Tercera Guerra Mundial: ¿Realidad o ficción?
¿A quién le cabe duda que el siglo XX fue el más violento de la historia? La Gran Guerra -predecible para la mayoría- tuvo como eje central permitir la expansión de imperios dentro de Europa, que era (y sigue siendo) un continente pequeño, donde cualquier desajuste geopolítico iba a generar conflictos irreconciliables.
Como si lo anterior fuera poco, el Tratado de Versalles fue una declaración casi explicita para iniciar la Segunda Guerra del lustro pasado. Vaya, bárbaros los europeos, quienes esgrimieron irónicamente la idea de "agentes civilizadores" para argumentar el reparto de África y Asia, perpetuando hasta hoy una zona de pobreza endémica en los continentes antes mencionados.
Luego de una crisis económica y política sin precedentes -por lo trágica- pero nuevamente predecible (valga la redundancia), se van a levantar en el periodo de entreguerras ideologías extremistas, que serán denominadas los totalitarismos. Estos van a repercutir una vez más en el frágil equilibrio post tratado de Versalles, que en la práctica generó un ánimo de revancha incuestionable en la Alemania del siniestro Hitler. A pesar que la historia encausa estas ideologías en un momento acotado, sus consecuencias siguen vigentes.
El fin de la guerra trae otra nueva, "La Guerra Fría", que, en virtud de la verdad, fue el momento donde pudo ser plausible una Tercera Guerra, más que hoy. Los días más cruciales fueron sin duda los relacionados con la "Crisis de los Misiles Cubanos". Con todo, hoy, la escalada del conflicto -que comenzó en febrero del 2022- tiene en común un mismo denominador con la segunda postguerra, la presencia de "armas nucleares de alto poder destructivo".
La diferencia radica en las fuerzas que hay detrás. En estos días, el pacto de Varsovia solo sale por escrito en los libros de historia; en cambio la OTAN es una realidad que sigue sumando países aliados, donde su últimos ingresos irritaron al zar del siglo XXI.
El fin de la Guerra Fría con la caída del muro (este año se conmemoraron 35 primaveras) y con la desintegración de la URSS permitió desechar la idea momentánea de una Tercera Guerra, aunque los legados materiales siguieran intactos. "Misiles con cabeza nuclear".
A pesar de los tratados de no proliferación de armas atómicas, en el siglo XXI se siguen fabricando este tipo de armas, incluso en países que destinan parte considerable de su PIB en estos frágiles juegos enfermizos, sumiendo a sus sociedades a grandes penurias económicas donde la desigualdad es el pan de cada día.
No siendo un politólogo ni cientista político, la historia tiene un ritmo diferente de análisis; por lo tanto, esta opinión debe ser considerada como tal: una más dentro del océano de puntos de vista. A pesar de lo anterior, tiendo a pensar que los conflictos actuales (Rusia-Ucrania / Israel-Palestina y otros) pueden sumar a más Estados, pero sin incluir aún el uso de bombas atómicas.
Por supuesto que para las declaraciones de prensa los países implicados van a ofrecer el lanzamiento de misiles, pero la contraparte dirá lo mismo y quedará en eso, "juego de disuasiones". Estas actitudes, en todo caso, sirven para seguir fabricando material atómico; en ese sentido el peligro será latente.
Estas guerras actuales y las que vendrán son aún disputas locales. La clave será mantener países con líderes lo suficientemente fuertes para evitar la escalada de estos conflictos. Cualquier tropiezo podría costar caro, pues los daños colaterales de una Tercera Guerra serían impredecibles del todo, pero imaginables, "un desastre medio ambiental sin precedentes y, porque no, irreparable".
Hay que tener especial cuidado con algunos nombres que son sinónimos de polarización: Biden, Putín, Trump, Zelensky, Netanyahu, Jong-Un, entre varios otros. ¿Qué tienen en común estos personajes? Lo mismo que los líderes más violentos del siglo pasado: Ansias de poder, ideologías excluyentes, egos que no conocen los equilibrios, falta de humanidad y, por sobre todo, recursos económicos para sostener armas de destrucción masiva.
La solución puede sonar inocente, pero es volver a los orígenes: "Fortalecer la democracia". Tarea titánica, pues para levantar la democracia hay que dejar en el olvido hábitos que ya son muy arraigados en las democracias: la corrupción, la manipulación de los medios de comunicación y la desigualdad socioeconómica de un neoliberalismo cada vez más cuestionable.