Corruptocracia: El modelo de la aristocracia política y empresarial chilena
En el film de Luis Buñuel, El discreto encanto de la burguesía, hay una escena en que un grupo de hombres y mujeres, elegantes y sofisticados, están sentados alrededor de una majestuoso mesa. Parecieran prontos a cenar, pero la mesa está vacía.
Todos están sentados en inodoros. A cada momento uno se para y se dirige al baño, donde le espera, en una mesita, la cena. Cuando están todos de nuevo reunidos en torno a la mesa, muy cómodamente sentados en sus inodoros, de pronto se abre una enorme cortina y descubren, horrorizados, que están arriba de un escenario de un teatro colmado de espectadores. Sintiéndose seguros en su búnker de cristal, creían que nadie veía lo que hacían.
El encanto de la burguesía, y su aporte ciudadano, según Buñuel, es tanto lo que está dentro de los inodoros como que sus necesidades las ocultan en la privacidad representada en un baño. Por cierto, sí el film se hubiese centrado en Chile, se llamaría, El discreto encanto de la aristocracia, que es como se siente su burguesía, sus partidos de derecha y sus milmillonarios empresarios.
La aristocracia chilena desde el golpe de Estado padeció una metamorfosis tan extrema como perversa. Antes y hasta la década del 60 del siglo pasado, era una aristocracia de trazados ciudadanos, interesada en sostener un Estado de Derecho con cierta justicia social. Como toda la clase política y empresarial, era austera y nada ostentosa. Y, sobre todo, su línea moral y ética estaba marcada, generalmente, por una estricta probidad e integridad moral y genuino respeto por el trabajo público.
El último Presidente de la República de derecha -corriente política que siempre ha defendido los intereses de la aristocracia- antes del golpe de Estado de 1973, fue Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964). Vivía en un departamento “plebeyo” frente a La Plaza de Armas del centro de Santiago, a pocas calles de La Moneda, distancia que recorría cada día a pie.
El siguiente presidente de derecha, elegido democráticamente, fue Sebastián Piñera (2010–2014). Pasaron 50 años para que un presidente derechista entrara de nuevo a La Moneda. Pero, después de organizar la sedición contra el gobierno democrático de Salvador Allende (1970-1973), gobernaron de facto 17 años, siendo los partidos ejes de la dictadura de Augusto Pinochet.
Desde esos momentos, sufrieron una mutación transformándose en cómplices de una de las violaciones a los Derechos Humanos más feroces del siglo XX, ejecutada por un Estado totalitario terrorista ultraderechista. En esta época se inicia el modelo económico neoliberal por primera vez en el mundo.
Se venden todas las empresas estratégicas del Estado a privados, en una operación más de latrocinio que comercial, creando una clase empresarial bimillonaria apoyada por dos partidos de (ultra)derecha pinochetistas, con el que se adueñan de todo el aparato económico y financiero. Con el retorno a la democracia ya está consagrado un auténtico poder sistémico autocrático dentro del Estado democrático.
La aristocracia chilena no representan más del 1,01% de la población pero, según The World Inequality Report, 2022, se lleva el 49% de las ganancias totales del país. Esta suerte de jurisdicción inabarcable hace y deshace a su antojo, actuando sobre lo divino y lo humano, es intransigente, desprecia impuestos, leyes y normas, y delinque porque se siente por sobre la ley de los humanos.
Las mega corrupciones del empresariado y la derecha chilena ya no alcanzan para contarlas con las dos manos: son la corrupción estructural de los dueños de las estructuras.
La siempre penúltima, y sin casi penalizaciones, es el Caso Audio. Organizado por un súper abogado, Luis Hermosilla, relacionado con la élite de la estructura, vincula a personal del Servicio de Impuestos Internos (SII), la Comisión para el Mercado Financiero y el Poder Judicial que, con pagos bajo la mesa, habría obtenido información privilegiada en favor de empresarios.
El audio del móvil del abogado es la fuente para diseccionar esta corrupción, cuya onda expansiva involucra cada vez más a “cuellos blancos”, entre otros, el ya ex jefe de la Policía de Investigaciones (PDI), Sergio Muñoz Yáñez, formalizado por supuestos delitos con el jurista y ministros de la Corte Suprema.
La derecha chilena y sus empresarios son oligárquicos y, ya solo serlo, es una inmoralidad en las fechas en las que estamos. Pero también, para mal del país, muchos -demasiados- son corruptos. Su moral y ética se malearon desde que apoyaron el golpe de Estado y sus atrocidades, que aún glorifican.
Si parte importante de la clase política y empresarial de derecha tiene estos ropajes históricos, ¿no será mucho pedirles más ética política y social, más regeneración democrática desde sus territorios privilegiados, teniendo este horroroso pasado? La aristocracia política y empresarial chilena está arriba del escenario sentada en sus inodoros, mostrándonos el repetitivo espectáculo que nos brindan desde el 11 de septiembre de 1973.
Cabe recordar, para terminar, una frase del escritor argentino Julio Cortázar, al ver su “obra” en el inodoro: “¿Y esto lo he hecho yo?”.
La aristocracia política y empresarial chilena, debería ya hacerse alguna vez esta pregunta.