de las mayorías y sus necesidades diarias de vida. Es decir, transformación del sistema político, no la restitución del sistema ya instituido.

Politizar la vida diaria, mundana, a través de grupos intermedios, como sindicatos, comités locales o juntas de vecinos, e impregnar de democracia la cotidianeidad de las y los comunes y corrientes. En resumen: un Estado comunitario antes que uno inmunitario.

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Para terminar, a diferencia de restituir, transformar el sistema político implica una redistribución radical del poder. Esta redistribución, creo, debe ser el horizonte estratégico de los sectores transformadores, cuyo movimiento táctico sigue siendo, pese a la derrota de septiembre de 2022, y a lo circunstancialmente impopular de la idea, la necesidad de una nueva constitución.