La pirámide de ingresos en Chile y el debate sobre los límites ‘mínimo’ y ‘máximo’
En Chile, la estructura de los ingresos monetarios de los individuos -obtenidos mediante salarios, utilidades o rentas- nos posicionan como uno de los países más desiguales del mundo.
Una causa central de esto radica en el poder de ingresos del 1% más rico, especialmente del 0,1% y 0,01% más rico (este último equivalente a 1.200 personas, ganando $141.520 USD promedio per cápita mensual al 2010) (Lopéz et. al., 2013).
¿Cómo es la estructura de ingresos en Chile? ¿Cómo se relacionan los ingresos mínimos y máximos en el debate sobre desigualdad económica?
El Gráfico 1 muestra una ‘pirámide poblacional de ingresos’ por hogar representativa del país en 2017. Como se observa, la población mayoritaria obtuvo un ingreso inferior a $500.000, mientras que el segmento en la cúspide obtuvo ingresos desde $2 hasta $84,7 millones. Así, esta figura finaliza como una torre casi infinita. En adición, se observa una situación desmejorada para las mujeres en ambos tramos.
*Gráfico 1. Nivel de ingresos ($) y población (%) según sexo
Para contrarrestar la desigualdad, el “sueldo mínimo” ha constituido una de los mecanismos principales y más reconocidos a nivel internacional, buscando proteger a los/as trabajadores/as más vulnerables (OIT, 2014). Ahora bien, en esta discusión también ha existido una literatura interconectada, pero menos conocida, la cual apunta justamente al concepto opuesto: el “ingreso máximo”.
Si bien dicha idea ha constituido un tabú en la economía neoclásica, en tanto atentaría contra la libertad individual y seria irracional contra la actividad económica (desincentivándola), existe un conjunto de estudios e investigaciones que están profundizando en su contenido.
La idea de “ingreso máximo” existe desde la Antigüedad, teniendo su primer registro en Aristóteles, y sobrevivió en la Modernidad y el siglo XX (Blumkin et. al., 2013). De forma directa, es la estructura con la que funciona el aparato público en todos los países; así como las asociaciones de funcionarios/as han reivindicado “escalas únicas de sueldo”.
En el sector privado, la idea del ingreso máximo cobró importancia durante el siglo XX cada vez que se asumía una necesidad social superior: guerras, escándalos financieros, o crisis económicas (Jiménez y Solimano, 2012).
Durante la Segunda Guerra Mundial, Franklin D. Roosevelt, presidente de EEUU, propuso en 1942 un ingreso máximo de $25.000 dólares y un impuesto del 100% sobre todos los ingresos por encima de ese nivel, para desalentar la especulación (Blumkin et. al., 2013). Luego de la crisis del 2008, esta idea revivió en la literatura científica producto de los escándalos financieros.
Así, el gobierno holandés promulgó en 2010 que no daría financiamiento a organizaciones de ayuda que pagaran a su propio director ejecutivo más de $160.000 euros al año (Caar, 2023). También, desde la psicología se ha propuesto limitar con un tope de sueldo a los altos directivos y ejecutivos en tanto esto mejoraría significativamente las organizaciones (Caar, 2023).
Por último, la idea del ingreso máximo se ha vuelto central en el nuevo paradigma económico del “decrecimiento”, planteado que el ‘ingreso básico universal’ debe complementarse con un ‘ingreso máximo’ similar para tener un futuro sustentable (Alexander, 2016).
El “ingreso máximo” no se ha conceptualizado tanto de forma aislada, sino usualmente como una relación entre un límite mínimo y un límite máximo, vale decir, un ingreso mínimo y un multiplicador aplicado a este que fija el tope o techo.
Éticamente, se argumenta que si hay ciertas personas que no merecen su pobreza (y las políticas sociales materializan este punto desde el Estado), también debe existir cierta riqueza que tampoco es merecida, ante lo cual debemos ser coherentes y establecer límites (Ramsay, 2005).
Ante la búsqueda de maximizar la información y la racionalidad, el argumento más potente -en mi parecer- a favor de un “ingreso máximo” es que, si se conocieran los ingresos de las personas, estos tendrían que ser justificables (Crick, 1984). A su vez, la idea de un ingreso máximo o “límite superior a los activos e ingresos” es transversal a las perspectivas de crecimiento y decrecimiento: los ingresos superiores sí pueden aumentar, pero solo acompañados del crecimiento del ingreso inferior.
En este marco, buena parte de la literatura ha concluido que la vida humana solo puede sostenerse y crecer sustentablemente con un rango mínimo y máximo de ingresos de 1 a 10 aproximadamente, mientras que otras propuestas han sido más radicales (1:5) y otras más conservadoras (1:20 o 1:30) (Cottey, 2014; Alexander, 2016; Cigna, 2019).
¿Por qué hemos llegado a pensar que la desigualdad pueda ser infinita? Esto se transforma cuando el debate es explícito. Enfrentados a comparaciones hipotéticas de desigualdad, muchos reaccionan en algún punto planteando que debería establecerse un límite moral-numérico inferior y superior; por ende, conocidos y transparentes (razonables).
Así, los límites mínimo y máximo de los ingresos nos invitan a debatir directamente cuánta desigualdad conocemos y toleramos, y cuánta estamos dispuestos a tolerar en el futuro. Eliminando la condición ideológica de una desigualdad infinita o interminable (el fundamentalismo de mercado, que busca acabar ‘por goteo’ con la pobreza), la idea de enlazar un ingreso mínimo y un ingreso máximo parece ser compatible entre diversas escuelas y paradigmas. De todas formas, se ha investigado escasamente.
Por ahora, reside como una propuesta modesta (Ramsay, 2005) y que, probablemente, primero deba ser adoptada en las economías dominantes, antes de poder ser trasladada a otras latitudes –si es apoyada– (Cigna, 2019). En los países con alta desigualdad, probablemente los capitalistas reaccionarían violentamente ante una medida tal, como ha solido ocurrir en la historia.
Aun así, en la literatura científica, el debate del ingreso mínimo y máximo está cobrando una importancia creciente producto de la desigualdad interminable. ¿Están cambiando los debates sociales? Al respecto, lo importante de los ingresos limitados no radica únicamente en su propuesta o matemática, sino en el hecho de que su debate y propuesta son legítimos (no un tabú), haciéndonos más conscientes de la desigualdad socioeconómica reinante.