La economía y los dinosaurios (o por qué ganó Trump)
Agencia Uno

La economía y los dinosaurios (o por qué ganó Trump)

Por: Daniel Noemi | 09.11.2024
Vivo en un lugar muy extraño, pienso. En un país donde más de setenta millones de personas votaron por Trump, pareciera que no hay ninguno a mi alrededor. Sé, implacablemente, que eso habla muy mal de mí; pero también habla (quizá peor) de la división profunda y radical que cruza a este país y que, resultados más o menos, es el gran problema del cual no se atisba salida alguna.

La economía, claro. La señora que atiende una de las cajas en el pequeño mercado de la universidad, me dice: “Ojalá que ahorita los precios bajen. Todo está carísimo. En Market Basket ya no se puede comprar fruta”. Yo le sonrío y le respondo: “ojalá”, mientras le doy 3.50 dólares por una botellita de agua.

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¿Cómo explicar el aplastante triunfo de un expresidente, criminal convicto, acosador, de piel naranja, payaso del mundo del espectáculo y prototipo de fascista, según uno de sus asesores más cercanos?

La economía me dicen, dicen, repiten la frase de un asesor de Clinton el 92: “es la economía, estúpido”. Esa era la primera prioridad para las personas, y la economía en su primer gobierno fue mejor y en el de Biden hubo una inflación que si bien ya había bajado técnicamente, seguía sintiéndose en el supermercado.

Pero, ¿fue solamente eso? Empiezo a preguntar a mis estudiantes –trabajo en una Universidad en Boston donde más del 90% se declara liberal, o sea que casi nadie votó por Trump (en Massachussets Harris ganó con más del 60%)- y escucho sus respuestas. Anoto en mi libreta:

-El problema fue que Harris no entusiasmó lo suficiente –me dice un joven de ojos radicales-, no fue elegida para ser candidata, de partida. Además, para mí, ella apoya el genocidio en Palestina. Mucha gente de izquierda no la votó por eso. Mira, es cosa de ver los números: ¡Trump sacó menos votos en esta elección que en la elección que perdió hace cuatro años!, en tanto Harris sacó quince, quin-ce, millones menos de votos que Biden.

-Mira, es difícil decirlo – dice otra joven de rulos rubios inclaudicables y sonrisa infinita- pero la misoginia en este país es súper fuerte. Si yo he escuchado a amigas de mi madre decir que las mujeres no estamos preparadas para dirigir un país, para ser presidentas [me atrevo a interrumpirla y le pregunto cómo van a decir eso si está lleno de ejemplos en otros países… Ella me mira, levanta las cejas y casi susurra:] ¿Y tú crees que miran afuera de los Estados Unidos?

-La mayoría de la gente es estúpida; no tiene idea de qué o por qué votan. ¿Cómo vas a votar por alguien que se precia de haber acabado con el derecho federal al aborto, si estás a favor del derecho de toda mujer a decidir sobre su cuerpo? Bueno, mucha gente votó igual por Trump –el flaco alto como espiga de verano, sigue- lo de la economía: todos los números buenos de Trump se deben a lo hecho por el gobierno de Obama. La inflación de la que acusan a Biden fue provocada por las políticas de Trump; es gracias a Biden que la economía no se fue a la mierda. Pero ¿crees que la gente se pone a pensar?

[le pregunto si de verdad cree que más de la mitad de los votantes son estúpidos; qué pasa entonces con la democracia. Hace una mueca]. No todos, claro. Hay muchos a quienes no les importa un carajo los demás.

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[¿Qué pensarán ellos de nosotrxs, que nosotrxs somos los estúpidos que no entendemos la vida real y que vivimos en una burbuja de palabras y costumbres que al final terminan siendo más cercenadoras, más antidemocráticas que las de ellos?]

Llego a casa con la cabeza hecha un enredo. Enciendo la radio y escucho que los jóvenes latinos apoyaron en su mayoría a Trump. Trump que quiere deportar a todos los indocumentados, muchos de ellos provenientes de América Latina. Incluso llamando a los militares. Me quedo pensando en esa aparente contradicción.

Recuerdo lo que leí solo hace un par de días preparando una clase de inmigración y que una estudiante extranjera señaló ante el asombro de sus compañeros: “yo vine a este país legalmente, con todos los papeles, no fue fácil, pero lo hice; no me parece justo que haya quienes no tienen que hacer eso. Claro, los casos de refugiados son diferentes. Pero esa es otra historia”.

Nada nuevo bajo el sol: pienso en Chile y en la xenofobia rampante; pero tengo que reconocer que es necesario partir reconociendo que hay un problema. El partido demócrata, me dice mi compañera que acaba de llegar de una reunión sobre el derecho de expresión en la universidad, no es capaz de simplemente reconocer que a la mayoría de la gente le cargan los indocumentados, que haya gente que esté en el país a la mala.

-Pero, eso…- y no sé bien qué decir que no sea un lugar común.

-Es cierto. Como lo es también que toda la corrección liberal, el wokismo demócrata espanta a mucha gente. ¿Cómo vas a votar por alguien a quien le importa más el uso de un pronombre que tener dinero para poder comer, porque seguro que tiene más que suficiente?

Vivo en un lugar muy extraño, pienso. En un país donde más de setenta millones de personas votaron por Trump, pareciera que no hay ninguno a mi alrededor. Sé, implacablemente, que eso habla muy mal de mí; pero también habla (quizá peor) de la división profunda y radical que cruza a este país y que, resultados más o menos, es el gran problema del cual no se atisba salida alguna.

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-Ya que tenemos un rato, a ver qué les parece este gran cuento.

No han pasado 48 horas de las elecciones. Pero el circo debe continuar. Literatura latinoamericana. Me quedan 20 minutos de clases y no tengo nada preparado. Decido darles el famoso microcuento de Monterroso. Lo escribo en español y en inglés. Les pido que interpreten, que imaginen qué está pasando.

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Una estudiante levanta la mano.

-Esto es un poco personal, pero creo que tiene todo que ver. Es lo que pasó cuando estaba viendo los resultados de las elecciones. Me fui a dormir como a las dos de la mañana y las cosas no se veían bien. Y claro, cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba ahí.