La crisis moral de Chile
“Me parece que no somos felices; se nota un malestar que no es de cierta clase de personas ni de ciertas regiones del país, sino de todo el país. El presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen la intranquilidad”. (Mac-Iver Enrique, en su libro Discurso sobre la Crisis Moral de la República, de comienzos del siglo XX).
En momentos de conmemoración del quinto aniversario del estallido social, la ciudadanía observa -ya sin sorpresa- una seria crisis de la Corte Suprema. Los escandalosos audios intercambiados entre el abogado y lobista, Luis Hermosilla, y el exfiscal, Manuel Guerra, han revelado comportamientos moralmente cuestionables de dos ministros de la Suprema: Ángela Vivanco y Jean Pierre Matus, con impacto preocupante en la opinión pública.
Esos mismos audios han dejado en evidencia las operaciones indecorosas de ambos abogados, destinadas a proteger y evitar condenas efectivas de políticos y empresarios que, en el año 2015, cometieron actos corruptos en los casos de facturas falsas de los grupos económicos, Penta y Soquimich.
Este comportamiento se ha reiterado en el último tiempo, para favorecer los negocios inescrupulosos de los financistas Jalaff y Sauer, que además han tenido la complacencia de funcionarios del Sistema de Impuestos Internos (SII) y de la Corporación del Mercado Financiero (CMF).
La iglesia, el Parlamento y los partidos políticos han perdido todo prestigio ante la opinión pública; también, el Ejército y Carabineros han caído en desgracia, con querellas gravísimas a funcionarios de alto rango por fraude al Fisco y malversación de fondos público.
Y, ahora, el deterioro de instituciones ha alcanzado a fiscales y miembros de la Corte Suprema, a lo que se agrega también la generalizada corruptela de las autoridades municipales, las que roban recursos públicos, en vez de servir a sus representados.
Mientras la corrupción crece a pasos agigantados, las instituciones han sufrido un deterioro manifiesto. La crisis moral y el malestar ciudadano, que mencionaba Mac-Iver, es nuevamente hoy día una dolorosa realidad, que anuncia un difícil futuro para nuestro país.
El tipo de capitalismo, que ha acumulado el 50% de la riqueza en el 1% de los más ricos, ha debilitado la democracia, otorgando un gran poder fáctico a grupos empresariales nacionales y transnacionales. Ha crecido así el poder de una minoría empresarial que controla la economía y, a través del dinero, manipula a los políticos en favor de sus intereses.
Así las cosas, la política y el Estado se han debilitado y, en vez de servir para compensar las desigualdades propias de los mercados, se convierten en instrumentos de ampliación del poder de la minoría.
El dinero de las grandes empresas subordina a los políticos, ya sea cooptándolos para la elaboración de leyes de su interés (el caso de la ley de pesca) o capturándolos para sus directorios. Las leyes y regulaciones que han intentado evitar los vasos comunicantes entre la política y los negocios han sido infructuosas.
El Chile de hoy no es el mismo de ayer. En los últimos años la corrupción se ha instalado y corroe las entrañas de nuestra sociedad. El individualismo y la pasión por el dinero se han infiltrado, corrompiendo no sólo los espíritus frágiles y ambiciosos sino se han constituido en una nueva realidad cultural.
Así las cosas, el término de los proyectos colectivos y el predominio del poder personal han convertido a la política en un negocio más.
Mientras se crea, como Maquiavelo, que la política es una actividad ajena a la moral, en la que los valores éticos no tienen aplicación y en que lo único importante es ganar, conservar y acrecentar el poder, los riesgos de corrupción mantendrán viva su amenaza.
A cinco años del estallido social siguen presentes las instituciones fundantes del sistema económico-social de injusticias y desigualdades, y a ellas se agrega una lacerante crisis moral, que ha hecho más evidente la rapacidad y las trampas de la clase empresarial y sus políticos contra la mayoría nacional. En consecuencia, las razones del estallido siguen latentes.