¿Qué tan abierta es nuestra televisión?
Una pasada por nuestros canales de TV abierta deja, generalmente, una sensación de hartazgo, agotamiento, de sesperanza. Pero antes de abordar el tema creo necesario preguntarnos, ¿qué se entiende por TV abierta?, ¿es aquella a la que se tiene acceso universal y gratuito? ¿aquella que se define como pública?
Esto último me recuerda la discusión casi bizantina que se produjo hace algunos años entre las universidades públicas y privadas, a propósito de fondos estatales disponibles. Todas alegaban ser públicas porque a ellas tenían libre acceso todos los que quisieran y “pudieran”, pero el punto a considerar no era el “ingreso universal” sino la propiedad y el propósito de las mismas.
Las públicas pertenecían al Estado con un claro propósito (no siempre logrado) de contribuir al desarrollo cultural del país (en su más amplia acepción) las otras, a consorcios privados que también hacían un aporte al país pero con objetivos corporativos y, consecuentemente, con una orientación determinada, confesional, política u otra. Las unas y las otras regidas por exigencias y principios distintos, con un marco regulatorio que, en algunos aspectos generales, las tocaba a todas.
Pero volviendo a la televisión, y para que esto no sea una mera opinión impresionista e individual, mostraré algunas evidencias, luego de haber hecho un seguimiento por unos días a las áreas y programas de los distintos canales.
Un porcentaje muy alto lo dedican a materias de seguridad: portonazos, atracos, robos, homicidios y, últimamente -informados públicamente- secuestros. De manera que la teleaudiencia se levanta y duerme generalmente con estas noticias e imágenes.
Ahora, no se trata de esconder esta realidad, pero sí de exponerla en una medida adecuada, en un bloque, por ejemplo, dedicado a ello, de manera que el televidente sepa su horario y pueda elegir si verlo o no.
¿De qué sirve conocer y ver cinco homicidios y diez portonazos si uno ya habla de la gravedad de la situación?
Sería mejor centrarse y cerrar el bloque específico con alguna información positiva de lo que están haciendo las instituciones pertinentes para controlar y erradicar el problema, cosa que se hace, pero en clara desproporción con el tiempo dedicado a la exposición e información de estos variados delitos.
Tenemos también muchas horas de programas de juego y de teleseries, nada contra ellos, pero el juego combinado con cultura entrega un doble beneficio. Personalmente le daría una vuelta a los de juegos, pensando que estos pueden cruzarse perfectamente con objetivos y contenidos culturales.
Por ejemplo, al hacer las preguntas, en vez de apuntar a trivialidades, consultar por el nombre de una capital latinoamericana o de otros contextos, por el nombre de una persona significativa para la humanidad, por una ciudad del norte o sur del país, etc.
De las teleseries, que son una entretención para muchas personas, me parece que sería una buena idea el preferir, aunque no de forma exclusiva, las producciones nacionales y de calidad. Aquéllas que muestran aspectos variados de nuestra historia, idiosincrasia, territorio, diversidad, problemáticas actuales, etc.
En algunos canales se produce una concentración de teleseries de determinadas culturas que excede a mi parecer, la necesaria y conveniente diversidad programática. Es interesante y necesario conocer otras culturas, pero lo es igualmente mantenerse mostrando la propia historia y su desarrollo. De más está decir que la identidad cultural -libre de nacionalismos chovinistas, por supuesto- es un elemento central del patrimonio intangible de una sociedad.
Respecto a los programas de entrevistas y de debate político, me parece que mantienen un buen nivel de información, aunque en estos últimos vemos a veces que los periodistas que los conducen están haciendo su trabajo compitiendo por quién hace la pregunta más aguda, o pilla al entrevistado dejándolo confundido o callado. También habría que mirar especialmente aquí el nivel del debate entre las figuras políticas participantes, que no siempre se condice con su incumbente rol social.
Lugar aparte le dejo a los largos espacios y conversaciones sobre situaciones varias: el estado de la relación amorosa de Jennifer López, el remate de ropa de Lady D, los desencuentros de los Duques de Sussex y la realeza, las disputas de una determinada y joven diputada con la ex esposa de su pareja, la pareja de tal o cual, etc., etc.
Pero lo que rebalsó el vaso fue la conversación de los animadores de un canal sobre el sexo casual y sus consecuencias (esto en un horario de audiencia abierta), luego otra más larga sobre la incomodidad de ir al baño en lugares donde éste está muy próximo al grupo social reunido. Aquí se dieron todo tipo de comentarios escatológicos con descriptivos detalles sobre los alcances auditivos y sonoros de tan bochornosa experiencia.
No se trata de gravedad marmórea ni de pedagogía conductista sino de la responsabilidad social y el criterio de pertinencia de un “medio de comunicación”, sea público o privado.
Para concluir sin afirmaciones taxativas, pienso que la televisión abierta debiera ser aquella de acceso universal y gratuito que -señalando sus principales objetivos- informa, educa y entretiene con calidad, esto es con criterios de relevancia y pertinencia.
¿Tenemos en Chile televisión abierta? Queda abierta la pregunta para quien lea este artículo.