Metas, destinos personales y razones de Estado
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Metas, destinos personales y razones de Estado

Por: Manuel Fernando Contreras Orte | 27.11.2024
No es el partido, ni la secta, ni la etnia la que domina; sino los líderes mesiánicos parapetados en sus ejércitos y, principalmente, sus aparatos de inteligencia. Su logro culmine: el pueblo, postergando o mediatizando las metas personales y de grupo como demostración excelsa de respeto a la epopeya histórica y sus caídos, de insobornable lealtad y culto al líder redentor

Feliz aquel que logra que su proyecto de vida (conscientemente o no) logre la conjunción virtuosa de metas y destino personales. Las metas (hay varias y en diversos planos) parecieran evolucionar más rápido que el destino, aunque el aleteo de una mariposa puede en ocasiones trastocar en solo un instante el mapa de la vida (¿o el aleteo es un componente del destino?).

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Las metas para lograrlo no están en la cima de nuestras diversas aspiraciones, se construyen durante la marcha, paso a paso, ascendiendo (o cayendo desde) los peldaños en la escalera sin fin de nuestro proyecto (o simple aspiración) de vida. El destino no es un esbozo de vida escrito por imponderables y sorpresas que muchas veces escapan a nuestro control y nos determinan, una predeterminación misteriosa y subterránea que no se deja ver pero que nos vapulea, torciendo a su antojo nuestros proyectos de vida.

No obstante, la desindexación autoritaria o abiertamente dictatorial entre metas individuales (lo que el hombre aspira y propone) y destinos (lo que Dios, la patria, la raza, la clase, resuelve y dispone) conduce a una interpretación religiosa de la vida, y al igual que sus sucedáneos fascistas, a una visión totalitaria de sociedad.

Su manifestación más perversa es la Razón de Estado en cuyo nombre, así como en el de Dios, se han cometido las peores fechorías, reprimiendo y eliminando cualquier aspiración y meta individual o de grupo que contravengan la razón superior del Estado y/o la Iglesia. Sociedades así concebidas requieren de feligreses y no de ciudadanos, creyentes y no libres pensantes, con ideas y metas propias.

Más si el Nuevo Orden se asienta en un larga cadena de procesos luctuosos, de enorme energía social y heroísmos que sedimentan una moral de gran fuerza cohesionante, pero también de gran fuerza coercitiva, que demanda posponer o simplemente renunciar a metas y proyectos personales y de grupos, asegurando el destino de la nueva sociedad frente a las inacabables -y exacerbadas- amenazas y agresiones reales de los enemigos internos y externos, y justifica a las aristocracias de comandantes, o de ayatolas, precaverse del propio pueblo que los llevó al poder.

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No es el partido, ni la secta, ni la etnia la que domina; sino los líderes mesiánicos parapetados en sus ejércitos y, principalmente, sus aparatos de inteligencia. Su logro culmine: el pueblo, postergando o mediatizando las metas personales y de grupo como demostración excelsa de respeto a la epopeya histórica y sus caídos, de insobornable lealtad y culto al líder redentor. En suma, una sociedad civil inexistente, viviendo la individualidad desde la autocensura, el recelo y la culpa de no ser fiel a la revolución y sus héroes.

¿Tienen futuro estas sociedades a mediano y largo plazo? El derrumbe estrepitoso de los países socialistas del Este demuestra que no. Los iniciales sueños revolucionarios postergados en una espera sin fin, emergen primero como hipocresía, un doble estándar entre lo privado (metas y aspiraciones individuales) y lo público (el destino prefijado por las cúpulas gobernantes); después como cinismo cada cual resolviendo abiertamente con sus propias uñas sus metas y aspiraciones, contraviniendo en ocasión el interés colectivo en una sociedad expropiada de iniciativa y vínculos ciudadanos.

En paralelo la desilusión, desesperanza y abulia, colectiva hasta tanto no salten como un resorte comprimido las aspiraciones, metas y libertades (proyectos de vida) tantas veces postergadas y reprimidas. Y la contra reacción pendular inevitable; individualismo exacerbado, afanes consumistas, corrupción institucional, omisión o rechazo de cualquier sentido (destino) común ciudadano, hasta periclitar, reemplazados por ulteriores regímenes democráticos devolviendo a la sociedad la capacidad de fijar sus metas y proyectos de vida, aunque algunos sin despercudirse del todo de la tradición (y comodidades) autoritarias de ejercer el poder.

La corrupción y las derivas dictatoriales de algunas de sus actuales cúpulas gubernamentales (a lo Viktor Orban) y, de otro, la inclinación a fórmulas neofascistas (como en la exRDA) no tanto son expresión de la "experiencia capitalista" como principalmente de la fenecida experiencia "soviética" del socialismo.

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La izquierda chilena, en particular el PC, tiene una enorme deuda teórica y política sobre estos problemas, sin cuya respuesta se expone a repetir los viejos errores sin reparar en la naturaleza exigencias del periodo que se vive y, de otra, seguir exponiendo a la duda su larga tradición democrática, profundamente republicana, hasta tanto no se desprenda de los viejos fantasmas creados a partir de una mala lectura de los clásicos, incluidos Gramsci, Lukasc, y otros.